La felicidad de cocinar para la familia en Nochebuena (Navidad o Nochevieja, tanto vale)

Puede que me haga viejo, porque empiezo a repetirme como los abuelos con sus batallitas. Si la memoria no me falla, ya hablé del placer de cocinar para la familia cuando me estrené el año pasado como co-anfitrión de una comida familiar, pero es que este año he podido disfrutar de la felicidad de cocinar para la familia en Nochebuena (o Navidad o Nochevieja, tanto vale), y eso que fui más pinche que cocinero, así que no quiero ni pensar en la felicidad que a uno le embarga cuando es quien se encarga de todo.

Así, en mi primera noche importante participando en preparar la cena, me ocupé únicamente de hacer algunas recomendaciones para el menú --con eso de que escribo en Directo al Paladar se fían de mí criterio, incautos-- y ayudar con los pasos más delicados de algunas recetas.

Un vistazo a…
Capón relleno al horno

Por si os pica la curiosidad, os puedo contar brevemente el menú que servimos. De aperitivo, por ejemplo, más allá de las habituales gambas y embutidos, servimos un dip de queso azul y nueces con endibias, que ayudó a limpiar el paladar antes del primer plato.

De primero, es tradición en mi familia servir la sopa de marisco de mi abuela, que siempre está deliciosa. Este año tuve el honor de ajustarla de sal y picante --bueno, en realidad mi abuela no me dejó echarle más de lo segundo-- y he de decir que quedó perfecta, aunque lógicamente el mérito es todo de mi abuela, que se pasó el día triturando y cociendo marisco.

El segundo plato fue el que más quehacer nos dio. Escogimos uno de los primeros platos que publiqué en Directo al Paladar, hará cosa de cuatro años, un solomillo de cerdo al hojaldre con foie, solo que cambiando la salsa de manzana por una salsa de vino mostaza y miel que utilicé en una receta más reciente.

Por si eso no fuera suficiente lío, pues éramos como 20 en la mesa y cocinamos 6 solomillos (demasiados a la postre), también decoramos el plato con unos hatillos de zanahoria y calabacín que nos hicieron sudar tinta para atarlos con perejil y mantenerlos atados al emplatar (siento no haber sacado foto, que con el -stress- la emoción del momento se me pasó), pero al final fue todo un éxito entre los presentes.

De postre no preparamos nada y servimos turrones, que bastante habían comido los presentes, pero para compensar y ayudar a bajar la comida, me dediqué a preparar cócteles a los presentes, aunque sus elecciones no fueron muy navideñas, y optaron por cócteles veraniegos como la piña colada, el Honolulu, el Hurricane o el Tequila Sunrise, eso mientras una ciclogénesis explosiva hacía que la lluvia golpeara los cristales, aunque yo no podía estar más contento, inundado por la felicidad de cocinar para la familia en Nochebuena.

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