María Sánchez es veterinaria de campo y escritora, dos profesiones aparentemente alejadas, pero que esta joven andaluza no se cansa de reivindicar al unísono.
Su primer libro, el poemario Cuaderno de campo, va ya por su 17ª edición, y su ensayo Tierra de Mujeres se ha convertido en superventas pese a tener un subtítulo que parece ir en contra del signo de los tiempos: “Una mirada íntima y familiar al mundo rural”.
En Almáciga, su nuevo trabajo, Sánchez sigue empeñada en reivindicar la cultura rural, siempre desde una óptica feminista, recopilando palabras que siguen vivas en los pueblos, pero se encuentran en peligro de extinción.
Una “almáciga” es, según se lee en la segunda acepción de la palabra del diccionario de la Real Academia Española, un “lugar donde se siembran y crían los vegetales que luego han de trasplantarse”. Un semillero que, en este caso, recoge palabras.
“Almáciga siempre tuve claro que no quería que fuera solo un libro, por eso el día que salió y abrí la página web colgué la primera palabra. Ya tengo cerca de 30”, explica Sánchez. Encame, fardela, jabardillo, oriscana… Palabras olvidadas que, en su gran mayoría, están relacionadas con el trabajo de la tierra y, por ende, la comida.
Y es que la alimentación es el vínculo más fuerte que une el mundo rural y el urbano: un vínculo que, como explica Sánchez, se ha desdibujado hasta ser prácticamente irreconocible.
“Debemos quitarnos la idea de que somos seres autónomos y totalmente independientes que creo que es algo que ha impulsado mucho el capitalismo, el sistema en el que vivimos”, explica la veterinaria. “La realidad es que somos personas que desde que nacemos hasta que morimos dependemos no solo de otras personas, de cuidados y alimentación, sino de otros seres, de otros animales, de otros recursos, como el agua, la energía, la tierra… Para mi es muy importante que nos preguntemos de dónde viene la comida, cuánto has viajado, que estás comiendo…”
“Ahora con la pandemia nos estamos preguntando si nos gusta esta vida que llevamos”, prosigue Sánchez. “Vamos a poner esa alimentación en el centro, y vamos a poner un sistema que esté enfocado no solo al dinero y la producción, sino que tenga en cuenta la vida y no contamine, porque con el cambio climático en el que estamos necesitamos un sistema más sostenible que conserve y proteja la biodiversidad.”
Un sistema que solo es posible si nuestros pueblos siguen vivos.
A favor del tierratrabajo
La pandemia ha despertado de nuevo el interés por regresar al pueblo, pero, como apunta Sánchez, el campo sigue arrastrando problemas seculares, que nadie se ha preocupado en serio de solucionar.
“¿Quién se puede ir hoy en día al campo partiendo del campo que tenemos?”, se pregunta la veterinaria “Llevamos años reivindicando la falta de acceso a servicios y oportunidades. Esta nueva moda de irse al campo para mi está muy clara, es gente que tiene mucho dinero y tiene una primera residencia en Madrid donde tiene todas las necesidades cubiertas. Parece que la única solución es el teletrabajo. Es interesante, también necesitamos internet en nuestros pueblos, pero no nos podemos olvidar de la comida. El campo está muy ligado al sector primario, a la producción de los alimentos. Yo reivindico mucho el tierratrabajo, no solo el teletrabajo. Me da un poco de rabia que estemos hablando todos de la gente que se va al campo pero, oye, ¿y toda la gente que ya estaba en el campo, en los pueblos, reivindicando que no se quieren ir, que quieren tener un proyecto, que necesitan ayudas, políticas públicas? ¿Qué pasa con esa gente? ¿Ya no nos importa? ¿Solo nos importan los que vienen de la ciudad? Yo el ordenador si lo ordeño no me da leche, y de comer no me da, me da dinero para comprar comida. Pero si todos vamos a estar trabajando en el ordenador….”
Para Sánchez es fundamental que desde las instancias públicas se apoye el trabajo de los pequeños productores, que persiguen nuevos modelos económicos que crean riqueza en el rural, pero, además, son sostenibles con su entorno. Y no hablamos necesariamente de producción ecológica.
“Tenemos productores locales que hacen ecológico que no tienen la certificación, que a fin de cuenta no deja de ser otro negocio más del sistema”, explica la veterinaria. “Deberíamos apoyar el consumo local, sostenible, de temporada y de proximidad, y que podamos consumir ese producto. Es que parece que comer bien cuesta mucho dinero y tiene que ser ecológico. Y volvemos a lo mismo, tú te vas al Carrefour o al Eroski y coges leche de cabra ecológica y la mayoría viene de Bruselas, de cabras que no han visto el campo en su vida, que están metido en una nave, que tienen los metros de espacio a los que obligan la reglamentación y comen pienso ecológico. ¿Eso es más ecológico que una cabra que está en España en un espacio natural protegido, que es una raza en peligro de extinción, que está en el campo, que está conservando biodiversidad, que está fijando población y está generando un producto de alto valor ambiental?”
“Hay gente joven con proyectos maravillosos, con muchas ganas de hacer cosas, que lo único que necesitan es respaldo y ayuda”, prosigue Sánchez. “¿Por qué hay tantas macrogranjas? ¿Por qué hay tanto olivar y almendro intensivo? Porque es lo que da ayudas y da dinero en la Política Agraria Común (PAC). En Francia tengo una amigo que tiene 30 cabras de leche y va a vivir de eso. Va a dedicarse a hacer queso. Eso se lo dices a cualquier ganadero [en España] y se está descojonando de ti una hora. ¿Cómo vas a vivir con 30 vacas de leche?”
El ejemplo de Francia
Basta cruzar los Pirineos para encontrar pueblos volcados por completo al sector primario, pero con todo tipo de servicios y llenos de gente joven. Para Sánchez, Francia es el ejemplo a seguir.
“Lo principal es cómo ha adaptado la PAC”, explica la veterinaria. “Los franceses están muy orgullosos de la gente del campo, de los ganaderos, de los agricultores, y tu vas al supermercado de un pueblo en Francia y lo primero que te encuentras es la leche, el queso y las verduras de la gente del pueblo. Tú vas aquí a un supermercado y te encuentras de todo menos un queso de la zona, a no ser que sea una tienda especializada. Ellos protegen mucho lo suyo y están orgulloso de ello”.
Y no hablamos solo de su legendario chauvinismo, tienen leyes que protegen y ayudan a los pequeños productores que fijan población en el rural. “Cualquier persona en Francia tiene una quesería artesana y la normativa le ayuda”, explica Sánchez. “Aquí gracias a personas como Remedios Carrasco, de la red española de queserías artesanas, más o menos se va adaptando la normativa, pero es que aquí si quieres hacer una quesería en la montaña tiene que ser algo industrial. Eso es una barbaridad. Hay una desconexión total entre las leyes y la realidad de los pequeños productores que hace que estén en peligro de extinción”.
La realidad es que, tras siglos de abandono institucional los habitantes del rural tienen una desconfianza natural en los políticos, que llega a la política misma.
“Cuando estás escuchando muchos años la típica campaña electoral en la que el político se hace la foto con el corderito o montado en un caballo y, cuando votas, eres el último mono y solo te encuentras con medidas que se hacen desde despachos de gente que no ha pisado el campo en su vida...”, explica Sánchez. “Un buen ejemplo es el coeficiente de admisibilidad de pasto de la PAC que decía que decía que debajo de los árboles no había comida, cuando, que yo sepa, de los árboles caen las bellotas. Es normal que a la gente le de exactamente igual la política”.
Orgullo rural
De un tiempo a esta parte, no obstante, algo está empezando a cambiar. La voz del rural, tanto tiempo desdeñada, parece salir del olvido. En solo unos años, la despoblación y el abandono de nuestros pueblos ha pasado de ser un problema aparentemente marginal a protagonizar las portadas de los periódicos, llenar grandes manifestaciones e, incluso, llevar diputados al Congreso.
“Están cambiando las cosas”, reconoce Sánchez. “Ahora tenemos un ministerio que trata el reto demográfico que antes no teníamos, y es un tema que está sobre la mesa. A ver si es verdad que las políticas luego concuerdan, pero se está hablando, está cambiando la forma de escribir y se está dando espacio y altavoz a la gente del rural. Yo sí veo ese cambio de hace unos años”.
Lo que no quiere decir que no quede camino por recorrer. “Aunque por fin ese mito se está rompiendo seguimos siendo la cabaña de Walden o Puerto Hurraco”, explica la veterinaria. “Tengo muchísimos titulares de cómo se trata a las personas el campo. Si hay un asesinato en una ciudad nunca leerás un titular que dice “terror urbano”, pero El País cuando hubo un asesinato en una aldea puso “terror rural” en portada. En 2018. ¿Esto es normal? ¿Esto no pasa en las ciudades?”
¿En qué medida la desidia, cuando no el abierto rechazo, de la cultura del campo ha hecho que se silencie también su voz? “Se nos ha machacado con que éramos pobres, ignorantes, que es los que bien denuncia Miguel Delibes: ‘¿El progreso a costa de qué?’ Hasta hace muy poco hemos sentido vergüenza de lo que hacíamos en el pueblo. Desde la dictadura se le dijo a la gente que lo hacía no servía para nada. A mi abuelo le llegó un manual de modernización agrícola en los años 70 donde le decían que tenía que arrancar alcornoques y encinas de hace 200 años para hacer una nave. Este era el nivel. Ahora estamos descubriendo que los pastores son buenos para el monte, pero tiene que venir la academia a estudiar algo que ya sabían los cabreros del pueblo perfectamente”.
Almáciga (Singulares)
“Tenemos que seguir hablando de muchas cosas”, concluye Sánchez. “Por eso también he sacado Almáciga, tenemos un patrimonio brutal de todas las lenguas, con palabras con mucho historia, que me da pena que no las conozcamos. No nos han enseñado a quererlas, no nos las han mostrado”.
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