El duro camino de los últimos pastores trashumantes: a pie de las dehesas de Cáceres a la montaña de León con 1.500 ovejas

  • José Manuel Sánchez Miguel es el último ganadero extremeño que practica la trashumancia andando

  • Se calcula que siguen trashumando medio millón de ovejas en España, pero casi nadie coge las cañadas

El camino que sube del pequeño pueblo leonés de Valverde de la Sierra hasta el puerto del mismo nombre, situado en un valle glaciar a los pies del pico Espigüete (2450m), pone a prueba a los senderistas, pero también a los más experimentados todoterrenos.

Aquí sobreviven vehículos proscritos en las ciudades como el Lada Niva, el Mitsubishi Pajero o el Land Rover Santana, necesarios para las labores ganaderas que se siguen llevando a cabo en los puertos de montaña de toda la Cordillera Cantábrica.

Pero nuestro anfitrión apenas coge el coche estos días. José Manuel Sánchez Miguel es un pastor trashumante que lleva viviendo en un pequeño chozo del puerto desde mediados de mayo, cuando llegó con su rebaño de 1.500 ovejas. Solo baja al pueblo cada cinco días para subir suministros. O, en este caso, periodistas, que vienen a conocerle gracias a Interovic, la interprofesional de la carne de cordero.

Vivir en el puerto en verano es lo normal entre pastores. Lo que ya no lo es en absoluto es que Sánchez, de 44 años, haya realizado la trashumancia a pie hasta aquí desde su pueblo: Huertas de Ánimas –una pedanía de Trujillo (Cáceres)–.

Son en torno a 500 kilómetros, que Sánchez, su familia, una docena de perros y una mula recorrieron en primavera, durante 39 jornadas, durmiendo al raso y atravesando unas cañadas cada vez menos preparadas para el objeto con que habían sido concebidas y protegidas por ley.

Los penúltimos trashumantes

Aunque se calcula que hoy en día aún realizan la trashumancia en torno a medio millón de ovejas, casi todas se mueven en camión, después de que Renfe, en los años 80, dejará de prestar servicios de transporte de ganado por tren – mucho más cómodo para las ovejas y económico para los pastores–.

Sánchez decidió volver a la trashumancia tradicional el pasado año empujado, en primer lugar, por la inflación y la sequía, que hacía muy caro alimentar al ganado en la dehesa extremeña, pero además por la “ilusión” que le hacía recorrer el camino que antes que él habían hecho su padre, su abuelo y todos sus descendientes.

El año pasado, asegura, le salió mejor económicamente que pasar el verano en su pueblo, pero este año ya no lo tiene tan claro. Para hacer la trashumancia a pie con un rebaño tan grande, necesitas viajar con, mínimo, otras cinco personas, a las que hay que pagar. Sánchez, por suerte, cuenta con una familia numerosa que le ha estado ayudando en verano, pero, aun así, ha pagado durante todo el verano un salario a Maxi, un joven pastor alemán en prácticas.

Maxi apenas habla español, pero lleva todo el verano ayudando a José Manuel con las ovejas.

La vuelta, prevista para mediados de octubre, la hará en camión, con las ovejas ya preñadas, con la previsión de que se pongan de parto a mediados de noviembre.

Cada vez menos pastores se animan a hacer el camino andando por una cuestión económica. Además de Sánchez, los únicos pastores que quedan haciendo a pie una trashumancia de largo recorrido son los que recorren todos los años el trayecto que separa los Montes Universales, en Teruel, de Sierra Morena, en Jaén. Pero tampoco ayuda que las cañadas estén cada vez peor.

Como explica a DAP Manuel Rodríguez Pascual, autor de La trashumancia. Cultura, cañadas y viajes –el libro, descatalogado, considerado unánimemente como la referencia del asunto en España–, nuestro país cuenta con una red de cañadas de 125.000 kilómetros que, por ley, deben tener una anchura de 90 varas. O, lo que es lo mismo, 75 metros.

“Es impresionante que tengamos un bien público de esas características”, apunta Rodríguez. “Estaba todo organizado. Cada x kilómetros había un campo más grande que se usaba de descansadero, había acceso a los ríos o fuentes… Hoy es un mundo que agoniza”.

Aunque los pastores tienen derecho a usar las cañadas, atravesarlas es cada vez más complejo. El año pasado, Sánchez tuvo que pedir agua a los bomberos, pues a la altura de Arévalo no encontraba ningún acceso al agua, algo que habría sido impensable hace solo unas décadas, cuando las cañadas se utilizaban de forma intensiva. Las vías pecuarias son cada vez más estrechas pues, dado que están en desuso, hay vecinos que le van comiendo terreno agrandando sus fincas.

Manuel Rodríguez Pascual, de profesión veterinario, está considerado uno de los mayores estudiosos del mundo de la trashumancia.

Cuando las ovejas dominaban el mundo

El ganado ovino no pasa por su mejor momento.  El consumo de carne de cordero ha caído en picado: en solo diez años las ventas se han reducido a la mitad. Y la lana, que era un producto español de fama mundial –que sostuvo todo el sistema durante siglos–, vale menos de lo que cuesta pagar a los trasquiladores.

Parece mentira que la oveja fuera el animal más importante para la economía española. Como explica Rodríguez, que acaba de publicar el libro Merinas y la industria de la lana, durante cinco siglos España fue el único país del mundo que producía lana fina de oveja merina, una raza mejorada durante años y años por nuestros pastores.

“Aquí se creó la oveja merina”, insiste Rodríguez. “Fueron los propios pastores trashumantes por método empírico a lo largo de mucho tiempo. Hasta el siglo XIX fuimos los principales proveedores de todos los mercados internacionales europeos. Ahora la lana se usa menos, porque a partir de los años 50 o 60 del siglo pasado las fibras artificiales y el algodón hicieron mella en la lana merina”.

Curiosamente, la lana de calidad está viviendo ahora un resurgir, gracias a la mayor preocupación que hay en torno a los productos sostenibles y de calidad, pero España no ha sabido subirse a ese tren. “Abandonamos toda la selección que veníamos realizando durante siglos, pero que, sin embargo, continuaron haciendo otros países a través de nuestras ovejas: Australia, Nueva Zelanda, Chile, Uruguay, Argentina…”, explica el autor de Merinas. “¿Hemos perdido esta batalla? Yo creo que no. Yo creo que estamos a tiempo de retomarla”.

Argimiro Rodríguez en una cresta del puerto de Las Pintas (Salamón, León).

Un ejército de pastores

Argimiro Rodríguez, 'Miro' para los amigos, tiene 72 años, de los cuales ha pasado 55 realizando la trashumancia. Natural de Tejerina (León), se ha pasado toda su vida entre Extremadura y los puertos de Lois, donde cuidó durante décadas uno de los rebaños de la cabaña de Perales, en la que su padre y su abuelo habían sido mayorales.

En aquellos tiempos, cuenta Miro, las grandes cabañas como la de Perales funcionaban casi como un ejército. La suya, en concreto, era una de las más importantes de España: a principios del siglo XX contaba con nueve rebaños de ovejas más otro de moruecos –unas 12.000 ovejas–.

El de pastor era un oficio duro, pero podía ser lucrativo. Las cabañas funcionaban con una jerarquía muy estricta. Por debajo del propietario estaba el mayoral, un puesto que muchas veces se heredaba de padres a hijos, y que gozaba de gran prestigio social: a su cargo podía haber cientos de personas y varios miles de ovejas.

Hoy en día los chozos, como este del puerto de Valverde de la Sierra, aunque pequeños, suelen contar con señal de satélite, cocinas de butano y hasta agua caliente, gracias a baterías o placas solares. (José Barea/Interovic)

Por debajo estaban los rabadanes –responsables de cada rebaño, de unas 1200 ovejas– y, después, compañeros, ayudadores, personas, sobraos y zagales. Cada cargo tenía un salario concreto, una dieta o cundido (compuesta por 800 g de pan al día, aceite, ajo, pimentón y vino), derecho a comerse las ovejas que fenecían y, menos los pastores de escalafón más bajo, un número de cabezas en propiedad: un método infalible para que los pastores cuidaran el rebaño como si fuera suyo.

En invierno, las ovejas de la cabaña de Perales ocupaban nueve dehesas en La Serena, entre los ríos Guadiana y Zújar. En verano, subían por la cañada a varios puertos de la montaña de Riaño. En concreto, en los puertos de Lois, en los que trabajó siempre Miro, hubo ovejas de la cabaña de Perales de forma ininterrumpida entre 1939 y 1991.

Hoy Miro cuenta con una finca en La Serena –que compró a sus antiguos jefes– donde ha inseminado a ovejas merinas españolas con semen de oveja merina australiana, que producen la que es considerada hoy como la mejor lana del mundo. Esta lana, explica, ha conseguido venderla a 5 euros el kilo, mientras que la de la merina normal no suele llegar ni a los ochenta céntimos.

Susana, Miro y María, en la puerta del chozo del puerto de Las Pintas.

Un ganado con futuro

Hoy estamos en el puerto de Las Pintas, perteneciente al pueblo de Salamón. El puerto pega con el de Lois, y Miro sube por la montaña con la experiencia del que se ha pasado la vida en ella. No hacen mella los cigarrillos que sigue fumando –o no lo parece– y sabría perfectamente por donde hacer el careo a las ovejas: el camino que deben recorrer cada día para aprovechar al máximo el pasto del puerto.

Él hace tiempo que no pastorea, pero enseguida opina sobre la situación del nuevo chozo –mejor más arriba, estás más resguardado, tanto del frío como del lobo, y hay más espacio para guardar las ovejas de noche– y de cómo se manejan las dos pastoras que se ocupan hoy del rebaño que pace en el puerto: Susana de Benito y María González. Mientras charla con ellas, sobre los mejores careos o como manejar a los perros, nadie diría que se llevan 41 años, ni que el oficio haya cambiado tanto.

De Benito y González tienen 34 años y, aunque han estudiado educación social y arquitectura técnica, respectivamente, llevan varios años dedicándose al sector primario. Y planean seguir haciéndolo. González quiere montar su propia ganadería en el pueblo de su madre, Abizanda (Huesca), y a De Benito, que tiene más años de experiencia como pastora, trabajo no le falta: ya le han ofrecido cuidar el verano que viene un rebaño de cabras en un puerto palentino.

María González, junto a su perro de carea (José Barea/Interovic)

Ambas manejan un rebaño de unas 500 ovejas merinas que vinieron en mayo desde Santa Olalla de Alcalá (Huelva) como parte de un proyecto enfocado a la preservación de la trashumancia de la Fundación Monte Mediterráneo, que lleva desde 1993 promocionando su práctica como una herramienta contra la desertificación, los incendios y la desplobación. Y es que estamos en una de las zonas con menos densidad de población de Europa: en los 14 pueblos que componen el municipio de Crémenes –al que pertenecen Salamón y Lois– solo hay censadas 500 personas. Y viven bastantes menos.

“[Las ovejas] son animales muy sostenibles porque viven prácticamente de los propios recursos que da la naturaleza”, explica la presidente de la Fundación Monte Mediterráneo, Ernestine Lüdeke. “Aquí tienen los pastos y luego bajan a Extremadura y consumen en las zonas de rastrojera. Solo se les apoya un poco la época, la paridera o los años que hay mucha sequía”.

A Lüdeke –que lleva décadas viviendo en España y, entre otros trabajos, ha sido la traductora de José Antonio Labordeta– la contactaron desde la administración leonesa, después de que la junta vecinal de Salamón, propietaria del puerto de Las Pintas, pidiera tener un rebaño de ovejas, tras años de ganado vacuno.

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Aunque en la subasta del pasto de los puertos de altura –los considerados “pirenaicos”, aunque, como el de Las Pintas, no estén en el Pirineo– tienen prioridad el ganado ovino, pues llega a mayor altitud y zonas más escarpadas, de un tiempo a esta parte cada vez hay más vacas. El motivo es sencillo: los ganaderos de bovino pueden pagar más. Además de tener, en general, mejor músculo financiero, requieren menos trabajo: les ponen un geolocalizador a las vacas para tenerlas controladas y basta con venir una vez a la semana a verlas.

En concreto, en la zona de la montaña de Riaño casi no quedan ovejas, pues tras la crisis de la leche en los años 90 muchas ganaderías de Asturias y Cantabria se pasaron de los lácteos a la carne y empezaron a ocupar todos los puertos cercanos, incluidos los de León.

Las ovejas dejan el monte más limpio, pero la mayoría de vecinos prefieren que haya más dinero y se hace la vista gorda. “Todo para gastarlo en una orquesta que vale 6.000 € el día de la fiesta”, bromea Rodríguez.

Alquilar un puerto no es barato. A José Manuel Sánchez, explica, le ha costado 13.000 euros la temporada. Y los gastos, si queremos que siga existiendo la trashumancia, solo se cubren de una forma: si la gente consume carne de cordero y lana de oveja.

Imágenes | José Barea (Interovic)

En DAP | Recetas de cordero

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