Aunque teníamos esperanzas de ver en este MasterChef algo más de cocina que en anteriores ediciones todo ha sido un espejismo. El programa ya ha entrado en la dinámica habitual de los últimos años en la que solo importan los conflictos de los personajes y, claro está, explotar al máximo un formato tan útil para colar promociones y productos derivados.
Todo ha empezado como de costumbre. En la primera prueba de la noche, los aspirantes han abierto una caja misteriosa que escondía medio cordero -un animal que más de uno ni reconocía-, y tenían que cocinarlo siguiendo el estilo gastronómico de diversos países, como Japón, México, Tailandia, Estados Unidos, Marruecos o China.
Obviando que el codero parecía lechal, una categoría que solo existe en nuestro país, lo cierto es que este animal se cocina en la mayor parte del mundo, y, sin duda, se podía trasladar a la cocina de estos países. Pero algunos aspirantes no sabían gran cosa ni del producto ni de las distintas gastronomías.
Los que más difícil lo tenían son aquellos que debían emular alguna gastronomía asiática pues, exceptuando la India, en Occidente no solemos probar platos de cordero en restaurantes japoneses o chinos. Pero tampoco era fácil trasladar el cordero a la cocina francesa o italiana, más cercana, pero, por eso mismo, más difícil a la hora de marcar la diferencia.
Los jueces han estado ausentes del cocinado, por el que se han paseado Antonia Dell’Atte y Carmen Lomana montando el espectáculo, y han probado los platos en una cata a ciegas. La verdad es que casi todos tenían bastante buena pinta a simple vista, pero al hincar el diente empezaban a aparecer las deficiencias. No había grandes desastres, pero tampoco grandes aciertos. Al final, ha sido Juana quien se ha llevado el gato al agua, con unas quesadillas que, todo hay que decirlo, tenían muy buena pinta.
En la casa de Ronald McDonald
En la prueba por equipos, el concurso se ha trasladado a la casa que la Fundación Infantil Ronald McDonald tiene en Hospital Universitario Niño Jesús de Madrid, para dar apoyo a niños enfermos y a sus familias.
Los concursantes han tenido que realizar un cocinado doble. Por un lado, un menú de cuatro platos, diseñado por el chef Dani García -colaborador habitual de McDonald´s-, para las familias que viven en esta casa. Este estaba compuesto por un gazpacho verde con tartar de quisquilla, pepino y zanahoria; lenguado frito con salsa bearnesa y tomate semiseco; liebre de caza con boloñesa; y, de postre, frescor andalusí, un plato con elaboraciones como sorbete de te verde, gelatina de naranja o bizcocho de pistacho.
Pero, a la vez que este menú, los concursantes debían elaborar 150 aperitivos para vender en el parque de El Retiro y recaudar dinero para la causa: una patata brava rellena de cerdo ibérico y un brioche de rabo de toro.
Durante la prueba, los niños de MasterChef Junior han hecho su aparición habitual de todas las temporadas para demostrar, de nuevo, porque no deberían existir los concursos infantiles. Han sido ellos los encargados de formar los grupos que, además, han capitaneado. Y hemos asistido a un espectáculo lamentable, caracterizado por la sobreactuación y adultización de unos niños de ocho y diez años que no deberían andar en estas lides, empujados a regañar de malas maneras a personas que podrían ser sus padres, pelearse entre ellos a gritos, o salir en cámara comiendo a dos carrillos para fomentar el estereotipo del niño gordito del que está bien reírse. ¿A qué se debe este empeño perverso en hacer que los niños parezcan adultos y los adultos niños?
En lo que respecta a la cocina, da igual que una niña te grite que "necesita platos de alta cocina". Las cosas salen o no salen, y en este caso el equipo azul ha presentado casi todo bien, y el equipo rojo, casi todo mal. El veredicto era claro: Carlos, Jose Mari, Michael, Andy e Iván han ido a la prueba de eliminación.
Homenaje al café
En la última prueba, los concursanes han descubierto una nueva una caja misteriosa que contenía 27 alimentos relacionados con el café: cosas como azúcar de café, bebida energética de café, bombones de café, café liofilizado, capuccino en pasta, extracto líquido de café, whisky de café, yogurt de café o aguardiente de café.
Tras esto hemos visto una de las publicidades más cantosas de lo que llevamos de programa –recordemos que, supuestamente, TVE no puede emitir publicidad–, cuando ha aparecido una experta de café de El Corte Inglés a tener su minuto de gloria contando cosas que nada tenían que ver con la prueba. Tras esto, ha visitado el plató el chef Andrea Tumbarello, que ha presentado un plato de pasta de café para inspirar a los concursantes e introducir la prueba.
Los aspirantes han tenido 75 minutos para hacer un plato, dulce o salado, con el café como protagonista. Pero no podían elegir: tres tenían que hacer platos salados, y dos dulces, algo que ha elegido Ana, la ganadora de la mejor de la anterior prueba.
Durante la prueba el primer concursante que lo pidiera podía solicitar durante 15 minutos la ayuda de uno de sus compañeros de la galería, pero a cambio de perder también 15 minutos de tiempo de cocinado. Carlos ha decidido usar esta ayuda, pidiendo a Luna que bajara a echarle una mano con su tarta de queso. No le ha servido de mucho: la tarta ha sido un desastre. Como han advertido los jueces, era una amasijo de elaboraciones mal utilizadas. A la vista estaba que no había por dónde cogerla.
Muy mal tenía que hacerlo el resto de concursantes: aunque les han metido caña, todo el mundo tenía claro quién iba a marcharse. Poco ha durado el nuevo concursante. Un programa y a la calle.
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