Hay una fecha que Mauricio García Pereira nunca olvidará: el 3 de noviembre de 2016. Hasta entonces había sido un completo desconocido, pero ese día protagonizó una entrevista en exclusiva publicada en el diario francés Le Monde, en la que denunció que en el mayor matadero público de Francia, el de la ciudad de Limoges, se sacrifican todos los días vacas en avanzado estado de gestación.
La práctica era, y sigue siendo, completamente legal. Pero García Pereira llevaba cinco años en el matadero y no aguantaba más este tipo de prácticas, que consideraba abominables. Entró en contacto con la asociación animalista L214, se comprometió a grabar imágenes de lo que ocurría en el matadero y, a diferencia de lo que suele ocurrir en este tipo de denuncias, se atrevió a dar la cara. Casi tres años después, nada ha cambiado en su antiguo centro de trabajo.
“El primer año que trabajé en el matadero no lo sabía, lo descubrí al final del primer año, que mataban vacas preñadas todos los días a sabiendas”, explica García Pereira a Directo al Paladar. “Al principio ni me lo imaginaba, me parecía inconcebible. Cuando lo vi me pareció un escándalo. Llamé a uno de los jefes, pedí parar la cadena, que lo pararan todo, pensé que era un accidente. ¿Cómo puede matarse una vaca con un ternero a punto de nacer? Pero sigue siendo legal, y lo siguen haciendo. Tienen el sistema tan inculcado desde hace años que ahora no pueden cambiarlo”.
Unos meses después de la denuncia protagonizada por García Pereira, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria publicó un informe que atestiguaba que el 3 % de las vacas llegan al matadero en avanzado estado de gestación, pero también que es improbable que los fetos sufran ningún dolor
García Pereira firmó un contrato para escribir un libro sobre sus vivencias en el matadero la misma semana que decidió ponerse delante de una cámara. El libro se publicó en Francia en 2018 con el título Maltrato animal, sufrimiento humano y ahora llega a España. En él encontramos el retrato de un hombre maltratado por la vida que tuvo que dejar su amada Galicia por Francia y acabó trabajando en un lugar en el que nadie quiere trabajar.
“Entré a trabajar en el matadero por necesidad, estaba en la calle sin trabajo, durmiendo en casa de amigos o en el coche”, explica García Pereira. “Yo en Francia no tengo familia, aparte de mis dos hijos toda mi familia está en España. La mayoría de gente que trabaja ahí es por necesidad, no porque les guste. Hay alguno que le pilla el gusto, que pone los ojos como platos cuando degolla a un cordero o sangra a un cerdo, y tienen cara de gusto, le mola. Y te lo dice. Y cuando ves cómo lo dicen te quedas de piedra. Yo me quedé acojonado. ¿Pero cómo te va a gustar matar a un animal? Y no uno, 500. Son psicópatas”.
Un ambiente laboral insufrible
Lo que choca del libro que firma García Pereira no es tanto su retrato de las prácticas del matadero, que más o menos todos nos imaginamos –o conocemos, gracias a muchos vídeos que se han publicado sobre lo que ocurre en estos lugares– sino el retrato en primera persona de un ambiente laboral tóxico, que saca lo peor del ser humano.
“La presión psicológica es más fuerte que la física, aunque esta sea muy dura”, apunta García Pereira. “Los primeros días te hablan amablemente entre comillas; amablemente, pero seco y directo. Te dejan muy clarito que esto no es un trabajo para maricas. Lo dicen así. Aquí o eres un hombre o… Te lo dejan muy clarito. Es un ambiente muy masculino y la jerarquía está muy definida. Los ancianos son intocables”.
En este ambiente se trata de obviar que todo el mundo vive rodeado de muerte. Al fin y al cabo, tal como pensaba el propio García Pereira, alguien tiene que hacer ese trabajo. Hay que alimentar a la gente. Pero el sufrimiento animal se contagia, máxime cuando, como denuncia el autor, el trabajo se realiza en condiciones pésimas y en un entorno lleno de presiones.
“Los obreros, y sobre todo los últimos que llegamos, hacemos los peores trabajos, el trabajo más sucio”, explica García Pereira. “Estamos en la tripería, limpiando mierda, mierda y mierda. Estuve durante años limpiando tripas de cerdo. Me lavaba las manos y el olor me duraba días. He trabajado durante años en la pura mierda, desde las 5:30 de la mañana hasta las tres o las cinco de la tarde, porque los horarios varían. Los lunes trabajábamos doce horas. Como cierra el fin de semana hay que matar lo que no se ha matado esos días”.
“En siete años he estado 20 o 30 veces en el punto en el que descargan los camiones”, prosigue el extrabajador del matadero. “Era un puesto en el que no quería estar. Ya ves a los animales que no quieren bajar, ya huelen el olor. Lo primero que distingue a un matadero es el olor. Si nosotros olemos a 200 metros imagínate los animales, y más los mamíferos, que tienen el olfato mucho mejor que el nuestro. Ese olor de putrefacción, de muerte, ese olor de mierda que no tiene nombre, lo sientes antes de llegar al parking, y según te acercas es cada vez más fuerte. Es un olor impresionante, y aprendes a respirar por la boca porque respirar por la nariz te deja atontado. Y es un olor que te sigue después de ducharte y perfumarte. Te sigue durante días”.
Para soportar este ambiente, muchos trabajadores se dan a la droga, un problema que sufría el propio García Pereira, que cuenta en el libro cómo se hacía rayas de cocaína en los retretes del trabajo para tener la energía que le permitiera continuar la jornada.
“Yo no voy a decir que todo el mundo se emborracha todos los días, pero es verdad que mucha gente bebe, muchos todos los días, al menos fuera del trabajo”, explica el extrabajador. “Hay gente sana, en el sentido de que no bebe, pero bueno… Para trabajar en un matadero hay que tener una mentalidad diferente. Una cosa es ver morir un animal o matarlo para dar de comer a la familia y otra cosa es estar todos los días haciéndolo. Llegas de noche y sales de noche, después de haber matado a 500 animales y eso pesa. Pesa mucho”.
“Es imposible no golpear a los animales”
A diferencia de otros activistas por los derechos animales, García Pereira no es vegano –aunque, reconoce, ya no come carne de mamífero–, ni cree que sea moralmente reprobable alimentarse de otros seres sintientes. Lo que el denuncia sobre todo es la forma en que funciona el sistema alimenticio, que concentra todo lo peor del mismo en los mataderos. “Aquí lo que importa es continuar la cadencia, seguir el ritmo”, explica García Pereira. Y esto obliga a realizar comportamientos poco éticos, cuando no legalmente punibles.
En los últimos meses hemos visto varios vídeos de mataderos españoles donde los operarios cortan miembros de animales aún conscientes o golpean a estos, motivo por el cual organizaciones de toda Europa piden que se instalen cámaras en las instalaciones. Pero García Pereira cree que esto no solucionaría el problema, que es mucho más complejo, y tiene que ver directamente con el volumen de los animales que se despachan a diario en los grandes mataderos.
“En un matadero tan grande como el de Limoges, cuando descargan los camiones dejan en un espacio a 400 o 500 animales, de 800 kilos cada uno, ¿cómo quieres manejar a todos esos animales que saben que van a la muerte sin pegarles?”, explica el extrabajador. “Si no no avanzan. Hay que abrir puertas, cerrarlas, pasarlos de un lado a otro, hay mucho ruido, gritos, hay vacas que no quieren andar… ¿Qué va a hacer esa gente? Hay que seguir el ritmo, la cadena continúa, si no llegas los jefes que vienen detrás te van a a echar la bronca”.
García Pereira se presentó como candidato a las pasadas elecciones europeas por el partido de la Francia Insumisa –que podríamos calificar como el Podemos francés– y ha dado charlas incluso en el Parlamento europeo para denunciar esta situación. Hoy por hoy su prioridad no es la política, sino montar un restaurante vegetariano en Limoges que le permita pagar las facturas –para el que está recaudando dinero–, pero cree que la solución a lo que se vive en los mataderos pasa solo por endurecer la legislación.
“La cámaras pueden ser efectivas, pero lo principal es bajar las cadencias y hacer instalaciones mejores”, concluye García Pereira. “Hay que legislar todo esto. No concibo cómo pueden inseminar una vaca artificialmente, que casi se puede llamar violación, para luego matarla y tirar el ternero a la basura. Por Dios. ¿Estamos de acuerdo en que se pueda hacer esto? No es una, son decenas todos los días. No sé si lo hacen en España, pero lo hacen en el mayor matadero de Francia. Aquí todo el mundo lo sabe, se hace desde hace lustros. Yo lo he descubierto en 2012, pero se hace desde los años 80. Si la gente quiere seguir viviendo en la ignorancia, que sigan, pero yo quiero que todo el mundo lo sepa”.
Imágenes | Editorial Península/L214
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