Doce padecimientos que hay que aguantar por amor a un cocinillas (y no hay San Valentín que compense)

Decía Pablo Picasso que “el amor es el mayor refrigerio de la vida”, pero cuando tu pareja solo piensa en comer y cocinar puede acabar resultando indigesto.

Salir con un amante de la gastronomía tiene sus ventajas: nunca faltará la buena comida en casa y probablemente te llevará a cenar a un buen restaurante por tu cumpleaños. Pero también implica realizar ciertos sacrificios.

En el equipo de Directo al Paladar sabemos lo que sufren nuestras parejas por compartir su vida con un tragaldabas profesional, así que hemos hecho un acto de penitencia, recopilando los padecimientos que toda pareja de un cocinillas debe aguantar por amor.

1. Recibir reprimendas por hacer mal la compra

Si sales con un cocinillas y te atreves a hacer la compra debes estar preparado para aguantar el chaparrón al volver del supermercado, y es que seguro has comprado algo mal. “Haber ido tú”, es una respuesta irrebatible, pero haber comprado las verduras que no tocaban en esta época del año es imperdonable.

La ventaja de salir con un aficionado a la gastronomía es que al menos aprenderás a leer las etiquetas, y sabrás que cuando te piden comprar unas hamburguesas no te están pidiendo que traigas esa infamia de color rosa a la que llaman burguer meat, porque no es lo mismo. Claro que no.

2. Hacer de conejillo de indias

Vaya por delante que los amantes de la gastronomía intentamos cocinar bien, pero nos engañaríamos pensando que todo sale a la primera. A medida que uno se complica con los fogones se va encontrando con dificultades, y no todo sale a pedir de boca.

Como tampoco vamos a tirar la comida, nuestras sufridas parejas acaban degustando guisos ligeramente quemados, platos pasados o poco hechos y, sobre todo, inventos culinarios de apariencia exótica pero que resultan ser un auténtico fracaso.

Experimentar es lo que tiene y, claro está, repetir un plato que sale bien no es una opción, lo que nos lleva al siguiente punto.

3. No volver a comer algo que te gustaba

Tu pareja puede hacer un estupendo cocido, una tortilla de patatas exquisita o unos espaguetis carbonara de quitar el hipo, pero no pienses que vas a disfrutar de sus hits todos los meses. El muy cretino se va a guardar los platos buenos para fiestas multitudinarias y contigo se va a dedicar a experimentar. Donde hay confianza da asco.

4. Cenar a las mil porque “no vamos a cenar cualquier cosa”

¿Qué hay de cenar? ¿Un huevo frito? ¿Un yogur y a la cama? Ni hablar. Hay que cenar como Dios manda y, claro está, cocinar lo que nos vamos a llevar en el tupper mañana, que no puede ser “cualquier cosa”. Al final, acabas cenando a las once, y ya has picado tanto esperando a que llegará al momento que no tienes hambre. Gajes del oficio.

5. Renunciar a la comida basura

Quizás estés deseando comer una pizza congelada o, directamente, tomar una hamburguesa del McDonald's, pero, claro está, cualquiera de las dos opciones es un sacrilegio para tu pareja. Pedir comida a domicilio puede tener un pase en caso de extrema necesidad, pero no puede ser "cualquier" comida a domicilio, así que preparate para esperar media hora a que decida qué es "menos malo", y otra media hora a que llegue el pedido. A estas alturas casi lo mejor es que se hubiera puesto a cocinar.

6. No poder elegir nunca qué pedir en un restaurante

Que tu pareja te lleve recurrentemente a conocer nuevos restaurantes no significa que puedas pedir lo que te plazca. Puede que elabore una ficción para que creas que vas a elegir el plato que más te apetece de la carta, pero ha leído el menú de antemano y sabe perfectamente qué vais a pedir.

Ni que decir tiene que nunca jamás te dejará pedir algo que ya haya pedido otro de los comensales con los que compartes mesa, porque, evidentemente, hay que probar el máximo de platos posibles.

7. Esperar a comer hasta que hace la foto

Una vez que llegue a la mesa el plato que crees haber elegido, pero en realidad han elegido por ti, no puedes hincarle el diente bajo ningún concepto antes de que tu pareja haya hecho la pertinente foto. Pero, ojalá fuese solo una foto, lo más probable es que haga una decena, desde todos los ángulos posibles, de cada plato de la mesa. Colgará la imagen en Instagram, pero de instantánea no tiene nada.

8. Pensar las vacaciones en función de los restaurantes

Olvídate de las playas, las montañas o los museos, tus vacaciones se van a organizar en función de la gastronomía de la zona. Poco importa desplazarse 100 kilómetros a un pueblo perdido de la mano de Dios, cuyo atractivo turístico es similar al de una urbanización de la burbuja inmobiliaria, si hay un bar en el que sirven el mejor bocadillo de oreja. ¿Qué no te gusta la oreja? No te preocupes, que mañana después de otra hora en coche vamos a un sitio en el que cocinan el mejor conejo al ajillo de La Mancha.

9. Hacer turismo de supermercados

Cuando se sale de viaje al extranjero es obligatorio hacer un tour por supermercados y volver con media maleta llena de especias, salsas, botes y productos varios que probablemente caducarán antes de gastarlos.

Por supuesto, tu pareja también intentará meter en la maleta algún producto fresco que no tiene claro que pueda sacar del país, por lo que es probable que vivas interminables registros en el aeropuerto que acaben con la comida que le llevó horas encontrar en la basura.

10. Parecer del SELUR

Lo suyo al cocinar es ser ordenado, pero no todos lo somos. Muchas parejas de cocineros aficionados tienen lo que podríamos llamar como el complejo del SELUR o Servicio de Limpieza Urgente. Por supuesto, no pueden ayudar como pinches, pues hacen todo demasiado despacio o demasiado… mal, pero su amorcito no tendrá reparo en que vaya limpiando todo lo que va ensuciando que, por supuesto, serán todos los utensilios de cocina posibles que se puedan emplear en el cocinado de un plato.

11. Ver cómo aparece cada mes un nuevo trasto en la cocina

Un verdadero cocinillas no puede apañarse con un par de sartenes y ollas, siempre querrá probar algo nuevo, algo mejor. Primero fue la nueva olla rápida, después la crock pot, y por qué no una máquina de pasta, que seguro que le damos uso.

Por supuesto, tu pareja se juntará con otros aficionados a la gastronomía, que empezarán a convencerle de que usar café molido es de pardillos, que no hay nada mejor que tener una cafetera que muela los granos en el momento. El problema es que, pasados unos meses, ese mismo amigo se habrá comprado una tostadora de granos de café, porque comprar granos ya tostados es de aficionados, y tu pareja, claro, se creerá ya el mismísimo Juan Valdez.

12. Pensar que tu pareja puede perder un dedo en cualquier momento

Estás tranquilamente leyendo en el salón cuando escuchas una maldición, cuando no un grito de genuino dolor. Sales disparado a la cocina y lo que parecía un accidente grave es solo otro corte, otra quemadura, otro pequeño accidente que hace que tu pareja vaya camino de parecer el Ecce Homo. La pregunta ronda siempre en tu cabeza: ¿algún día se cortará de verdad? ¿Perderá un dedo de una vez por todas?

Imágenes | iStock

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