En mi casa, de pequeño, los refrescos brillaban por su ausencia. Los domingos a mediodía, como algo excepcional, mi hermano y yo teníamos derecho a compartir un refresco de cola, de la marca Gold Cola —la tengo grabada en la mente— que comercializaba Continente. Sin cafeína, claro.
Aún recuerdo con nitidez las discusiones sobre cuál de los dos vasos tenía más cantidad, e incluso llegamos a turnarnos cada fin de semana: uno repartía y el otro elegía, así ya se cuidaba cada cual de ser equitativo.
Pero cuando llegaba el verano, todo cambiaba. Para mi alegría, unas preciosas botellas de cristal con un tapón que me resultaba imposible de abrir y cerrar hacían acto de presencia en la nevera, convirtiendo a la gaseosa en el sabor de mi verano.
Un poco de historia sobre la gaseosa
La historia de la gaseosa comienza en 1832 en Nueva York, cuando John Matthews inventa una máquina con la que mezclar agua y dióxido de carbono, a la que también le agrega sabor. La bebida pronto se populariza y empiezan a aparecer muchos negocios que la fabrican y distribuyen.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX se crean la mayoría de los refrescos basados en la gaseosa que conocemos hoy en día, como la Coca-Cola (1986), la Pepsi (1898), Dr Pepper (1885) o incluso Seven Up, en 1929.
En España las primeras gaseosas llegaron un poco más tarde, empezando a comercializarse en la década de los años 20 como una medicina, usándose para problemas intestinales —gases, vamos—, pero su buen sabor la hizo muy popular enseguida.
En poco tiempo, y gracias a los escasos costes de producción y la pequeña inversión necesaria, proliferaron por todo el país infinidad de pequeñas fábricas de gaseosa. Cada pueblo tenía su propia fábrica de gaseosa, regentada normalmente por una familia.
A medida que el envasado y transporte dejó de ser un problema para su distribución, comenzaron a emerger algunas marcas a nivel nacional que poco a poco fueron desplazando a la producción local, como La Casera, La Pitusa o la Revoltosa. Son las que llegué a conocer yo en mi infancia, incluso alguna de sus versiones de sabores, como la poco recomendable Pitusa Cola.
Al final, el mercado se lo quedó La Casera, que a su vez más tarde fue absorbida por el gigante de las bebidas, Cadbury-Schweppes, que la compró en 2001. Así que de aquellas pequeñas empresas que con toda la ilusión del mundo llamaban a sus productos cosas como La Deseada o La Invencible, poco o nada queda ya.
Aunque sea ya un capítulo cerrado, la gaseosa forma parte intrínseca de la historia de nuestro país, dejando tras de sí una colección increíble de botellas con todo tipo de diseño, y siendo ahora uno de los pocos lugares en los que se sigue consumiendo tal cual, sin aromatizar. Porque el sabor ya se lo ponemos nosotros, con una buena dosis de vino para hacer un tinto de verano o un poco de cerveza para hacer una clara.
De hecho, volviendo a mi tierna niñez, recuerdo cómo mi padre me dejaba manchar la gaseosa con unas gotas de vino para contentarme, y tampoco me olvido de los experimentos que hacía, mezclándola con zumos de todos los sabores para hacer mis propios refrescos. Por que ya se sabe: los experimentos, con gaseosa.
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