El concurso de cocina más exitoso de la historia de la televisión española sigue acumulando buenos datos de audiencia (más de un 20 % de share y casi tres millones de espectadores), pero repite una y otra vez el tipo de dinámicas que aborrecen los amantes de la cocina. Cuando parecía que el programa retomaba una senda con más gastronomía, ha vuelto a las andadas en una emisión llena de decisiones arbitrarias, donde hemos visto, puede que por primera vez, como un concursante se enfrentaba directamente a los jueces. Pero no adelantemos acontecimientos.
En la primera prueba, los aspirantes se han enfretado a una de los retos más temidos del programa: la repostería. El pastelero Christian Escribà, que ostenta el Premio Nacional de Gastronomía al Mejor Pastelero, ha traido unas falsas manzanas elaboradas con chocolate para presentar la prueba, que consistía en elaborar en 90 minutos un postre con fruta que trasladara a los aspirantes a la infancia.
Lo del postre con fruta alguno lo ha entendido regular. Muchos postres tenían peras, plátanos o manzana solo de adorno, aunque la palma se la ha llevado Juani, que ha presentado una leche frita con una rodaja de plátano encima para disimular. En otros tiempos lo llamaban frutas fritas, igual se ha liado.
Como ocurre siempre en las pruebas de repostería, hemos visto bastantes desastres: natas que no se montan, tartas que no cuajan, bizcochos que no suben… Pero la verdadera hecatombe la ha protagonizado Sarai, que ha presentado un batido con fruta acompañado de unas galletas que le ha llevado solo la mitad del cocinado, mientras se ha pasado la otra mitad de brazos cruzados. La aspirante ha recibido la reprimenda de los jueces y se ha enfrentado con ellos. Le han dado directamente el delantal negro y por poco la expulsan.
Luna y Jose Mari han ganado la prueba, con dos postres bastante resultones, que les han llevado a capitanear los equipos de la prueba de exteriores.
Netflix hasta en Masterchef
El programa se ha desplazado a un decorado del Banco de España, donde los jueces se han disfrazado de los atracadores de La casa de papel, en un teatrillo promocional cogido por los pelos. Si nos dicen hace unos años que TVE iba a anunciar una serie de Atresmedia, que vendió a Netflix, donde se convirtió en un fenómeno mundial no nos lo creeríamos.
Tras el habitual momento teletienda, y la no menos frecuente formación arbitraria de grupos, los jueces han presentado el menú de cuatro platos que los concursantes han tenido que servir a 48 invitados del equipo de la serie: una versión del bacalao a bras con brandada y patatas suflés, sashimi de salmonete con salsa ponzu y emulsión de wasabi, picanha asada con mandioca en texturas y, de postre, un lingote de chocolate sobre sopa de frambuesa y pepitas de oro.
Al empezar el cocinado, faltaban materias primas y herramientas de cocina básicas para terminar el cocinado, así que los concursantes han tenido que adaptar las recetas a lo que tenían.
Según avanzaba la prueba han ido apareciendo los elementos que faltaban, que los aspirantes han tenido que ir incorporando como podían al cocinado. Como suele ocurrir en estos intentos por complicar más de la cuenta el cocinado, solo destinados a crear conflictos artificiales, hemos visto más bronca que cocina. ¿Cómo va a preparar un cocinero aficionado unas patatas suflés, una guarnición complejísima que solo se sirve en restaurantes de postín?
Obviamente, no han salido las patatas suflés, pero tampoco muchas de las otras elaboraciones. Ahora bien, ha ido mucho mejor el servicio del equipo rojo que el del azul, equipo que, curiosamente, contaba con los concursantes que Luna, la ganadora de la primera prueba, había escogido entre sus compañeros con los que no quería cocinar.
Concursantes desplumados
En la última prueba, hemos vivido el típico interludio en el que los concursantes se han lanzado cuchillos, con Saray de nuevo de por medio. Son situaciones que fuerza el programa y no aportan más que miseria (y minutos y minutos de metraje). Lo mismo que decisiones como la siguiente: ofrecer al mejor concursante de la prueba de exteriores, Andy, cambiar a todos los delantales negros salvándose él. Así que, al final, se han enfrentado a la prueba de eliminaciones los ganadores, más Saray.
Los aspirantes se han enfrentado a una batería de cajas que enscondían ingredientes por valor de 5, 15, 25, 35, 45 y 55 euros. Con estos productos han tenido que elaborar un plato libre. Y de nuevo, Andy, ha tenido que repartir el tiempo de cocinado entre sus compañeros, adjudicando 20, 30, 45, 55, 65 y 75 minutos a cada uno. Una enorme ventaja para un concursante que, en realidad, había perdido las dos pruebas anteriores del programa. No tienen ningún sentido.
Tras las broncas, todos los concursantes se han puesto en contra de Saray, incluido Andy, que le ha dejado solo 20 minutos para cocinar, con una caja que incluía una grouse –o "perdiz roja escocesa"– sin desplumar. Era difícil hacer nada muy maravilloso en esas condiciones, pero la aspirante, que ya venía dispuesta a marcharse ni lo ha intentado, y ha optado por enfrentarse a los jueces, presentando la perdiz sin desplumar a modo de desafío.
Viendo lo que iba a presentar su compañera, el resto de aspirantes podrían haberse relajado, pero hemos visto algún plato decente como las mollejas de Michael o el magret de pato de Alberto. Los jueces han dejado a Saray para el final, suponemos que para tener el suficiente tiempo para rumiar la bronca, y decirle que es el peor concursante al que han elegido nunca. No había mucho más que decir. Ha sido expulsada de inmediato y sin despedidas.
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