¡Bendita fabada congelada!

El otro día tuve una mañana horrible. Tenía un montón de trabajo y encima estoy de mudanza; me tocaba desmontar el vestidor y empaquetar toda la ropa, así que entenderéis que cuando abrí el congelador y me encontré una fiambrera con un tesoro en su interior no pude evitar gritar: ¡Bendita fabada congelada!

No os podéis imaginar lo bien que me sentó, además estaba buenísima y solo tuve que tener la paciencia de calentarla a fuego muy lento, para que no se deshicieran las fabes y no estropeara el magnífico trabajo que había hecho mi abuela unos meses atrás.

En general todas las legumbres aguantan maravillosamente ser congeladas, algo que prolonga en el tiempo el placer de preparar una rica fabada o unas lentejas, aunque en mi caso mi único trabajo fue decir sí a la propuesta de mi madre y mi abuela que me llevara un tupper a casa.

Es una pena que no todos los platos soporten tan bien congelados y recalentados. Cuando preparo fideuá o paella las sobras no son tan deliciosas ni siquiera al día siguiente, pero si preparáis cualquier tipo de legumbre, no dudéis un segundo y guardadla en raciones individuales o dobles, algún día os encontraréis en un apuro y os salvará la vida. Porque la fabada de lata está buena, pero la fabada de la abuela congelada es un trocito de cielo.

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