Raül Balam Ruscalleda (Sant Pol de Mar, 1976) es hijo de Carme Ruscalleda, una de las dos únicas cocineras de la historia de la cocina española que ha ostentado las tres estrellas Michelin. Balam trabajó en las cocinas del triestellado restaurante Sant Pau mientras lidiaba con un enorme problema de adicción a las drogas, que le llevó a tocar fondo en 2013, cuando su familia descubrió que Balam estaba metido en un problema mucho más gordo de lo que creían.
Tras pasar por un centro de desintoxicación, Balam dejó por completo las drogas y lleva ya casi una década limpio. Actualmente, dirige las cocinas del restaurante con dos estrellas Michelin Moments, en el Hotel Mandarin Oriental de Barcelona y se ha aventurado a contar toda su historia de adicciones en un libro escrito con la ayuda de la periodista Carme Gasull: Enganchado (Libros Cúpula).
Hablamos largo y tendido con Balam por teléfono, que se enfrenta con aplomo a todas y cada una de nuestras preguntas. Lo importante, insiste, es que la gente sepa a lo que puede llevar una adicción a las drogas y ayudar a que salga de ellas.
Hasta hace muy pocos años era muy raro salir del armario de una adicción. Y como el problema no se contaba, no se visibilizaba. ¿Ha sido duro poner negro sobre blanco toda tu historia?
Ha sido muy fácil. Había muchas ganas. Fue una propuesta de la editorial que surgió después del documental 'Vía libre' sobre el problema de la adicción. Me preguntaron si me apetecía y ni me lo pensé dos veces. Enseguida dije que sí. Me gusta quitar el estigma de lo que es la adicción. No es un vicio, es una enfermedad mental.
Una enfermedad especialmente escurridiza. Todos tenemos amigos o conocidos que, creemos, pueden estar bebiendo demasiado, pero en muchos casos parece tabú señalar que quizás tienen un problema de adicción. El típico “bebo lo normal”. ¿Tú cómo te diste cuenta de que lo tuyo no era “normal”?
A mí desde siempre se me dijo, sobre todo mis padres, que bebía muy rápido. Y siempre fui consciente de que bebía muy rápido. Me pedía una copa en una barra, me servían la copa, me apartaba de la barra cuatro pasos y ya me había acabado la copa. De siempre supe que bebía más de lo normal, pero lo normalizaba. Yo no lo veía como una droga. Lo aprendí cuando me ingresaron en el centro [de desintoxicación]. Yo iba a dejar las drogas duras, nunca en mi vida habría puesto el alcohol en el saco de la droga.
¿En qué medida en el mundo de la hostelería se da por sentado que cierto nivel de adicción o, cuanto menos, tolerancia al alcohol, es aceptable?
No solo pasa en la hostelería, es en toda la sociedad. El alcohol está presente culturalmente en la Iglesia, en las celebraciones familiares, desde años ha, siglos. Siempre ha estado ahí, pero bueno, no sé, ahí está y es legal. No somos conscientes de que es una droga. Yo no lo era. No lo tenía puesto como tal.
En tu caso has tenido la hostelería en casa y en el libro dices incluso que tus primeros camellos fueron tus padres, que te dieron tu primera copa. ¿Cómo se ha tomado todo esto tu familia?
Justo hubo otra publicación este fin de semana donde el titular era este y me han dado palos por todas partes. Cuando hablas de la palabra camello encuentras a una persona que siempre te va a invitar a la primera, que está en una plaza de noche y vende cosas ilegales. Fui muy consciente al decir esta frase para poner en el saco lo que es el alcohol. ¿Tu primera copa quién te la dio?
La primera vez que probé el alcohol fue con mi familia, sí. Vino.
¿Ves lo normalizado que tenemos el alcohol? Se lo ofrecemos a menores, por cultura. A mi madre cuando se mareaba de pequeña le daban un terrón de azúcar con Agua del Carmen. Está muy arraigado: no digo que sea malo, pero es muy peligroso. Los primeros que me dieron una ingesta de droga fueron mis padres. Y los padres de mi vecino, y de mi hermana, y los padres de mis amigos y los padres del 90% de la población. Es algo cultural. Tenemos que ver un poco el peligro que hay. Desde que me diagnosticaron esta enfermedad tengo unas sobrinas que son menores y nunca se les ha dado alcohol, porque saben perfectamente lo que le pasó a su tío. No quiere decir que no vayan a beber. Si tienen la enfermedad la tendrán y si no, no. Me dieron por todos lados, pero me reafirmo en lo que dije. En casa lo hemos hablado y lo tienen asumido. El objetivo está cumplido: que la gente habla de esto y abra un debate.
Supongo que para tus padres debe ser duro escuchar eso en boca de su hijo.
Mis padres ven el resultado del hijo que tienen al aceptar que había una enfermedad. Están felices y piensan “ojalá lo hubiera hecho antes”. Se hizo cuando fue el momento, cuando toqué fondo.
Enganchado (Salud)
En tu caso, el alcohol, cuentas, fue la puerta de entrada a tomar otras drogas. ¿Hay también mucha cocaína en el mundo de la hostelería?
Hay cocaína como en todos los mundos. Para mí entró con una pareja que tuve para una noche salir de fiesta un fin de año. Cuando yo empezaba no conocía a nadie que tomaba. Luego con el tiempo te juntas con lo mejorcito de cada casa y conoces gente. Pero no fue por la presión de trabajo ni por la hostelería para nada. Yo tengo que agradecer a la cocaína que bajé a los infiernos muy rápidamente, tuve un declive muy rápido. Empecé en 2000 e ingresé en 2013, si no hubieran entrado las drogas duras habría sido un alcohólico duro y me habrían ingresado a los 70, me habría perdido 25 años de vida. Tengo que agradecérselo a la cocaína. Empiezas los fines de semana, pero en cuanto la probé supe que era mi droga. Yo era muy tímido y con esto era muy extrovertido, más sociable. Es el engaño que te da la droga, acabé en casa consumiendo compulsivamente, solo, sin ducharme, sin confiar en nadie. Era patético.
La cocaína es, además, una droga muy cara. ¿Tuviste también problemas de dinero?
Yo ingresé con tres microcréditos que tenía en el banco. Se me fue haciendo una bola. El dinero que ganaba cada mes ni entraba en la cuenta, se iba a lo que debía en las visas. Entré pidiendo dinero. Te acostumbras a unas cosas... No solo es la cocaína, es lo que lo rodea. El rodearte siempre de gente, infravalorándote mucho e invitando a todo el mundo.
Tengo entendido que una de las primeras cosas que tienes que hacer en el tratamiento de una adicción es cortar con las amistades con las que compartías la adicción. Se suele decir que los amigos de la droga no son verdaderos amigos, pero esto ¿es siempre así? ¿No echas a gente de menos?
Cuando ingresas tienen que rechazar todas las amistades, las buenas y las malas. Luchas mucho por los amigos, porque crees que los perderás. Los amigos que son buenos amigos regresarán, sin ninguna duda, pero en mi pueblo tengo que girar muchas caras, porque había gente con la que tenía relación solo de la noche. Estamos en dos épocas totalmente distintas, ni a mí me interesa a esa persona ni a ella yo. Yo renuncié a todos los amigos y han vuelto los de verdad. Y alguno ha ingresado, está en proceso. Ahora está en el proceso de renunciar a todas las amistades y el tiempo dirá si nos reencontramos. Él está en su proceso y yo en otro. Hay gente que ha hecho tratamientos y gente que veo, pero no voy a saludar nunca en la vida.
Eso tiene que ser muy duro,
Al principio sí, pero después te acostumbras. Yo no puedo volver a tomar nunca más. Es lo que tienes que hacer para cuidar tu enfermedad. Yo tengo una enfermedad que tendré toda la vida, no voy a curarme nunca. Tengo que ser muy cauto.
En el libro cuentas también lo difícil que fue para ti salir del armario, aceptar tu homosexualidad. Hoy parece que se da por hecho que todo el mundo es tolerante con el colectivo LGTBI, pero en tu caso fue difícil. ¿En qué medida la intolerancia o el miedo a la intolerancia con tu condición sexual te empujó también de forma más agresiva quizás al mundo de las drogas?
Mi salida del armario fue muy traumática. Pensaba que tenía que tener una novia, casarme con ella y tener hijos. Toda la pesca. Fue un rechazo a mí mismo, pero el problema a la homosexualidad no lo tenía el mundo, lo tenía yo. Cuando salí del armario mis padres enseguida dijeron que no era ningún problema, que hiciera lo que fuera con mi vida. Tuve muchos años novia y el alcohol era esa vía de escape que me hacía olvidar mi condición. En esa primera copa empezó todo, no quiere decir que fuera por esto, ya era adulto, pero me ayudaba a desinhibirme. Creía que me ayudaba.
Tiene que dar miedo.
Me dolía mucho. Y tenía mucho miedo. Me cambiaba de acera por el qué dirán. Pero era un miedo mío. En cuanto desplegué las alas hubo un cambio muy rápido. Salí del armario, lo supieron mis padres y lo que pensaba el mundo me daba igual. A las tres semanas ya tenía novio. Pero durante ese proceso el alcohol me ayudaba, me engañaba y me refugiaba allí. Y la droga… También pensaba que los polvos con droga eran los mejores del mundo. Y te lo digo claramente: son mucho mejores los polvos desde que estoy limpio. Pienso muchas veces que no me había enterado de nada de lo que iba la vida. Tengo un terapeuta que dice que si quieres sensaciones fuertes en la vida deja la droga y empieza a vivir. Te crees que la droga te hace volar, pero lo que te hace vivir en el mundo es enfrentarte limpio ante él. El sexo lo disfruto mucho más que antes, no me lo había dado ni la mejor noche que yo recuerde de cuando iba colocado.
La hostelería con sus turnos partidos, el trabajo de noche, las jornadas interminables, tiene fama de ser un mundo muy dado a problemas mentales, y en concreto adicciones. ¿Qué hay de cierto en esto?
Yo creo que en la hostelería hacemos mucho ruido, pero está igual en todos los ámbitos. En el periodismo, la política, transportistas.... La droga está metida en todos los sitios. En la hostelería hay presión, pero como en todos los trabajos. La gente en mi entorno tiene una vida ordenada y hace otras cosas. Hace once años te habría dicho que sí, que era lo peor, ahora no es mi percepción. También mi visión de vida ha cambiado muchísimo. Pero vas a ferias y todo y la gente se va a dormir pronto, igual tienes una ponencia o quieres ir al Tibidabo en bicicleta.
En tu libro insistes en la importancia de ver la adicción a las drogas como lo que es: una enfermedad. Y para curarse de una enfermedad se necesita ayuda clínica. En tu caso ¿cómo llevaste el tratamiento?
Yo estaba tan destrozado cuando ingresé que para mí fue una salvación. Estaba en un momento en plan "haced conmigo lo que queráis". No quería vivir. El libro se hizo por esto también, para contar el proceso. Es muy heavy. Tienes que cambiar todos tus registros, tienen que aprender a hablar diferente, follar diferente, correr diferente, hablar con tu familia diferente... Es un proceso muy duro, pero que si lo haces bien hecho es el que te a va a preparar para tu futuro. Es un proceso que de verdad que si la gente pudiera hacer un retiro, tener un tiempo para dedicarte sola a ti, y plantearte tu vida, es una maravilla. No lo recuerdo como una cárcel. Fue lo que me salvó y me enseñó a vivir.
Cuentas en el libro que un adicto lo es para toda la vida. ¿Es para ti imposible volver a disfrutar de una cerveza o un vino?
Ni me lo planteo. No me planteo en mi futuro ni beberme una copa. No lo echo en falta. Se a dónde me lleva. He aprendido a vivir sin ello. Si tuviera una alergia a las judías muy fuerte que me llegue a matar no comería esto y el mundo no se plantearía "pobrecito", pero con el alcohol todo el mundo lo pregunta. Yo voy a los restaurantes y disfruto incluso más que antes. Bebo agua y me quedo más pancho que ancho. El alcohol me transformaba de una manera horrorosa. Si el precio para tener estabilidad para siempre es no beber nunca más, es el precio más bajo que hay. Ningún problema.
En tu cocina actual ni siquiera usas alcohol para los guisos. ¿Hay que ser tan estricto?
Soy estricto conmigo. En mi casa nunca ha vuelto a entrar una botella ni de vinagre. En mi casa. En mi cocina no pruebo platos que lleven alcohol aunque se haya evaporado. Puede ser el principio de una recaída. Tengo un equipo que los prueba. Pero cada día voy quitando más cuando hago una receta, raramente lo pongo, a no ser que lo tenga que llevar sí o sí, pero yo ni lo pruebo. Menos las peras al vino, que es imposible, el resto de recetas salen igual.
¿En qué medida el hecho de estar limpio te ha reconciliado con la cocina?
Tuve que renunciar igual que a los amigos a mi trabajo. Y renuncié a él. ¿A qué estás dispuesto? A todo. Al trabajo si se tiene que renunciar también. Lo que pasa que ya sabían los terapeutas que yo volvería a trabajar de cocinero. Empecé poco a poco. La manera en la que trabajo ahora no tiene nada que ver. El modus operandi es totalmente distinto. Yo soy una persona totalmente distinta. Antes trabajar conmigo era un caos, hoy venía el Raül contento, hoy un poco piripi, ahora contento... Trabajar conmigo era un caos, era como trabajar con un tsunami. Ahora soy recto, cumplidor, justo… No tiene nada que ver. Por eso el trabajo es especialmente distinto. Ahora amo mi trabajo. Me llena muchísimo trabajar haciendo feliz a la gente.
¿Hay alguna afición que te haya ayudado especialmente a salir?
El deporte te obligan a hacerlo y es una cosa que he hecho desde hace diez años. Te genera drogas naturales, endorfinas, que genera tu cuerpo, te duran 24 horas y te dan estabilidad. Entró el deporte, pero el hobby más grande que tengo es disfrutar de mí mismo y de la soledad. Yo tenía que estar siempre con gente y ahora puedo estar sentado en la terraza de mi casa viendo como crecen los geranios. La recuperación es caerme bien.
Imágenes | Libros Cúpula/Mandarin Oriental
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