He de decir que aprendí tarde a comer ostras. De hecho, el momento en que aprendí a comer ostras y el primer día que las comí no coinciden en el tiempo. Es muy curioso como son las tradiciones culturales: la apertura, el hielo picado, el chorro de limón, el sorbito a la hora de comerlas. Sí, geniales.
Hace poco en un libro tuve la oportunidad de descubrir a través de las letras el verdadero placer sensorial que se alcanza al comer las ostras como realmente deben comerse. El libro es Historia de la comida de Felipe Fernández-Armesto, y tiene una cita de Clark, E., en The Oysters of Locmariaquer, quien describe que el verdadero placer de comer ostras es,
un penetrante retazo de mar, con todas sus algas y sus brisas (...) Estás comiéndote el mar y nada más que el mar, aunque algún tipo de encantamiento haya hecho desaparecer la sensación de beber un trago de agua salada.
Mi primera experiencia cuando me enfrenté a mis primeras ostras fue un poco fruto de la inmadurez. Pensaba lo típico por aquello de comer algo crudo, y más que crudo, vivo.
El simple hecho de echar un chorro de limón conseguimos que la pobre ostra moribunda se reviva y se retuerza por el efecto del acido sobre cuerpo. No es más que el simple deseo de controlar el cuerpo, cocinarlo en sus últimos momentos de vida para degustar un manjar.
Muchos autores consideran que cocinar la ostra en su sacrilegio, desde el punto de echar el limón hasta cocina más sofisticada. Yo pienso lo mismo, hoy en día. Nunca me atrevería a cocinar unas ostras y lo de echar limón es una práctica que también he abandonado. ¡Cuidado! No quiero decir con esto que todas las recetas con ostras cocinadas estén mal o sean pecado.
Las ostras como puse en la cita del principio las debemos comer al natural, de esa forma apreciaremos todos los sabores y aromas del mar y del nácar de la concha. Es una actividad que todos debemos probar.
Y ahora que hablo de ostras, no se por qué me pongo a pensar en percebes. Creo que las comidas que se comen con una especie de ritual son mágicas por si mismas, sin necesidad de aderezos ni inventos añadidos.
Foto | marcosvidal
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