La producción de carne contamina y, aunque la dieta española es una de las mejores del mundo, su consumo en muchos hogares es excesivo.
No es ningún secreto, es algo de lo que llevan alertando organismos internacionales y nacionales desde hace años. La industria cárnica, que tiene un gran peso económico y social en nuestro país, es perfectamente consciente de que se enfrenta a una importante transformación, obligada por exigencias políticas y el cambio lento, pero constante, en las tendencias de consumo, al alza en el mundo en desarrollo y a la baja en el desarrollado, sobre todo en lo que respecta al vacuno.
“Todo el mundo es consciente de este estado de emergencia climática”, asegura a Directo al Paladar la directora general de Producciones y Mercados Agrarios Esperanza Orellana, que lleva más de tres décadas trabajando en el Ministerio de Agricultura. “El sector agrario emite el 12,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero de España, y de ese 12,5 el 67% es de la ganadería. Es un 9,5% de las emisiones totales. Esto es así. No es poco, pero hay que ponerlo en contexto”.
En comparación, según ese mismo inventario, el transporte genera el 29,1% de las emisiones españolas, seguido de las actividades industriales, que generan un 20,9%. Sobra recordar, además, que el cambio climático es un fenómeno global. En 2017, se emitieron 339,2 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, de las cuales, según datos de la Unión Europea, 240.231 salieron de España, el 0,07%. Ergo, del total de emisiones de efecto invernadero, la ganadería española es responsable de un 0.00665%.
La reducción de emisiones en la ganadería es una de los objetivos de la nueva Política Agrícola Común (PAC), que otorgará nuevas ayudas a las explotaciones más eficientes desde el punto de vista medioambiental; pero también del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que canalizará las ayudas de la Unión Europea concedidas por el impacto de la covid-19; así como los internacionales Objetivos de Desarrollo del Milenio y el Pacto Verde Europeo.
El Gobierno trabaja, además, en una revisión de todas las normativas de ordenación de granjas. Hace dos años se actualizó la de porcino, ayer mismo se aprobó en Consejo de Ministros la de la avicultura y la del vacuno saldrá a audiencia pública esta semana, asegura Orellana. Todas tienen, explica la directora general, el mismo objetivo: “Endurecer los requisitos ambientales, de bienestar animal y de bioseguridad”.
La industria cárnica es consciente de toda la presión que le rodea para cambiar su modelo productivo.
Una transformación necesaria
José Manuel Álvarez, responsable de comunicación de la plataforma Carne y Salud, el interlocutor que agrupa a toda la industria cárnica española, insiste en que el sector es consicente de su impacto medioambiental y lleva mucho tiempo invirtiendo recursos de todo tipo para alcanzar “una produccicón ganadera sostenible, circular y neutra en emisiones”.
Puede sonar a cantos de sirena, pero Manuel Lainez, exdirector del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, hoy consultor independiente, cree que, en efecto, es posible llegar a un escenario donde la carne que consumamos sea neutra desde el punto de vista climático.
“Si queremos reducir emisiones tenemos que mejorar productividad, mejorar la salud animal, mejorar la eficiencia en el uso de las materias primas...”, explica Lainez. “Una serie de cuestiones que el propio productor y la cadena de valor están promoviendo porque, además de ser medioambientalmente favorables, reducen costes de producción. Todo el mundo está interesado”.
En el debate público, también en la campaña promovida por el ministro de Consumo Alberto Garzón que tan mal ha sentado a la industria, se habla mucho de promover la ganadería extensiva –en la que los animales se crían libres y se alimentan de los pastos del entorno– frente a la intensiva –en la que permanecen estabulados y se alimentan a base de pienso–. Pero los expertos consultados insisten en que este es, en gran medida, un falso dilema.
Desde el punto de vista animalista parece lógico que se prefiera la ganadería extensiva a la intensiva, pero desde el punto de vista mendioambiental lo más eficiente son, normalmente, los sistemas mixtos, que además son mayoritarios cuando se habla de "ganadería extensiva". Hay, además, sistemas puramente intensivos que emiten menos emisiones.
“Nuestros sistemas productivos son en algunos casos igual de eficientes que en la UE, como en el caso de aves o porcino, que estamos en la misma línea”, apunta Lainez. “Y en el caso de pequeños y grandes rumiantes ahí estamos un poco mejor posicionados desde el punto de vista de las emisiones, precisamente porque tenemos una parte final de la cría del ganado que se hace en condiciones confinadas y esto nos hace mejorar eficiencias”.
“No hay que estigmatizar ninguna ganadería”, continúa Lainez. “Sí hay un modelo sostenible de ganadería intensiva. Hay algún ejemplo en España, de un conjunto de granjas del sector porcino. En el entorno de estas granjas se producen cereales y algún suplemento proteico que se va a usar en la alimentación de los cerdos y sus purines se utilizan como fertilizante en esa misma agricultura que produce las materias primas. Así que, prácticamente, en un entorno del tamaño de una provincia puedes hacer circular un proceso productivo autosuficiente. Al final se está reduciendo la necesidad de obtener materias primas fuera, que es uno de los motivos por el que se acusa a la ganadería intensiva de deforestar”.
La correcta gestión de estiércoles y purines es el gran campo de batalla de las nuevas políticas agrarias, y el asunto en el que más intensamente están trabajando los ganaderos. El ministerio, explica Orellana, prepara una normativa específica que regule la forma en que se aplican los estiércoles y los fertilizantes inorgánicos al suelo para que no emitan a la atomosfera y no contaminen las aguas. Y parte de las ayudas europeas se destinarán a este fin.
En concreto, el plan del Gobierno de reparto de las ayudas europeas contempla una inversión de 1.000 millones de euros para el conjunto del sector agrícola, de los cuales se destinarán 38 millones de euros para “reforzar los sistemas de capacitación y bioseguridad en viveros y explotaciones ganaderas”, 83 millones de euros para la “gestión ambiental de los subproductos y deyecciones ganaderas” y 307 millones de euros “para inversiones en agricultura de precisión, eficiencia energética y economía circular”.
Para contaminar menos hay que invertir
Parece bastante dinero, pero solo una correcta gestión de los estiércoles, explica Román Santalla, secretario de ganadería de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), requiere de una enorme inversión, y esta cuantía, insiste, no es suficiente: “Vamos a hacer todo lo que haga falta para que las emisiones se reduzcan, pero lógicamente no se puede despachar a toda la ganadería española con 83 millones de euros, porque nos da la risa. Quieren hacer cosas e invertir cero”.
Santalla apunta al que es el gran dilema que rodea al conjunto de la transición energética: ¿quién va a pagar la factura? Sin duda, las explotaciones también podrían mejorarse si los consumidores estuvieran dispuestos a pagar más por una carne menos contaminante, pero ¿lo estamos? Y, si sube mucho el precio, ¿pasaría la carne a ser un bien de lujo que solo puedan permitirse las clases más pudientes?
“Garantizamos buena carne, a precios bajos, porque no nos pagan más, nos pagan una mierda”, asegura contundente Santalla. “Tenemos que hacer todos la de Dios y la carne y la leche están a precios de hace 40 años. Ahora queremos hacer de nuevo clases, los ricos comerán el solomillo y los pobres comeremos la falda. Del ecologismo gusta mucho hablar, pero cuando la distribución le mete un margen del 100% ya nos echamos para atrás. A todos se les llena la boca de ecologismo pero cuando toca comprar les da un telele porque vale un ojo de la cara”.
Actualmente, un filete de añojo cuesta en torno a 9 euros, certificado en ecológico un filete de la misma categoría cuesta unos 15 euros el kilo. En ocasiones, la diferencia es aún mayor, de casi el doble.
La competividad es sin duda un asunto que no se puede obviar. Según la directora general de Producciones y Mercados Agrarios, poco importa invertir dinero público en la mejora de las explotaciones si los consumidores escogen productos mucho más baratos de otros países con estándares ambientales mucho menos ambiciosos: “Es importante tomar consciencia de que es mejor producir en Europa, que se hace mejor, que renunciar y comprar fuera, con lo que el impacto ambiental es mucho mayor, porque importamos productos que no son respetuosos con el medio ambiente. No podemos decir que vamos a un modelo productivo en que lo hagamos todo en ecológico, por poner un ejemplo, y resulte que al final producimos la mitad. Eso puede ser entendible, pero puede tener un impacto enorme en el precio, en el empleo asociado a la actividad ganadera, la vertebración del territorio, el no abandono del medio rural...”
¿Subirá en los próximos años el precio de la carne? “En general en el mundo está creciendo la demanda de los productos cárnicos, por lo que es previsible una tendencia al alza [en el precio], pero el hecho de que haya muchos agentes operando hace que siempre haya algo más asequible”, sugiere Lainez. “Si vemos como ha evolucionado el coste de la alimentación la tendencia es siempre a bajar los precios, y eso es lo que nos vamos a encontrar, con independencia de que determinados productos destinados a consumidores nicho tengan un precio más alto”.
Pero, si bajan los precios y aumentan los costes ¿de dónde saldrá el dinero? Probablemente, al menos en parte, de la Unión Europea. Y es que seguimos hablando de bienes fuertemente subvencionados: la agricultura y ganadería española han recibido este año fondos europeas, a través de la PAC, por un valor total de 7.200 millones de euros, a los que hay que sumar otros 1.000 del fondo de resiliencia del que hablábamos anteriormente.
Guerra de lobbies
En el tercer país por producción ganadera de Europa, con un valor anual de más de 20.000 millones de euros, es lógico que el debate sobre la necesidad de limitar el consumo de carne genere controversias no solo ecónomicas, sino también sociales y culturales.
“Los funcionarios podrán decir lo que quieran pero en estas cuestiones, con la cultura por detrás, es muy difícil ir en contra de la realidad”, apunta el profesor de la San Telmo Business School Horacio González-Alemán. “Y lo hemos visto con Garzón, se le han echado encima. La gente no quiere que le digan que no puede comer carne”.
Para este experto, que fue director de la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas más de 20 años, en todo este debate hay una gran desinformación, en parte promovida por los lobbies contrarios al consumo de carne: “A mí me llama enormemente la atención que se ponga todo el foco sobre la vaca, cuando hay otros sectores mucho más negativos desde el punto de vista de las emisiones, véase el transporte aéreo”.
Cristina Rodrigo, directora de ProVeg, una ONG que promueve la alimentación vegana y cuenta con el apoyo explícito de grandes multinacionales alimentarias como Nestlé, Unilever o Upfield, insiste en que es necesario reducir el consumo de carne, y las alternativas plant based pueden ayudar a este objetivo.
“Cuando se habla de la alimentación plant based lo ideal es dirigirse a una alimentación más básica, de legumbres, cereales completos, una alimentación lo más real posible”, explica Rodrigo. “Pero la sociedad está acostumbrada a ciertos sabores, texturas y usos, y ahí es donde juegan un gran papel. Respecto al impacto medioambiental, solo por el hecho de utilizar menos recursos y sacar a los animales de la ecuación, aunque haya que procesarla, ya estamos reduciendo los impactos”.
Para la industria cárnica, las empresas que fabrican alternativas veganas a la carne están cometiendo una suerte de competencia desleal, al hacer pasar por carne algo que no lo es, usando denominaciones de producto que, insisten, no son suyas, algo que está provocando una gran batalla política y legal en el seno de la Unión Europea. Y los ataques al consumo de carne, insisten, están directamente relacionados con la promoción de este tipo de alimentación.
“Hay un potente movimiento para implantar cambios a nivel global de la dieta, hacia modelos basados en plantas, y la gente que está en esta línea criticando a la ganadería y la carne ofrecen sus soluciones empresariales”, explica Álvarez. “Ahí tenemos el caso de Bill Gates y todo Silicon Valley que están inviertiendo cantidades ingentes en todas estas iniciativas que intentan sustituir a la carne en la alimentación y que no representan mejoras ni desde el punto de vista medioambiental ni desde el punto de vista nutricional”.
Ambos lobbies se acusan mutuamente de competir contra fuerzas más poderosas. A la larga, en cualquier caso, todos tendrán que llegar a acuerdos: todo el mundo recibe dinero de la PAC.
“Yo llevo muchos años trabajando en el ministerio, de técnico, y siempre me he jactado de tener una interlocución con los sectores, con las ONG y con la industria, fluida y completa”, concluye la directora general de Producciones y Mercados Agrarios. “Y ahora más que nunca nos tendremos que entender. Todo el mundo es consciente de la necesaria transición ecológica. Lo que sí es importante es que nos conozcamos todos un poco más. Estamos en redes sociales con debates muy desconectados de la realidad del medio rural y todos tenemos que hacer un esfuerzo por entendernos y evitar posiciones maximalistas”.
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