Tan sólo se han desplazado 200 metros del restaurante familiar en el que han surcado su exitosa carrera, imaginamos que será un traslado muy emotivo pero también muy positivo, pues han multiplicado el espacio y han cumplido un sueño, un proyecto en el que han trabajado mucho.
La conocida Torre de Can Roca es ahora el nuevo Celler de Can Roca, un espacio diáfano que resplandece aún más gracias al acceso de la luz natural. El comedor es más amplio, en tonos claros en tejidos y maderas cálidas, aún así, no han aumentado el número de mesas, pues afirman que se sienten cómodos con el número de clientes que tenían, a lo que quieren seguir mimando igual proporcionándoles mayor comodidad y un entorno exquisito.
Lo que facilitará y hará mejorar el trabajo de los hermanos Roca son los metros que también se han sumado a su cocina, a su bodega y los más modernos instrumentos y maquinaria que conviven con los tradicionales. La cocina es ahora siete veces más grande, antes contaban con 30 m2 para 20 personas. Mientras que la bodega, de los 70 m2 del antiguo local ha pasado a los 250 m2 y se ha convertido en una bodega sensorial.
Dicen que no hay bodega igual en el mundo, Josep Roca (el sumiller de la familia) explica que cuando los clientes entren en ella se encontrarán con dos pantallas de plasma que muestran imágenes y palabras del vino que se está catando, además, lo sentirán a través del tacto, pues en el centro de la bodega sensorial hay un recipiente en el que se encuentran texturas que se relacionan con el vino.
Jordi nos explicó en nuestro último encuentro que realizaban este cambio de local del que sabemos que nos vamos a llevar muchas más sorpresas cuando lo visitemos (y también de un libro del que pronto hablaremos).
Doce nuevas mesas acogerán hoy a los privilegiados comensales que disfrutarán de un estreno al que muchos quisiéramos asistir.
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