Vuelvo de viaje y con la nevera vacía debo improvisar algo medianamente vistoso y diferente. Me ha surgido una visita inesperada, y aunque no domine los palillos, es de esas incomodas con criterio sobre lo que come. Recopilo lo poco que tengo –por suerte hay pollo en el congelador- y pienso en diferente maneras de combinarlo. La solución común en estos casos es preparar pasta y salir del paso, pero prefiero estrujarme un poco la cabeza. Repaso las diferentes salsas que tengo, y mi vista se fija en dos; una picante muy picante y una dulce muy dulce. Bingo, ya tengo cena.
Los ingredientes: fideos de huevo, 2 pechugas de pollo, 1 manojo de cebollino, vodka, salsa de chile y ajo, crema de cacahuete, sal, aceite de girasol y un huevo.
La preparación: Calentaremos el aceite de girasol en el wok y cuando coja temperatura añadiremos el pollo. Lo removemos hasta que tome algo de color, junto con un poco de cebollino picado. Retiraremos el exceso de aceite antes de regarlo con vodka. Dejamos evaporar el alcohol, para proceder a añadir la pasta, el agua hasta que cubra por completo los ingredientes. Hasta aquí no hay ningún misterio, la gracia del plato viene ahora.
Dejamos consumir una parte del agua y con la pasta casi hecha –lo que sólo nos tomará unos 4 minutos- se añade en la proporción que se prefiera la crema de cacahuete y la salsa de chile con ajo. En la medida que se decida mezclar estará el secreto del plato; el abanico es amplísimo. Lo último que añadiremos será el huevo crudo, que mezclaremos hasta que quede cocinado. Esto nos homogeneizará el plato y nos hará aprovechar un elemento más de la despoblada nevera.
El único elemento que utilizaremos para hacer más vistoso el plato será el cebollino, picado previamente. Toque utilizado con desidia en el mundo profesional y que nosotros copiamos sin complejos.
Para ayudar a romper dogmas con la comida, en el último momento se decidió acompañar al plato con unos margaritas. Nada de vinos en esta ocasión.