Carrick Roads es una pequeña ría localizada en la costa sur de Cornualles (Reino Unido), en la que el río Fal desemboca en aguas del canal de la Mancha. La recolección de ostras en sus aguas se remontan a tiempos de los romanos, pero fue en el siglo XVII cuando su pesca se convirtió en uno de las principales actividades de la región.
En 1602 encontramos la primera referencia escrita a la pesca tradicional de ostras en la zona, cuando el escritor y parlamentario británico Sir Richard Carew visitó el estuario y quedó asombrado por como los pescadores usaban “una gruesa y fuerte red sujeta a tres pilares de hierro y atraída hacia la popa del bote”, que “reunía todo lo que se encuentra en el fondo del agua, de donde sacan la ostra”.
Con el tiempo, ya en plena revolución industrial, la pesca de ostras se fue popularizando, y masificando, lo que casi acaba con el ecosistema de la ría. Pero, en un muy temprano ejemplo de legislación medioambiental, el ayuntamiento de Truro (la capital de la región) prohibió en 1876 la pesca de ostras mediante procedimientos mecánicos.
La ley logró que la ostra plana típica de la zona, Ostrea edulis, se conservara hasta nuestros días, pero, además, convirtió a la flota pesquera de la ría en la última flota comercial de Europa que sigue trabajando a vela. Lo que nadie sabe es por cuánto tiempo.
Un oficio centenario
Todos los años, entre octubre y marzo, la ría se llena de veleros, que a lo lejos parecen embarcaciones deportivas. No lo son. Son barcos pesqueros.
El método de pesca que utilizan los veleros es el dragado, un método tradicional de los marisqueros que consiste en remolcar una jaula de metal a lo largo del lecho del estuario para cosechar todos los bivalvos que crecen allí.
Aunque este método puede parecer muy invasivo, no lo es si se practica correctamente, y más aún si, como en Cornualles, la draga se tiene que arrastrar con la única ayuda de velas o remos. El fondo marino no es un arrecife de coral, es un lodazal en el que habitan numerosas especies que, al ver acercarse la nube de limo que levanta la draga se alejan pitando. Además, los pescadores devuelven a la ría todo lo que recogen y no son ostras.
“Básicamente, funciona colocando un ancla y un cabrestante de transporte manual”, explica en Atlas Obscura Tim Vinnicombe, un ostrero de quinta generación que trabaja en un barco que tiene más de 150 años. Una vez se deja caer el ancla, los pescadores llevan el bote a cierta distancia antes de poner la draga en el agua y tirar de la cuerda. La draga, que se remolca detrás de la batea, se llena de mariscos. “Es muy básico, todo hecho a mano”, explica Vinnicombe. “Todo es trabajo duro”.
La amenaza de la ostra del Pacífico
Durante siglos, las ostras de Fal, como se conocen en Reino Unido, eran un producto muy apreciado, y por ende caro, que compensaba lo poco eficiente de su método de pesca. Pero de un tiempo a esta parte se han popularizado las ostras del Pacífico, Crassostrea gigas, que se han introducido por todo el mundo.
Estas ostras, más estrechas y curvas, y con un sabor menos mineral, son hoy las favoritas del mercado, lo que han hecho que las ostras de Fal -de la misma especie que se ha recogido tradicionalmente en el litoral cantábrico- sean menos apreciadas.
A esto hay que sumar el cambio climático, que ha provocado la llegada a la zona de especies depredadoras como la dorada, que se come las ostras cuando aún son pequeñas.
La pesca de ostras siempre ha tenido altibajos. En los años 80 del pasado siglo casi desparece después de que un parasito dejara diezmada la población, pero muchos creen que los problemas a los que se enfrenta actualmente la flota son aún peores. Los números no engañan: de los 200 barcos que pescaban ostras hace un siglo solo quedan 15 en activo.
Los pescadores de la zona, unidos en torno a la Fal Fishery Cooperative (encargada también de comercializar la ostra con su sello de calidad, que hasta el Brexit contaba con una IGP europea), no se están quedando de brazos cruzados.
La asociación montó un crowdfunding para lograr instalar un criadero de ostras en la zona de la ría más alejada a mar abierto, que proteja al bivalvo de la creciente población de depredadores y aumente su ratio de supervivencia. Pero la pandemia ha añadido nuevas dificultades.
El cierre de los restaurantes ha sido muy duro para los pescadores que, pese a haber recibido en algunos casos ayudas del Gobierno, ven un futuro muy negro. En los últimos meses, como muchos otros productores, se han volcado en la venta directa de las ostras. También han montado un nuevo crowdfunding, que lleva recaudado más de 10.000 libras. Solo el tiempo dirá si la última flota pesquera a vela de Europa sigue siendo viable.
Imágenes | Fal Fishery Cooperative
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