No es fácil echar las cuentas. Angelita Alfaro (Cervera del Río Alhama, 1941) acaba de publicar su 25º libro de recetas: Te quiero, verde, un volumen con sus mejores recetas con vegetales (aunque casi todas llevan algo de carne). El televisivo Karlos Arguiñano tiene sobre el papel alguna referencia más, pero muchas son reediciones o libros colaborativos. Para la propia Alfaro no hay duda: “No es que le tenga recelo, pero más que Arguiñano tengo, te lo juro”.
Tampoco es cuestión de hacer un ranking, pero lo de Alfaro tiene especial mérito: aunque, como dice ella, le salieron los dientes trabajando, no publicó su primer libro de recetas hasta los 47 años, tras aprender mecanografía en un curso del paro. El volumen resultante, La cocina de Angelita, publicado por una pequeña editorial donostiarra, fue un bestseller. Y, desde entonces, no ha parado de publicar, casi un libro al año.
A día de hoy, Alfaro disfruta del reconocimiento del que no gozó nunca. “Quiero que no me olvide la gente”, insiste, tras relatar una vida de penurias: la que le tocaba vivir a muchas mujeres en las familias humildes de la España de posguerra.
Una vida trabajando sin parar
“Yo era la mayor de cuatro hermanos y como mi padre un buen día nos abandonó tuve que hacer de padre y madre”, explica Alfaro. “Mi madre era cocinera de los comedores escolares por la mañana y por la tarde alpargatera. Iba a la escuela por la mañana y los cuatro hermanos íbamos comer al comedor de la madre, y luego por la tarde yo ya le tenía preparado el tajo a mi madre, le subía las alpargatas, la tarea del amo, que era catalán, y por la tarde me quedaba sin escuela porque tenía que ayudar a mi madre a hacer las alpargatas. Yo lloraba mucho porque quería ir a escuela, pero mi madre me decía que no podía ser, que corrían prisa, que eran para Pamplona porque eran los San Fermines”.
Aunque Alfaro era una de las niñas más lista de la clase, la que elegía la maestra para responder las preguntas cuando venían las delegadas del Frente de Juventudes a examinarles, no pudo estudiar.
“Con 13 años ya estaba de tejedora haciendo telas y no estábamos asegurados”, explica. “Cuando venían los inspectores me metían en una perrera con los perros del señorito que era cazador. Luego los domingos me llevaban de niñera a cuidar a sus ocho hijos. Mi vida ha sido un trabajo constante, pero era muy feliz trabajando, yo lo que no quería es estar de fiesta”.
A los 17 años, cuenta, se fue de casa a buscar trabajo: “Me dijo mi madre que fuera a Alfaro, que tenía las hermanas allí, pero no me gustaban los mozos de Alfaro que eran muy burros, decían, y emborrachaban a las vacas. Así que me fui a Pamplona con 17 años que estaba mi familia paterna a servir”.
La cocina de las amas de casa
“Yo quería servir de cocinera, pero no encontraba trabajo porque era muy guapa, majo, aunque está mal decirlo”, explica. “Ahora soy un cromo, pero era rubica, con una buena melena y todo esto y me cogían de doncella. De allí me estuve hasta los 21 que me casé con uno que me pasaba 12 años y le corría más prisa”.
Ese “uno” es su marido, al que sigue cuidando a sus 93 años. Aunque Alfaro es casi una celebridad en Navarra y La Rioja, tampoco se ha hecho rica escribiendo libros de recetas. “Somos mileuristas, que vivimos con la paga del abuelo [su marido] que tiene 93 años y ni oye ni ve, parece un gato de escayola”, bromea. “Pero lo trato muy bien, como un marajá.”
Fue como ama de casa, en el barrio pamplonés de Chantrea, donde Alfaro fue desarrollando sus dotes de cocinera, cocinando para su marido, pero también para sus tres hermanos, a los que se trajo a casa para no dar trabajo a su madre.
Te quiero, verde: Una declaración de amor a la cocina vegetal tradicional
“Cuando me casé no tenía otra obsesión que guisar y poner comidas”, asegura. “Para no ser gravosa para mi marido, que era encofrador, en vez de hacer el chilindrón solo con paletilla, ponía cuello, falda, para aligerar el importe”.
Pero, pese a andar con el dinero justo, Alfaro invitaba a casa a comer a todo el que podía. “Invité hasta a un pobre que vendía en la puerta. Le dije 'pase usted que tengo garbanzos calenticos y le daré un plato'. Y cuando mi marido vino a trabajar me puso verde por meter a los pobres a mi cocina. Yo no veía el peligro”.
La llegada del éxito
La vida de Alfaro habría pasado desapercibida como la de tantas sacrificadas amas de casa si no fuera porque una tía suya le metió la idea, que no aprobaba su madre, de escribir un libro de cocina.
A los 47 años, tras pasar por una de las 18 operaciones que ha tenido en su vida –“soy carne de quirófano”, reconoce–, decidió apuntarse a un cursillo del paro de secretaria/mecanógrafa. Aunque estaba rodeada de chavalicos, la cogieron y, tras realizar el curso, escribió su primer libro de recetas en “una Olivetti de esas altas”: 435 recetas en 435 folios.
Pensaba autoeditarlo, pero la editorial Txertoa vio el potencial del libro y lo publicó convenciendo a la autora de que le pusiera su nombre.
La cocina de Angelita: 7 (Leire)
“Fue un bestseller”, explica Alfaro. “Se vendió como las chocolatinas. Después de muchísimas ediciones tiraron uno pequeñito de bolsillo con el mismo título y me entró una afición desmesurada a los libros de cocina”.
La pamplonesa es ya una experta en el mundo editorial. Toda una especialista, además, en encontrar buenos prologuistas: “Buscaba lo más importante, que el no ya lo tengo: Rafael Ansón, Alfredo Landa, Ana Rosa Quintana....”
En sus años de escritora se hecho habitual en radios y televisiones y ha hecho amistad con cocineros de la talla de Martín Berasategui, Andoni Luis Aduriz o Pedro Subijana, que le han invitado a sus respectivos restaurantes. Pero sigue sin ser de comer fuera.
“Yo miraba los preparativos que hay que hacer, miraba todo por dentro”, explica. “Comes que da gloria, pero vienes a casa y comes una menestrita de Navarra y, señor, que no se enfade nadie conmigo, pero yo por comer no voy a de ahí a aquí”.
“No quiero descansar”
Además de escribir libros de recetas, Alfaro se pasa todo el día haciendo alpargatas, el calzado típico de Cervera que nunca se ha cansado de confeccionar.
“He hecho alpargatas a los papas con sus bordados, y les hago a los reyes, a los príncipes, a las infantas, a las crías de la Presley y a los pobres de Chiapas, que les mando herramientas y materiales”, explica la cocinera.
–“Después de una vida de tantísimo trabajo, ¿no estás ya cansada?”
–“Ni hablar. No quiero descansar. Además ya les digo que cuando me muera me metan las herramientas de hacer alpargatas porque le haré las alpargatas a San Pedro. En el cielo digo que me dejarán un sitio, que bastante infierno he tenido aquí”.
Imágenes | Planeta/Txertoa
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