El pastel de nata –pastéis de nata, en plural–, es uno de los dulces más típicos de Portugal: un exquisito pastel de crujiente hojaldre y crema pastelera que enamora desde el primer bocado.
Cuenta la leyenda que el dulce se gestó en el monasterio de los Jerónimos, en lo que entonces era el pueblo de Belém: hoy un turístico barrio de las afueras de Lisboa conocido por el convento y por la torre del mismo nombre.
En 1834, tras la caída definitiva del régimen absolutista como consecuencia de la Revolución liberal de Oporto, el Gobierno portugués mandó cerrar todos los conventos. Con ánimo de empezar una nueva vida, uno de los trabajadores de los Jerónimos abrió una tienda cercana al recién clausurado convento, y empezó a recrear los pasteles que, hasta entonces, habían elaborado los monjes para su propio consumo.
Nacieron así los famosos Pastéis de Belém, que se elaboran desde 1837 en las mismas instalaciones: un local anexo a la antigua refinería de caña de azúcar situada junto al monasterio.
Aunque “Pastéis de Belém” es una marca registrada por el famosísimo obrador, que insiste en que conserva la receta secreta original del monasterio, lo cierto es que el dulce se encuentra desde hace décadas en todo Portugal, donde se conoce por el nombre genérico de “pastel de nata” o, para abreviar, sencillamente “nata”. Y es que en portugués “nata” significa “crema”.
Hasta hace solo unos años, el pastel de nata era solo un dulce típico de Lisboa y la antigua colonia portuguesa de Macao –razón por la que se encuentra como postre en algunos restaurantes chinos–, aunque no dejaba de ser una curiosidad gastronómica como tantas, más conocida en España dados nuestros lazos vecinales, pero ignorada por completo en el panorama gastronómica mundial.
Pero de un tiempo a esta parte el pastel de nata está viviendo una suerte de despertar internacional y hay quién está dispuesto a que sea tan conocido como los donuts, los churros o los gofres.
Del folleto turístico de Lisboa a Bloomberg
En 2012, el exministro de Economía de Portugal, Álvaro Santos Pereira, se lamentaba de lo poco que era valorado el pastel de nata fuera del país. Siete años después, según explicaba Alice Kantor en Bloomberg, el dulce “va camino de volverse tan ubicuo como el croissant”.
El pastel, explicaba Kantor, se ha puesto de moda en los cafés londinenses, donde se cobra a tres libras: cuatro veces más caro que en la mayoría de pastelerías portuguesas, donde no suele pasar del euro.
El dulce, además, se encuentra ya en las secciones de panadería de muchos supermercados. En España hasta hace unos años solo podía encontrarse en pastelerías muy concretas, pero ya hace tiempo que está disponible, por ejemplo, en todos los Mercadona y Lidl. Esta última cadena, con gran presencia en Reino Unido, asegura que despachó en las islas 2000 natas a la hora en 2018. Es una cifra similar a la de los donuts.
En España, con el nombre de pastel de crema, la cadena alemana lo sirve desde febrero del mismo año 2018 y, como confirmaron fuentes de la compañía a Directo al Paladar, la venta fue pronto positiva, lo que ha llevado a la empresa a ofrecerlo en las cerca de 600 tiendas que tienen en nuestro país. En Mercadona también se ofrece en la totalidad de los establecimientos. En su caso el proveedor es BMI Iberica SL, una empresa española que fabrica el dulce en Portugal.
Fuentes de la compañía valenciana aseguran que es un producto que “funciona muy bien”. Despachan de media entre 15 o 20 unidades por tienda al día. Puede no parecer demasiado, pero teniendo en cuenta que la cadena tiene 1630 tiendas hablamos de entre 24.450 y 32.600 pasteles por jornada. Son casi un millón de pasteles al mes. Una barbaridad.
Como apunta Bloomberg, los pastéis de nata cumplen con una característica fundamental para triunfar en estos días: además de estar ricos, son muy fotogénicos. Más aún si se comen en la pastelería que los vio nacer, un local histórico decorado con los clásicos azulejos azules lusos: los mismos que decoran el zócalo del vecino monasterio.
Pero esto no explica por sí solo por qué el dulce se ha puesto de moda.
El despertar de Portugal como potencia turística
En 2018 Portugal fue elegido como el Mejor Destino Turístico del Mundo en los World Travel Awards (WTA), considerados como los Oscar del turismo. Fue la primera vez en los 25 años del premio que el país lograba este galardón, que confirmaba a Portugal como una potencia turística pujante, en la que la gastronomía juega un importante papel. También aquel año The Economist declaró a Lisboa como “Capital de la comida”.
No se trata de un auge casual. El turismo portugués estaba en auge antes de que la pandemia diera al traste con todos los movimientos internacionales. El Gobierno luso había hecho un gran esfuerzo por promocionar el turismo y, también, la gastronomía del país. Según datos de Bloomberg, las exportaciones de especialidades portuguesas, carne y ganado a otros países europeos alcanzaron los 1.000 millones de euros en 2016, el doble que siete años atrás.
Hasta que la OMS declaró en marzo de 2020 oficialmente la pandemia del coronavirus, el Gobierno portugués había gastado 50 millones de euros al año en el exterior para promover el país y sus productos. En comparación España invirtió en Turespaña 88 millones. Parece mucho más, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que el turismo aporta al PIB español 172.900 millones, frente a 26.700 millones de euros en Portugal.
Natas de sabores en todos los supermercados
El esfuerzo promocional del Gobierno luso no terminaba con el presupuesto de marketing del departamento de turismo. Detrás del éxito internacional de las natas está también la empresa Nata Pura, una compañía fundada en 2013 que se ha expandido muy rápidamente por buena parte del mundo, impulsada por una inversión de seis cifras de la compañía Portugal Ventures, un fondo de inversión respaldado, entre otros actores, por el Gobierno portugués.
La compañía, fundada por el empresario Mabilio de Alburquerque, ha colocado sus natas en establecimientos de la talla de Harrods, en Reino Unido, y también llegó a un acuerdo con CVS, en Corea del Sur, para ofrecere el producto en sus 12.500 tiendas del país asiático. La empresa vende ya medio millón de pasteles al mes.
Uno de los secretos del éxito de la startup, que en 2017 tenía solo cinco empleados, reside en haber adaptado las natas al gusto local. Además de ofrecer el clásico pastel de crema, comercializa versiones de té verde o fruta de la pasión, que triunfan en Japón; o de quesos brie, camembert y azul, que están encontrando su hueco en el mercado francés.
Suma a este catálogo una bonita historia y el apoyo gubernamental, y el éxito está garantizado.
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