La casquería marina se lleva a dos de las aspirantes de MasterChef que pintaban maneras (pero por fin aprendemos algo de cocina)

El estreno de la octava temporada de MasterChef ha sido un éxito. Con más de dos millones y medio de espectadores y un 20 % de cuota de pantalla el concurso culinario parece no tener desgaste. La fórmula, no obstante, sigue siendo la misma: un poquito de cocina y mucho reality. Por suerte, al menos en este segundo programa, la balanza no acaba de desmoronarse y sigue habiendo momentos para los amantes de la gastronomía.

En la primera prueba los aspirantes se han enfrentado a sus dos primeras cajas misteriosas. Una tenía un conjunto de alimentos de color blanco, la otra un puñado de tubos de especias que se utilizan como colorantes: pimentón dulce, polvo de espinaca, cúrcuma, tinta de calamar, cacao o zanahoria en polvo. Con ellas han tenido que elaborar en 75 minutos un plato libre que diera color a los alimentos blancos y reflejara su personalidad, algo que, claro está, ha dado para mucha literatura barata.

Como suele ser habitual en los primeros programas, la prueba ha evidenciado las limitaciones de muchos de los concursantes, que no habían usado estos colorantes en la vida y no sabían cómo fijarlos. Una pista: no vale echar especias en el agua en la que cuecen los alimentos para que estos salgan del color que quieres. Pese a esto, y a que 10 de los 16 concursantes han optado por el bacalao, el nivel de cocina parece de entrada bastante superior al de pasadas ediciones. El jurado podría aprovechar esto para no andar rascando en asuntos personales a la mínima oportunidad. Pero el espectáculo debe continuar.

Rosa y Adrienne han resultado ganadoras de la prueba y han obtenido la típica ventaja de la prueba de exteriores.

El pueblo de la miel de caña

El concurso se ha trasladado a Málaga para conocer uno de los pueblos con más encanto de la Costa del Sol: Frigiliana, que esconde la única fábrica de miel de caña de Europa -el extracto de la caña de azúcar que, por mucho que diga Samantha, es puro azúcar y no tiene nada de saludable- y es uno de los más importantes productores de aguacate, la fruta de moda que ha revitalizado la producción agraria de la región.

Divididos en dos equipos (seleccionados con el típico criterio arbitrario del programa), los aspirantes han tenido que cocinar un menú con productos de la provincia: rape en tempura con pepinos encurtidos en vermú y aguacate; pulpo y aguacate a la brasa con mojo de jalapeños; presa ibérica con puré de zanahorias escabechadas y cebollitas a la miel; y, de postre, panna cotta aromatizada con lima, citronella y tomillo y un crujiente de miel de caña.

Los concursantes han tenido que preparar 100 raciones de cada plato, que se han servido en un buffet del que han disfrutado los vecinos del pueblo. El chef Benito Gómez, del restaurante Bardal (Ronda), que ha ganado las dos estrellas Michelin en la última edición de la guía, ha supervisado el final del cocinado.

El equipo azul, formado por los concursantes que se han ido escogiendo mutuamente como los más débiles del programa, ha ido muy lento y se les ha echado el tiempo encima: la presa (a la que por alguna razón han decidido limpiar de grasa) estaba mal marinada y ha salido medio quemada, y la tempura apenas se notaba. No han dado ni una con este tipo de fritura.

Mientras, el equipo rojo ha funcionado muy bien comandado por Rosa, que ha sacado a relucir sus dotes de mando militar y se ha permitido, incluso, ceder cinco minutos a sus competidores: tanto el pulpo a la brasa como la panna cotta han salido perfectos.

Prueba de eliminación

Tras el desastroso servicio del equipo azul, hemos tenido el típico momento terapia de grupo en el programa, donde se ha visto a las claras que hay concursantes que no están dispuestos a aceptar humildemente el veredicto del jurado. Los jueces, claro, les pinchan, y el montaje hace el resto. Así que ya tenemos a los “malos” del programa, que en esta edición serán Saray e Iván. Veremos lo que duran.

Tras el momento campamento, por fin ha empezado la última prueba en la que ha visitado el plató el chef Ángel León. El cocinero de Aponiente, con tres estrellas Michelin, ha dado una demostración de sus últimos proyectos, como su cocina con gusanas, que ya presentó en Madrid Fusión.

Los aspirantes no han tenido que cocinar con estas gusanas gaditanas, pero sí con otros productos de casquería marina. Alberto, el mejor del equipo azul en la pruena de eliminación, ha decidido qué producto debía cocinar cada uno de sus compañeros en una hora, escogidos entre cosas como el hígado de rape, las tripas de bacalao, la piel de rape, las huevas de sepia, las tripas de bacalao, las escamas de salmonete o la cabeza del atún.

Los mejores concursantes de la prueba anterior han podido quitar 15 minutos de cocinado a los concursantes de su elección para dárselos a otros. Otro escollo para una prueba de por sí muy difícil, con productos desconocidos para la mayoría de participantes. Una de las concursantes, además, ha olvidado coger el ingrediente principal del cocinado y ha tenido que cocinar el plato con todos los elementos accesorios. Otro drama para meter un poco de llanto.

Menos mal que han puesto a cocinar a Ángel León un atún entero, lo que siempre asegura un buen espectáculo. El chef del mar ha decidido cocinar solo la piel del atún, haciendo una suerte de callos con la misma. Ha sido, claro el mejor plato de la noche: un guisazo con muy buena pinta.

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Entre los concursantes ha habido de todo: la clave en esta prueba ha sido utilizar cada producto con la técnica adecuada. Al menos en esta parte del programa quienes no se hayan ido ya a la cama habrán aprendido algo. Las escamas del salmonete se pueden freír y quedan crujientes –una técnica que trajo a España de Japón Martín Berasategui–, las espinas de los boquerones también quedan crujientes con una buena fritura, las huevas se pueden integrar para dar sabor a guisos o arroces y los ojos de pescado se pueden servir fritos.

Adrienne lo tenía crudo al haberse dejado el elemento principal y, como alternativa, tampoco ha presentado un buen plato: una pasta llena de nataza que no tenía ninguna buena pinta. La cosa parecía clara, pero su compañera Mónica, que se estaba culpando por haberla distraído y ser culpable del olvido, se ha desconcentrado, y ha presentado un plato de callos de bacalao incomibles, que le han puesto en la picota. La cosa se ha puesto interesante, y el jurado, al final, ha optado por la doble expulsión. Tranquilos, que seguro que vemos a las dos concursantes de vuelta en la típica prueba de repesca.

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