Todos tenemos alguna que otra manía. Incluso los que dicen que no tienen ninguna, tienen la manía de negar que tienen alguna. Y en la comida no podría se menos. Comer de una forma, no comer nunca una parte de alimento, comerse siempre la parte de un alimento, dejar para el final algo, empezar siempre un determinado alimento de la misma forma... La lista seguro que es interminable y las variaciones infinitas. Hoy quiero compartir un post simpático con vosotros sobre algunas de mis manías comiendo, pero lo que más ilusión me haría es que vosotros también os animéis a compartir las vuestras. Quid pro quo queridos lectores. Vamos con las mías
Comiendo Zanahorias
Me gustan las zanahorias crudas. Crudas, pero peladas. Y peladas bien. No raspadas, sino peladas con pelador. Bueno hasta ahí, no creo que sea muy maniático, lo justo. Pero, ¿y si te digo que me solía comer las zanahorias de tal forma que dejaba el tronco en el medio? Sí, me iba comiendo la zanahoria dando bocados, pero sin llegar a romper el tallo central. ¡Y qué rabia me dada cuando se me escapaba alguna dentellada y lastimaba el centro! Supongo que lo hacía, ya no lo hago, pero lo voy a volver a hacer, porque me gustaba ver cómo podía desprender la capa externa. Además, el tronco está algo más dulce, o eso parece. Luego maduré, me hice más aburrido, y me la como a bocados. ¿Soy el único bicho raro?
Ritualizando el Cola Cao
Hay casi tantas formas de tomarse el cola cao como formas de pedir el café. La mía era la siguiente. Echaba los polvos en el vaso, de tal forma que formaran una pequeña montaña en el fondo. Tal y como venía en la etiqueta. Y luego echaba la leche caliente. De esta forma, siempre quedaban grumitos. Pero ojo, no me gustaban los grumitos, lo que realmente me fascinaba era ver cómo flotaban las burbujas de aire con polvos de cola cao en su interior. Y claro, reventarlas. Ah, que grande era cuando con la cucharilla se rompían, y el polvillo del interior se mezclaba con la leche. Luego maduré, me hice más aburrido, y tomo café. Seguro que vosotros tenéis muchas más formas.
Endulzando los yogures
Cuando era pequeño había menos variedad de yohogures. Naturales y de sabores, poco más. Pero comerse un yogur natural tenía su magia y su ritual. El mío era este. Por supuesto, le quitaba el suero. Y por supuesto, tenía que oír el comentario de algún mayor diciendo que el suero era blablablabla y muy blablabla... pero yo lo quitaba igual. Joe, me daba "ajco" el liquidillo. Una vez "seco" era el momento del azúcar. Pero, atención, yo nunca jamás, por nada del mundo, removía el azúcar. Noooo. Yo formaba una montaña de azúcar e intentaba ir comiendo al yogur, de forma que la montaña fuera cayendo por los huecos que iba formado cada cucharada. Como es normal, nunca había azúcar suficiente. Sin problema, me echaba más. Luego maduré, me hice más aburrido, y tomo sacarina.
Apretujando los polvorones
En estas fechas no podía faltar un dulce tan típico. Amados y odiados por igual los polvorones también dan para sus rituales. El rito viene dado porque tienden a deshacerse y claro, algo hay que hacer. Aquí hoy dos escuelas, los de aplastarlos para formar croquetas (una ordinariez en mi opinión) y los que hacemos graciosas tortas aplanadas con ellos. Ese era yo, más por herencia, que por manía, pero hay tradiciones familiares que uno no puede romper. Así que yo aplasto el polvorón cual tortita, y para dentro. Eso sí, ya sean en modo croqueta o en modo tortita, todavía no he conseguido decir Pamplona sin poner perdido a alguien. Luego maduré, me hice más aburrido, y ¡sigo tomando polvorones!
Ale, os toca. Quiero manías, y cuanto más raras mejor. Por supuesto, también valen variaciones de las aquí expuestas.
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