Uno de los aspectos más complicados en la gestión de crisis –en realidad, en cualquier gestión– reside en valorar los costes y beneficios de tomar una determinada medida. Y en una epidemia como la que estamos viviendo, al igual que ocurre en una guerra, la cosa se pone fea: los costes se miden en vidas.
Los gobiernos insisten en que la salud es lo primero, pero aunque esto sea cierto, es inviable cortar por completo toda actividad económica que pueda favorecer la expansión del virus, pues esto también tendría también un coste sobre la salud a medio y largo plazo.
De entre las “actividades esenciales” que todos los gobiernos siguen permitiendo en lo que se conoce ya como el Gran Confinamiento siempre se encuentra la producción y distribución de alimentos. Es obvio: si no comemos, también nos morimos. Pero ¿cuál es la forma más correcta de comer?
Esta cuestión se planteó desde el primer día en el que vimos que la cosa se ponía seria. Antes de que se aprobara casi ninguna medida, los expertos alertaron de que los restaurantes eran un gran foco de contagio –algo que durante días negaron algunos actores del sector–. Su cierre, estaba claro, fue el primero en llegar.
Como medida paliativa, se permitió desde el primer momento que los restaurantes repartieran comida a domicilio. Muchos siguen haciéndolo, pero algunas voces insisten en que hacer tal cosa pone en peligro a los repartidores. Unos repartidores que, por otro lado, viven de repartir comida.
Un dilema similar surge a la hora de hacer la compra: ¿es mejor pedir online o ir al supermercado? ¿A quién ponemos en peligro al tomar una u otra decisión? Planteamos estas y otras preguntas a varios expertos en seguridad alimentaria y un decano en filosofía, aunque la respuesta final tendremos que escogerla cada uno de nosotros.
¿Es más seguro pedir a domicilio o ir al supemercado?
Como apunta Joe Pinksker en un interesante artículo publicado en The Atlantic, “a no ser que produzca su propia comida, alguna combinación de usted y otros humanos tiene que transportarla desde donde sea que esté hasta su estómago”.
La cruda realidad es que cualquier opción que tomemos a la hora de alimentarnos estos días tiene potenciales riesgos negativos sobre otras personas: cajeros, reponedores, repartidores, cocineros… Y, sin tener si siquiera en cuenta los aspectos económicos, no siempre la solución aparentemente más segura o ética lo es tanto.
Como explica a Directo al Paladar el experto en seguridad alimentaria Miguel A. Lurueña, si nos ceñimos a estrictos criterios de salud pública, siempre es más seguro pedir comida online: “Cuanto menos contacto físico tengamos con otras personas, menor será la probabilidad de contagio. En este caso las personas más expuestas serían las encargadas de repartir los alimentos, pero la mayoría de las empresas han definido protocolos para reducir el riesgo, evitando el contacto físico en la medida de lo posible”.
El problema es que, si todos pidiéramos comida online, los servicios de reparto, que ya funcionan con dificultad, se colapsarían por completo. Por eso, los expertos piden que las personas menos vulnerables sigan yendo a hacer la compra.
En opinión de Beatriz Robles, otra reconocida consultora en seguridad alimentaria, la compra online es una buenísima opción para personas de especial riesgo: inmunodeprimidos, personas mayores, personas que manifiesten síntomas, hogares en los que haya niños y los adultos lo tengan más complicado para salir de casa…
“Si no se está en esos grupos, puede irse a comprar siguiendo las normas higiénicas establecidas”, explica Robles. “Desde el punto de vista de la seguridad, va a entrañar un riesgo limitado y es la forma de no saturar el comercio online.
Como apunta la tercera experta en seguridad alimentaria consultada para este reportaje, Gemma del Caño, hay otra opción intermedia que solemos pasar por alto, pero está entre la más seguras para todos: realizar la compra online, con opción de recogida en el establecimiento.
“Para mí es la mejor opción porque no saturas los envíos a domicilio pero evitas estar en el supermercado”, asegura Del Caño.
¿Cuál es la mejor forma de hacer la compra?
Vale, si no estoy en un grupo de riesgo, lo ideal es que vaya a hacer la compra, pero ¿cómo? En esto también coinciden los expertos: saliendo de casa lo menos posible.
“A menos salidas, menos interacción social y menos riesgos para nosotros y para las personas que nos están dando el servicio”, apunta Robles.
Esto, explica Lurueña, no implica comprar a lo loco y acaparando alimentos sin sentido –lo que provocaría otro riesgo siempre presente: el del desabastecimiento–, pero sí nos debería animar a ser más ordenados que de costumbre.
“Deberíamos hacer un menú de comidas para varios días, teniendo en cuenta aspectos como el número de personas, el presupuesto con el que contamos, el número de días que incluye nuestro plan y, sobre todo, los alimentos que vamos a incluir y la cantidad que necesitamos”, explica el experto. “Para ello debemos considerar además si podemos conservarlos en buen estado hasta el último día de nuestra planificación (para ello deberíamos elegir alimentos poco perecederos, o bien, situar los más perecederos en los primeros días de nuestro plan de comidas). Por ejemplo, de nada sirve comprar plátanos para 15 días si al décimo ya los vamos a tener todos pasados. A partir de esta planificación deberíamos elaborar nuestra lista de la compra”.
¿Hay tiendas más seguras que otras?
Durante estos días vemos grandes colas en los supermercados, mientras los mercados tradicionales están prácticamente vacíos. Parece más cómodo ir a hacer la compra a un solo lugar donde tienen de todo pero ¿es más seguro?
Como apunta Robles, todos los comercios presenciales que sirven productos alimentarios tienen implantadas medidas higiénicas que garantizan la seguridad de los alimentos y que, por extensión, nos protegen del coronavirus. Y estas medidas básicas ya se debían de estar aplicando antes de la pandemia.
“Si un establecimiento antes de la crisis seguía prácticas higiénicas reguleras (misma bayeta para limpiarlo todo, manipular los alimentos con las manos y tocar el dinero, llevar ropa de trabajo “no muy limpia”…), no habrá mejorado ahora”, explica la experta.
En opinión de Lurueña, sí hay establecimientos más seguros, pero no tienen que ver con el tipo de comercio, sino con las medidas que hayan tomado para extremar las precauciones: “En casi todos ellos se han tomado medidas para reducir la probabilidad de contagio: distanciamiento físico con líneas divisorias en el suelo, pantallas de metacrilato que actúan como barrera entre dependientes y clientes, limitación del aforo, suministro de guantes o geles hidroalcohólicos a la entrada, pagos con tarjeta, etc”.
¿Está bien pedir comida a los restaurantes?
Llegamos a uno de los dilemas éticos más complejos. Encargar comida a un restaurante –ya sea para llevar o a domicilio– transfiere la tarea de cocinado de los alimentos a un tercero, lo que supone un riesgo extra para esta persona. Pero esta actividad es lo único que le queda al sector de la hostelería, del que viven más de millón y medio de personas cuyo futuro se ve muy negro.
En materia de seguridad, es necesario recordar que el virus no se transmite a través de la comida, aunque como apunta Lurueña el riesgo es mayor con alimentos crudos, como por ejemplo el sushi (tal y como ocurría antes de la pandemia), ya que el calor del cocinado elimina los patógenos que pudieran estar presente.
Por lo demás, depende de cada cuál tomar la decisión sobre la conveniencia de pedir o no comida a los restaurantes.
“Creo que la respuesta no es fácil”, reconoce Lurueña. “Habría que hacer un balance de riesgos/beneficios y para eso habría que poder cuantificarlos: ¿Qué riesgo asume una persona que reparte a domicilio y que mantiene las recomendaciones de seguridad? ¿Qué beneficios económicos obtiene con esa actividad económica, seguramente muy mermada en estos días? ¿Compensan esos beneficios los riesgos? No conozco las respuestas a esas preguntas, así que no sabría muy bien qué decir. Lo que sí tengo claro es que la salud debe prevalecer sobre la economía. Por eso supongo que lo mejor sería dejar esa opción de la comida a domicilio para las personas que no tengan alternativa (por ejemplo, las que no puedan cocinar) porque eso reduce los riesgos de contagio”.
Se trata de una cuestión que puede plantearse, incluso, en términos filosóficos. Preguntamos por ello al decano de la facultad de Filosofía de la UNED, y catedrático de lógica y filosofía de la ciencia, Jesús Pedro Zamora, que sí tiene una opinión al respecto.
“En general, el trabajo de los repartidores me parece tan mal pagado y en tan malas condiciones (incluso en tiempos normales), que tiendo a pensar que es un poco inmoral usar sus servicios sea cuando sea (salvo que se les dé una muy elevada propina)”, explica el catedrático. “En las circunstancias actuales, no creo que la situación cambie mucho: su trabajo puede realizarse, en principio, manteniendo distancia adecuada para que no se contagien (no tienen por qué esperar a que abras la puerta, por ejemplo), y si el comercio tiene medidas suficientes de seguridad, no es un riesgo diferente al de un empleado de un supermercado, o incluso menor. Así que no me parece mucho más inmoral que en circunstancias normales, aunque habría que subir aún más la propina”.
Otro aspecto que debemos tener en cuenta al plantearnos si pedir o no comida a un restaurante es el hecho de que estos puede que estén cerrados mucho más tiempo que otros negocios. En este sentido Del Caño lo tiene claro: “Es necesario apoyar a quien está cambiando su modelo de negocio adaptándose a estos nuevos retos, de eso no tengo duda. La hostelería no puede esperar más a esta modificación porque los coletazos del confinamiento en este sector van a ser largos, así que ellos deben adaptarse y nosotros intentar apoyar”.
Esta misma reflexión, que entra de lleno en el terreno de lo político, se puede aplicar a todo el comercio minorista. “Si podemos informarnos de cuáles son las condiciones de los trabajadores que nos traen los pedidos, podríamos priorizar las compras en empresas que estén respetando los derechos laborales y que estén tomando medidas para protegerles (o que estén reaccionando en esta crisis para mejorar sus condiciones)”, explica Robles. “Todo cuenta”.
Cada cual que saque sus propias conclusiones.
¿Qué podemos hacer para minimizar riesgos?
En tiempos de incertidumbre, al menos a esta pregunta podemos contestar con un rotundo sí. Las mismas medidas que aplican los comerciantes para no contagiarnos deberíamos aplicarlas nosotros para no contagiarlos ni a ellos ni a otros consumidores cuando vamos al supermercado.
Hemos preguntado a Robles, Del Caño y Lurueña por cómo debemos hacer la compra, y si queremos hacerlo de diez debemos ser bastante más cuidadosos de lo que estamos siéndolo, siguiendo siempre estos consejos:
Debemos ir siempre al súper con una lista de la compra lo más completa posible (y para el máximo de días razonable). Además, deberíamos ordenar los alimentos que vamos a comprar según la posición que ocupan en el supermercado: primero los que están cerca de la entrada y en último lugar los que están cerca de la salida. Así podremos hacer el recorrido más corto, sin tener que dar vueltas ni retroceder.
Debemos lavarnos las manos antes de salir de casa y usar mascarilla.
En la entrada del supermercado es habitual el reparto de guantes o de gel hidroalcohólico para higienizar las manos. Es una buena medida, pero debemos recordar que no evita el contagio. Si tocamos una superficie contaminada y nos llevamos las manos a la cara, es probable que nos contagiemos, aunque tengamos guantes. Por eso es importante no llevarse las manos a la cara (tampoco debemos tocar la mascarilla).
Una vez que cogemos un alimento, no deberíamos devolverlo a la estantería. Para evitar que esto ocurra, deberíamos observar los alimentos que vamos a comprar antes de tocarlos.
No debemos quitarnos la mascarilla. Debemos evitar tocar el móvil. Es mejor llevar la lista de la compra escrita en un papel. Si necesitamos tocar el móvil (por ejemplo, para pagar), deberíamos desinfectarlo al llegar a casa (con alcohol de 70ºC por ejemplo)
Mejor pagar con tarjeta que con dinero en efectivo
Mantener en todo momento la distancia de seguridad (se habla de 1,5-2 metros. En general, cuanto mayor, mejor). En este aspecto, los puntos más críticos son los puestos donde hay dependientes y las cajas de pago. En muchos supermercados han tomado medidas de prevención, como líneas divisorias en el suelo y mamparas de metacrilato, pero no debemos olvidar lo importante: el distanciamiento.
Si nos hemos puesto guantes al entrar, deberíamos quitarlos al salir. Para ello debemos evitar tocar directamente la parte exterior con la mano desnuda.
Al llegar a casa, debemos quitarnos el calzado, la ropa y la mascarilla. Nos lavamos las manos y sacamos los alimentos de las bolsas. Si las bolsas son desechables, mejor tirarlas. También es recomendable tirar los envases que no son necesarios. No hay evidencias de que se hayan producido contagios a través de los alimentos, pero el virus es capaz de sobrevivir durante bastantes horas en las superficies (el tiempo depende de factores como las condiciones ambientales y el tipo de material; por ejemplo, permanece durante tres días sobre el plástico). Por eso, si queremos aumentar la seguridad podemos desinfectar los envases con sustancias como alcohol 70%, agua oxigenada (0,5%) o lejía (dos cucharadas soperas de lejía con 5% de hipoclorito sódico en un litro de agua a temperatura ambiente). Debemos separar los envases ya desinfectados de los que aún no lo están. Al finalizar, deberíamos desinfectar además las superficies y lavarnos bien las manos con agua y jabón.
Si pedimos comida a domicilio, hay que tener ciertas precauciones extra:
Proteger a los trabajadores que nos la entregan: evitar el contacto y no acercarnos. Si no es un pedido grande podemos preguntar si prefieren subírnoslo o que la recojamos en el portal… (siempre que estemos sanos y podamos hacerlo).
En caso de hacer pedidos de comida preparada no hay muchas medidas que podamos tomar. Es en los restaurantes donde deben tomarse (y donde se toman): uso de mascarillas, extremar las medidas de higiene, evitar que las personas enfermas manipulen alimentos, etc. Si nos preocupa mucho este tema y es posible hacerlo, una opción es calentar la comida hasta que alcance más de 65ºC durante al menos un minuto en todas sus partes. Aunque eso no se puede hacer en todos los alimentos (por ejemplo, sushi). En esos casos solo nos queda confiar en las buenas prácticas de manipulación de las personas que lo cocinaron.
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