Dado que el sector primario está formado por apenas el 4 % de los trabajadores de España, no es de extrañar que los debates sobre la forma en que producimos la comida tiendan a la simplificación. Es un tema complejo, del que la sociedad se ha ido desentendiendo a medida que el susministro de comida estaba garantizado.
¿Ganadería extensiva o intensiva? ¿Alimentos ecológicos o convencionales? Carne ¿sí o no? Se trata, en gran medida, de falsos dilemas: lo cierto es que existen muchas variables en los manejos agrícolas y ganaderos que impiden formular este tipo de dicótomas. Y el mayor impacto que el sistema de alimentación tiene sobre el planeta está, literalmente, escondido bajo tierra.
Así lo creen al menos los defensores de la agricultura regenerativa, un movimiento internacional aún marginal en nuestro país –donde fue introducido hace una década por el australiano Darren Doherty–, pero que cada vez está ganando más adeptos. Su máxima: si buscamos un sistema de alimentación sostenible es necesario cuidar el suelo. Y su regeneración pasa, necesariamente, por explotaciones autosuficientes, donde la ganadería dé de comer a la agricultura y viceversa.
“En las últimas décadas, el último siglo, la agricultura y ganadería convencionales se han separado y se han roto esos vínculos beneficiosos que tenía el ganado con la planta y el suelo, y eso genera todo tipo de problemas y carencias”, explica a Directo al Paladar Ana Digón, presidenta de la Asociación de Agricultura Regenerativa en Iberia.
“Las praderas y los bosques ya no tienen ese impacto beneficioso que es el ganado”
Desde que se estabuló el ganado, explica Digón, los animales viven peor y desarrollan más patologías –y su carne, insiste, es de peor calidad–; pero, además, al abandonar el medio natural, el suelo sufre.
“Las praderas y los bosques ya no tienen ese impacto beneficioso que es el ganado”, explica Digón. “Por una parte se abandonan los bosques y se llena todo de monte bajo que es un peligro de incendios y las praderas van perdiendo biodiversidad botánica y microbiológica del suelo. Estas praderas que se rotan en agricultura convencional, extractiva, ya no tienen el input animal. Si extraes año tras año vas a tener que meterle algo, no le estás dando lo que el suelo necesita con estiércol, así que tienes que suplirlo con la química. Estos fertilizantes que lo que hacen es simplificar muchísimo el sistema nutricional de la planta”.
El resultado, explica la presidenta de la asociación: cultivos más frágiles que necesitan más fitosanitarios –ergo, una mayor inversión en insumos– y suelos cada vez más pobres. Un círculo vicioso que, unido a los bajos precios, lleva a los agricultores y ganaderos a situaciones de endeudamiento masivo.
Menos gastos, más tranquilidad
Juan Luis Domínguez Campa, que tiene una pequeña ganadería en Retamal de Llerena (Badajoz), asegura que llegó a la agricultura regenerativa “por necesidad”, buscando una forma de que su explotación fuera rentable.
En los años 90 su hermano empezó a modernizar la explotación tradicional, de ovejas y cultivos de secano, que había heredado de su padre. Lo hizo a rebufo de las nuevas ayudas de la Política Agraria Comunitaria (PAC) que daban más dinero cuanto más terreno sembraras.
“Mi hermano llegó con muchas ganas, aumentó la maquinaria, el movimiento, el laboreo, y llegó un momento en que entre barbecho y cultivo estaba toda la finca sembrada y los pastos para el ganado eran cada vez más escasos. Eso te lleva a suplementar, a comprar pienso. Al principio la cosa funciona bien porque consigues buenas cosechas. Lo que nadie te cuenta es que los fertilizantes tienen su efecto. Es como una minería. Vas sacando y llega un momento en que ese exceso de laboreo empobrece la tierra y por mucho fertilizante que eches no consigues el rendimiento del principio. A los 20 años no conseguíamos los mismos rendimientos y empezamos a buscar qué estaba pasando”.
Corría el año 2012. En plena crisis. “Si seguíamos en la dinámica de los años anteriores teníamos que pedir créditos, que es lo que hacen todos los agricultores”, explica Domínguez. “Meterte en el banco y seguir por ese camino que iba en decadencia”.
“El neto nos sale parecido, pero el suelo cada vez va mejor y nosotros trabajamos menos y estamos más contentos”
Los Domínguez se plantearon pasarse a la agricultura ecológica, pero no les convenció. “Era cambiar fertilizante convencional por fertilizante ecológico, pero no se cambia el manejo”, insisten. Buscando información llegaron a los cursos que impartía la asociación de agricultura regenerativa y empezaron, poco a poco, a cambiar la explotación.
Actualmente se dedican sobre todo a la cría de cerdo ibérico –que todavía tiene una parte de manejo convencional– y ganado ovino. La transición no ha sido fácil. El suelo tarda en recuperarse y la producción es menor, pero la carne, al ser de mejor calidad, se vende a un mejor precio –en su propia web, Mundos Nuevos– y se gasta mucho menos. “El neto nos sale parecido pero con la ventaja de que el suelo cada vez va mejor, nosotros trabajamos menos y estamos más contentos”, concluye Domínguez.
No hay recuperación del suelo sin ganadería
La agricultura regenerativa promueve un cambio en el manejo de cultivos, rebaños, y explotación de los recursos hídricos, con diversas técnicas, no siempre tradicionales (tampoco esotéricas) como el “manejo holístico”, la “línea clave”, la “agricultura de carbono” o la “planificación de pastoreo”.
Pero el movimiento insiste también en cambiar la forma en que consumimos, de ahí que en el mundo anglosajón se hable ya de “alimentación regenerativa”.
Sus promotores creen en la necesidad de promover un consumo de proximidad, pero reniegan de otras tendencias muy extendidas en alimentación, como son la agricultura ecológica o el veganismo.
“Hay muchos caminos para encontrar un producto saludable y cercano”, asegura Digón
En Estados Unidos existe una certificación de agricultura regenerativa, que expide el Rodale Institute, para la que es necesario contar también con el sello de agricultura ecológica. En España no existe un certificado de este tipo y tampoco se pide a los miembros de la asociación producir en ecológico.
“Los hay que los tienen y otros que no y es una decisión empresarial de cada finca, porque en muchos casos es una decisión de mercado”, explica la presidenta de la asociación. “Promovemos el manejo y la conciencia de dónde vienen las cosas, reducir el uso de insumos externos y estudiar estos usos. Hay muchos caminos para encontrar un producto saludable y cercano”.
En lo que insisten todos los adeptos a la agricultura regenerativa es en la importancia de la ganadería. En su opinión, comer carne no es necesariamente más contaminante.
“Los herbívoros son esenciales en los ecosistemas, nos pongamos como nos pongamos, los queramos comer o no”, explica Digón. “Si quitas el ganado no van a aparecer un montón de mandadas de ciervos que hagan esa función. Los herbívoros domesticados son necesarios para regenerar lo que hemos destrozado. Son una herramienta de sanación. Son de hecho la más potente herramienta de sanación, que trabaja 24 horas sin sueldo”.
Para Digón las nuevas carnes vegetales son puro quintacolumnismo: “Es muy inteligente para la industria plantear el veganismo como una alternativa pero ¿acaso la gente se plantea pensar de donde vienen todas esas proteínas vegetales? No vienen del aire, vienen de procesados altamente industrializados, de cultivos que matan la vida del suelo y el ecosistema”.
De la macrogranja a la microgranja
Sergio Alierta es veterinario y dueño de una explotación bovina situada en los pueblos de Farlete y Monegrillos, en pleno desierto de los Monegros (Zaragoza). Tras pasar 10 años en Argentina, volvió a su Aragón natal y transformó la explotación ovina familiar en una de ganado bovino: 80 cabezas de cruce entre Asturiana de la Montaña y Aberdeen Angus, con manejo regenerativo y certificación ecológica, con las que produce una carne que se vende casi en exclusiva por internet (a precios elevados).
“Hay un mercado que lo aprecia de verdad, y cada vez se va a consumir menos carne, pero siendo más conscientes de lo que se consume”, asegura Alierta.
En su explotación, no hay prácticamente insumos: las vacas se alimentan exclusivamente de pasto y heno seco que se produce en la propia finca. Antes de traer comida de fuera, asegura el ganadero, reduciría el tamaño del rebaño.
“El modelo de granja que se está extendiendo no tiene ningún sentido, más si nos ponemos a hablar de la huella de carbono de un cebadero intensivo”, explica Alierta. “La gran virtud del rumiantes rumiar, aprovechando recursos naturales que otros animales no pueden aprovechar a través del pastoreo. El engordar nuestros novillos a pasto no es algo extraordinario, es el proceso normal de un rumiante en la naturaleza”.
Una de las críticas que se hace siempre a los manejos agrícolas no convencionales es que son menos rentables y, a la larga, no podrían alimentar a la creciente población. Solo podría comer carne quien pudiera pagarla.
Para Digón, la realidad es justamente la contraria: “Un estudio de la FAO que se hizo a lo largo de cuatro años, con 400 científicos, estableció que no solo puede no puede alimentar al mundo, es que es lo único que puede hacerlo. Ese tipo de agricultura familiar, en la que se integran animales, agricultura, diseño inteligente, procesos cortos, venta directa... Eso es lo que puede alimentar al mundo”.
El tiempo dirá si está en lo cierto. De momento, mientras en España los pequeños agricultores se quejan de las trabas que pone la administración para, por ejemplo, compaginar labores agrícolas y ganaderas, la agricultura regenerativa ha encontrado el respaldo de algunas multinacionales de la industria alimentaria, como PepsiCo, General Mills, Nestlé o Unilever, que están financiando programas al respecto como una vía de cumplir con sus objetivos de reducción de emisiones.
Imágenes | Agricultura regenerativa
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