Las 33 burradas que hacíamos en las merendolas la generación EGB

Quienes suspiren con nostalgia al recordar objetos como el comediscos, los patines Sancheski, los vaqueros Lois, las zapatillas Kelme, los casettes o las cintas VHS probablemente hayan cursado la EGB. La infancia de los años 70 a los 90, vista bajo el prisma actual, podría resultar escandalosa y desde luego que las 33 burradas que hacíamos en las merendolas la generación EGB son una buena prueba de ello.

Yo pertenezco a la generación EGB, al igual que un buen puñado de compañeros de la redacción a quienes he sometido a interrogatorio sobre sus meriendas de la infancia. Entre las respuestas han salido auténticas burradas y bombas nutricionales que felizmente nos zampábamos a la salida del colegio sin tener la más remota idea de lo que nos estábamos metiendo entre pecho y espalda.

Las 33 burradas que hacíamos en las merendolas la generación de EGB

La pregunta del millón es ¿cómo hemos sobrevivido a las burradas que hacíamos en las merendolas la generación EGB? Pues lejos de ser un misterio, la respuesta es clara: hacíamos mucho ejercicio, jugábamos en las calles, andábamos al y del colegio, apenas veíamos televisión (¡qué limitado era el horario infantil!) y la oferta gastronómica era muy restringida si la comparamos con la de hoy en día.

Azúcar, azúcar y más azúcar

Aún así fuimos muchos los que nos poníamos bien contentos cuando en la merienda nos sorprendían con pan con mantequilla y azúcar. O mejor que esto, con margarina y azúcar. Porque la margarina se untaba mejor y no había que sacarla de la nevera horas antes para poder disfrutar de ella. Ains, aquel rechinar del azúcar entre los dientes ¡cómo olvidarlo!

Una versión un pelín más saludable era la de las rebanadas de pan rociadas de aceite y espolvoreadas con azúcar, sobre todo si era aceite de oliva. Y, para quienes tenían la suerte de tener que hervir la leche para matar sus bichos, el pan con la nata que se formaba en la superficie y azúcar, mucho azúcar, por encima.

Igual de inolvidables son los sandwiches de galletas María con mantequilla de los que yo me preparaba un rulo de galletas en-te-ri-to y tan contenta. Otros tenían la gran suerte de contar en sus despensas con botes de Nocilla (que no Nutella) y rellenaban sus sandwiches de galletas con ella, pero en mi casa no fuimos tan afortunados.

Algo tenía la leche condensada que la comíamos mucho más que ahora, al menos así lo recordamos nosotros. Nuestros padres se la echaban al café, pero es que nosotros la untábamos a cascoporro en pan bimbo (que así lo llamábamos entonces) o mojábamos en ella las galletas, soldaditos de pan y hasta onzas de chocolate. Menudo chute de azúcar nos metíamos en el cuerpo.

Las meriendas dulces ganan por goleada entre las más recordadas y, si creíais que las que llevamos mencionadas son atroces, agarraos los machos porque vienen curvas. Insuperables son el pan con membrillo y miel o leche condensada (el membrillo no era lo suficientemente dulce), las tostadas con mantequilla dulce de Soria (esa pasta blanca y rosa batida), el pan con mantequilla espolvoreada Cola Cao o el bocadillo de plátano frito.

Las bebidas ¡también azucaradas!

Por supuesto que para pasar estos sandwiches había que tener una bebida a mano y como no nos bastaba con un simple vaso de leche, pues lo chocolateábamos bien a base de Nesquick o Cola Cao. Tres cucharadas con copete como mínimo o aquello no sabía como nos gustaba y allá que íbamos todos a empapar nuestras galletas que solían terminar rotas en el fondo del vaso.

La sorpresa y la alegría eran enormes si nos encontrábamos con una cantimplora Zumork (qué míticos aquellos colores) junto al bocata de turno de esa tarde. A día de hoy preferimos no saber qué llevaban, pero que nos aspen si no estaban deliciosas. ¿Quién recuerda la posibilidad de conseguir otra gratis? Aquello era lo más.

Bollicao, Tigretón, Bony, etc y los bollos tamaño XXL

Seguramente pensábamos que todo lo que iba en formato bocata era mucho más sano que la bollería industrial, algo que merece un capítulo a parte. Con nombre propio ¿quién no se acuerda de los Tunos, los Phoskitos, el Bollycao, el Bony, el Bucanero, el Tigretón, la Pantera Rosa, el Círculo Rojo, entre otros?

Aunque parecían más inocentes, también las panaderías y pastelerías estaban repletas de cuernos de chocolate, esa masa hojaldrada rellena y cubierta de chocolate con listas de chocolate blanco por encima, que ocupaban cuatro veces el tamaño de nuestras cabezas, pero que conseguíamos acabar sin esfuerzo. Una bomba para la salud en tamaño XXL.

No se quedaban atrás las cuñas de chocolate, las palmeras de chocolate ni los maxi donuts. Y todo ello hacía que el bocata de nocilla, tan demonizado en la actualidad, sonara inocente para los mayores y aburrido, insípido y poco atractivo para los pequeños. No es de extrañar con tanta guarrindongada para elegir.

La onmipresente mantequilla

También hubo bocatas de sobrasada, de aquella inolvidable mortadela con aceitunas, de atún en aceite, de salami, de paté, de quesitos y de chorizo. Por supuesto, y siempre que fuera posible ¡con mantequilla! y una Mirinda a su lado para ayudar a pasar por si se nos hacía bola.

Las meriendolas de la generación de EGB eran una oda al aceite de palma, a las grasas trans y a los azúcares refinados. Algo que, hoy por hoy y con la información nutricional que manejamos, asusta un poco aunque, una vez superada aquella etapa ¡que nos quiten lo bailao!

Imágenes | Pixnio, Wikimedia Commons, Pixabay, Haydn Blackey en Flickr
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