Así es la prueba de eliminación más injusta de la historia de MasterChef, ese juego de azar

MasterChef prosigue su andadura, pero en vez de descubrirnos quiénes son los concursantes que mejor cocinan, y reconocer su evolución, se empeña en introducir pruebas tremendamente injustas, que solo premian la puñalada en la espalda.

En la primera prueba los aspirantes se han enfrentado a dos nuevas cajas misteriosas: una escondía varios productos vegetales y animales, la otra harina de trigo, de garbanzos y de arroz, huevos, pan rallado, agua con gas, bicarbonato, sal, agua y tres aceites diferentes (de girasol, de oliva 0,4 y de oliva virgen extra).

La prueba era obvia: los concursantes tenían que realizar a la perfección distintos tipos de frituras, preparando cada alimento en cuatro elaboraciones: rebozando, empanando, en gabardina o tempura.

No parecía un reto muy difícil, pero aún así los concursantes han presentado en su mayoría frituras deficientes. ¿De verdad esta gente no sabe hacer un sencillo filete de pollo empanado? Muchos freían los alimentos en finas capas de aceite, como si se la cobraran aparte, y la acrilamida campaba a sus anchas por muchos de los platos, que estaban carbonizados.

Una prueba extra

Los aspirantes que han presentado las mejores frituras, Jose Mari y Ana, se han enfrentado en otra prueba por el pin de inmunidad (que permite librarse de la eliminación). Han tenido que elaborar un plato libre, a elegir entre dulce y salado, con los mismos ingredientes. Han escogido el cordero como elemento principal, el mismo que ha tenido que cocinar Aleix, ganador de ‘MasterChef 7’, que se ha enfrentado con ellos. Si su plato era mejor, perdían el pin de la inmunidad.

El cocinado ha sido supervisado por los chefs Toño Pérez (de Atrio, dos estrellas Michelin) y Marcos Morán (de Casa Gerardo, una estrella Michelin), mientras los jueces esperaban en el restaurante, donde han probado los platos a ciegas.

Todos los concursantes han optado por presentar un carré de cordero y, aunque Aleix ha presentado una elaboración más profesional, con espumas y baja temperatura, el jurado ha valorado mejor el plato de Jose Mari, que se ha llevado la inmunidad.

Un homenaje a la gastronomía vasca

En la prueba de exteriores el programa se ha trasladado al puerto pesquero de Bermeo, en Vizcaya. Los concursantes, divididos en dos equipos capitaneados por Fidel y Juana, han rendido un homenaje a la cocina vasca, con los guisos marineros y la parrilla como protagonistas.

El equipo azul, el de Juani, ha cocinado marmitako, besugo a la parrilla con patatas panaderas y, de postre, mamía (la cuajada de leche de oveja) con compota de manzana y tejas de mantequilla. Y el equipo rojo, el de Fidel, un guiso de pochas de Getxo con bacalao, ventresca de atún a la parrilla con pimientos al carbón y tomates confitados y, de postre, pastel vasco.

Al margen del típico conflicto entre concursantes, azuzado por el no menos clásico montaje capcioso, el cocinado ha funcionado aparentemente bien, al fin y al cabo, eran platos tradicionales, más fáciles que los de otras pruebas. Pero otra cosa ha sido el resultado.

Quizás lo más difícil era pillar el truco al pescado a la parrilla. Algunos besugos estaban poco hechos, pero la ventresca tenía una pinta de seca... De poco ha servido la visita del chef Aitor Arregi, el parrillero del restaurante Elkano (una estrella Michelin), que solo ha podido afirmar, muy elegantemente, que la ventresca "estaba en un un punto de cocción avanzado", por no decir tiesa.

El resto de los platos tampoco eran para aplaudir: el pastel vasco estaba deshecho, las pochas salieron tarde y el marmitako tenía pinta de comida de hospital. Al final, aunque no por mucha diferencia, ha sido el equipo de Juani el que se ha llevado el gato al agua.

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MasterChef, ese juego de azar

En el último reto de la noche, los delantales negros han descubierto una mesa llena de ingredientes: cerdo, aguacate, cilantro, arroz, pimiento, foie, caracoles, hígado... Alimentos aparentemente normales, pero seleccionados según las filias y fobias de cada concursante. Jose Mari, el ganador de la prueba de inmunidad, ha elegido los ingredientes con los que tenía que cocinar cada concursante, y no se lo ha puesto fácil. Quien no tenía un alimento que odiaba tenía uno difícil con el que cocinar. Estos ingredientes debían ser los protagonistas de un plato libre, que debían realizar en 75 minutos. Todo esto daba igual, porque en el típico giro de guion injusto, los ganadores con delantal blanco han tenido que cocinar en representación de los negros: si lo hacían mal, eliminaban a sus compañeros. Muy justo.

Mientras cocinaban los delantales blancos, los negros les apoyaban al otro lado de las cocinas: algunos daban más consejos y otros menos, pero todos estaban en manos del otro restaurante, algo incluso más arbitrario de lo habitual. Pensábamos que, quizás, en algún punto del cocinado tomarían el relevo los concursantes que peor lo hicieron en la prueba de exteriores. Pero ni eso. MasterChef es ya un juego de azar.

Tanto José Mari como Sonsoles han presentado dos platos mediocres, un pollo al curry muy simplón y un ceviche pasado, pero el peor de largo era el corazón que ha presentado Teresa en representación de Fidel, que estaba nadando en grasa y no se podía comer. Así que Fidel, sin comerlo ni beberlo, sin cocinar lo más mínimo en la prueba, ha sido el eliminado de la noche. Los jueces siguen insistiendo en que así funcionan las cocinas, pero es una mentira como un piano: ¿o es que en el Bocuse d'Or, el concurso de cocina profesional más reputado, se hace cocina por delegación? Ni de broma.

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