Continúa MasterChef con el primer programa grabado tras el confinamiento, después de que la producción tuviera que interrumpirse abruptamente debido a la pandemia. Ahora los concursantes llevan guantes, aunque no mascarilla, algo que no parece tener mucho sentido, máxime cuando se pasan el día gritando sobre la comida.
Con 3 millones de espectadores a la semana, y sin tener que cortar la emisión, no cabe duda de que Shine Iberia y Televisión Española han salvado los muebles. Y aquí seguimos, pegados otra temporada más a un concurso que, por mucho que critiquemos, nos acabamos tragando.
En la primera prueba, los aspirantes se han jugado un delantal dorado, que les otorgaba inmunidad durante todo el programa. Para lograrlo, han tenido que elaborar, en 90 minutos, diversos platos típicos de algunas de las festividades más conocidas del mundo, como el irish stew de San Patricio, el pavo del Día de Acción de Gracias, los blintzes del Janucá judío, codillo de cerdo con patatas y chucrut del oktoberfest o los gulab jamun que se comen durante el Diwali de la India.
En el típico momento lacrimógeno, alargado hasta la extenuación, los concursantes han recibido la visita de sus familiares más cercanos -maridos, madres, hermanos…-, que han catado a ciegas los platos elaborados por los aspirantes.
Pese a que ha habido varios platos que han gustado, los familiares han votado por igual (con dos votos) el estofado irlandés de Juana y los frittelle de Andy -unos buñuelos típicos del carnaval veneciano-, pero ha sido la septuagenaria la que se ha llevado el delantal dorado, además de un viaje para dos personas a Irlanda.
A la finca de Samantha
En la prueba de exteriores, el concurso se ha trasladado a la finca Dehesa de Valbueno, en Guadalajara, donde celebra sus bodas Samantha Vallejo-Nágera.
Los equipos han tenido que poner a prueba dos cualidades necesarias en una cocina profesional: la creatividad y la estética.
El reto consistía en convertir cuatro cuadros del Museo Nacional Thyssen–Bornemisza en elaboraciones de alta gastronomía. Pero no se los han tenido que inventar ellos. Ha sido el chef Diego Guerrero, con dos estrellas Michelin en su restaurante DStage, en Madrid, el encargado de diseñar el menú, para 40 supuestos artistas -de los de apellido compuesto-.
El primer plato estaba compuesto por unos espárragos blancos, cocinados al vacío, y acompañados de un caldo concentrado de piel de bacalao; el segundo consistía en tres snacks de pescado, formados por una sal de escama crujiente de merluza, un mi-cuit de hígado de rape, y una crema de ojo de atún; el tervcero, un pichón con setas shitake; y, de postre, un limón confitado con miel, con creme fraiche y piñones tostados.
El cocinado era complicado, pero, además, hay concursantes que están en modo tóxico, y así no hay forma de cocinar bien. Jose Mari no ha parado de quejarse de la capitanía de Michael, sin avisarle, siquiera, de algunos errores que estaba cometiendo y él conocía. Michael estaba a la defensiva y tampoco se dejaba a aconsejar en nada. Un desastre.
Estre este quilombo y que el equipo rojo lo ha hecho todo medio bien, el veredicto estaba claro: Jose Mari, Anna, Andy y Michael han ido directos a la prueba de eliminación.
Prueba de duelos
En la última prueba, el concurso ha recibido la visita del chef Ricardo Sanz, pionero de la cocina japoespañola en los restaurante del grupo Kabuki (tres de los cuales tienen estrella Michelin). Sanz fue el primer chef español que estudió en profundidad la cocina japonesa para, después, darle una vuelta de tuerca incorporando productos y técnicas de la cocina española.
Los delantales negros han tenido que cocinar en duelos, de dos en dos. Un aspirante seleccionaba una campana y, tras ver el plato a cocinar, elegía a un compañero para batirse en duelo. El que mejor lo hacía se salvaba de la eliminación. El perdedor, tenía que pasar a la siguiente campana y enfrentarse en un nuevo duelo con el adversario que eligiera.
Bajo las campanas, claro, había platos clásicos de Kabuki. Primero, una tempura de carne de kagawa, con algas, huevas de salmón, una salsa de yema curada y una crema holandesa, que han cocinado Anna y Michael. Anna, que es más fina en los cocinados, ha batido al estadounidense, que ha escogido enfrentarse con Jose Mari en el siguiente duelo. Este último tenía el pin de la inmunidad, pero ha decidido no utilizarlo y jugársela. Nadie entiende esa decisión, después de la jugarreta que le había hecho: debía haberle dejado para el final.
Michael y Jose Mari han tenido que cocinar un katsuramuki de espárrago, una técnica en el que cortas una capa muy fina de la verdura, acompañado de bogavante cocinado al vapor de shake y una mayonesa de wasabi y té matcha y salsa teriyaki. Jose Mari se ha puesto nervioso y ha presentado un plato horroroso, pero el de Michael ha sido peor, así que se ha enfrentado a Andy en el duelo final de la noche.
La última campana escondía un saiko sushi, un plato que se hace en Japón para los cumpleaños para niños, pues es muy vistoso. El maki de monta a la inversa y es bastante complejo. Aunque ambos aspirantes han cocinado mal el arroz, Andy ha acertado con el montaje, y Michael ha presentado un engendro que poco tenía que hacer (a la izquierda, en la foto de apertura). La decisión era clara: Michael ha sido el expulsado de la noche, para alborozo de alguno de sus compañeros que le han hecho la vida imposible.
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