Cuando uno entra a comer o cenar en Viridiana (Juan de Mena, 14- Madrid), no te da la sensación de estar ante uno de los restaurantes más innovadores de la capital de España.
La decoración, no demasiado cuidada, y la cordial y cercana bienvenida de su chef, Abraham García, se alejan, afortunadamente, de los tópicos snobs que abundan en la cocina de autor madrileña, muchas veces más dispuesta a vencer que a convencer.
Pero un vistazo a la carta te despierta los ojos: el maridaje de ingredientes de todo el mundo, de uno a otro confín, te advierten de la sensibilidad cosmopolita de Abraham, cuya personalidad inunda toda la casa.
No enólogo, pero sí borracho, como el mismo se autodefine, conjuga sus deliciosos arenques con frutas tropicales con maravillosos vinos alemanes de la Alsacia y su presa ibérica con chocolate con tintos sudafricanos muy resultones. Y es que son unas 600 las referencias que se pueden encontrar, en cuanto a vino, en este espléndido restorán.
Un servicio cuidado, profesional, pero lleno de cordialidad y cercanía, impronta sin duda del genio humilde de Abraham García, consiguen lo que todo el mundo quiere pero pocos se proponen: que estés en “tu casa” comiendo una comida de autor marcada por una fuerte personalidad sin sentirte en ningún momento incómodo, fuera de lugar, y sin que en ningún momento te entren ganas de salir de allí a buscar refugio en otro lugar más acogedor.
Lo mejor que se puede decir de una cocina personal, en mi opinión, es que levanta opiniones contrarias: la cocina de Abraham García tiene sus detractores, cómo no, pero siempre tendrá ese grupo en el que me encuentro de fervientes admiradores