Cocinar es una actividad que requiere paciencia y atención, y no siempre andamos sobrados de ambas cualidades. Es muy habitual dejar un guiso al fuego, ponerse a hacer otras cosas en casa y olvidarse del mismo hasta que empieza a oler a quemado.
Pero lo peor no es la comida que se echa a perder, es el estado en que queda su recipiente. Cuando vemos que nuestra nueva y reluciente olla exprés parece un crematorio y no hay manera de desincrustar la comida de poco sirve pensar que le puede pasar a cualquiera.
Si tras meter la olla o sartén en el lavavajillas a máxima potencia y frotar penosamente con detergente sigue teniendo una capa negra ha llegado el momento de utilizar otros métodos más agresivos.
Hay diversos métodos para recuperar nuestros recipientes del desastre. Quizás el más tradicional es limpiarlos con vinagre, vertiendo esta en la olla o sartén y llevándola a ebullición. El ácido acético reblandecerá los restos orgánicos, además de quitar el olor a quemado. Pero este método es insuficiente cuando hablamos de carbonizaciones más serias.
Es entonces cuando hay que recurrir a la artillería pesada.
La lejía es mano de santo
La mejor forma de limpiar los restos quemados de una olla es recurrir a la lejía. El método es similar al del vinagre, pero haciendo que tu cocina huela a piscina. Solo hay que cubrir el requemado de la olla con agua y echar un pequeño chorro de lejía, llevarla a ebullición y dejar que actúe durante unos tres minutos hasta que desaparece la capa de negritud. Deja que se temple el agua y frota con un estropajo suave los restos. Quedará como nueva.
Como explica a DAP el doctor en química Eduardo Guisasola, investigador del CIC BiomaGUNE, “calentar la lejía sirve para acelerar la reacción de degradación (oxidación) de los restos de comida quemada (materia orgánica). Al oxidar la materia orgánica formas nuevos compuestos químicos que son solubles en agua y por tanto los puedes eliminar aclarando la sartén”.
En realidad, como apunta Guisasola, si no calentáramos la lejía obtendríamos el mismo resultado, pero en un tiempo más largo. De hecho, calentar la lejía hace que su compuesto químico principal (hipoclorito, diluido al 5-10% en agua básica/alcalina) se descomponga y deje de tener acción limpiadora. Pero la degradación de la lejía ocurre más lentamente que su reacción con la materia orgánica, y por eso se limpia la sartén.
“Si calentases la lejía un rato largo y luego se la añadieses a la sartén, solo le estarías dando un baño calentito al requemado del fondo”, apunta Guisasola. Y esta es la razón por la que tampoco se recomienda usar agua caliente con la lejía para limpiar el suelo.
Ahora bien, si vas a limpiar tu olla con lejía no olvides usar guantes en todo momento y ventilar muy bien la cocina. Los vapores que desprende la lejía son tóxicos. Recuerda, claro, limpiar bien la olla con jabón antes de volver a usarla. Y la próxima vez ten más cuidado.
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