Después de un apretón de manos, las fotografías con cara de póquer y una reunión privada de una hora y media de la que nada ha trascendido, el histórico encuentro entre el presidente estadounidense y el norcoreano ha continuado con un almuerzo de trabajo en el hotel Capella de Singapur. Y es que la comida siempre sirve para rebajar las tensiones.
En una mesa de teca casi centenaria, prestada especialmente para la ocasión por la Galería Nacional de Singapur, ambas delegaciones han podido disfrutar de un menú que combinaba platos tradicionales de Corea, clásicos de la insulsa “cocina internacional” y algún guiño a los gustos de Donald Trump, famoso por llevar una pésima dieta a base de Big Macs y filetes (bien hechos y con kétchup).
Como entrante se ha servido un tradicional cóctel de gambas con ensalada de aguacate, el equivalente gastronómico de la música de Kenny G; un kerabu de mango verde con aderezo de lima y pulpo fresco, un plato de arroz típico de malasia; y oiseon, un plato tradicional coreano compuesto de pepinos rellenos con carne, setas de roble marrón, y adornos de huevo, que se sirve solo en los eventos importantes.
Los platos principales han sido una costilla de ternera confitada, servida con dauphinoise de patata y brócoli al vapor y salsa de vino; cerdo agridulce con arroz frito al estilo de Yangzhou y una salsa casera de chilii; y, por último, otro plato tradicional coreano, el Daegu Jorim, un bacalao estofado en salsa de soja con rábano, acompañado de vegetales asiáticos.
Para finalizar se ha servido una tarta de ganache de chocolate; una tarta tropézienne, un brioche relleno de crema típica de la Provenza francesa; y un helado de vainilla de la marca Häagen-Dazs, con coulis de cereza –un claro guiño a Trump que es adicto a al helado de vainilla y, como ha confesado, se zampa dos cucharadas a diario–.
La comida como instrumento de diplomacia
Podría parecer que el menú tiene poca importancia en un encuentro en el que se está hablando sobre la desnuclearización de una región del mundo que lleva en conflicto permanente desde los años 50, pero en este tipo de citas todo puede dar lugar a malas interpretaciones.
Es seguro que el menú se ha diseñado con detenimiento, para contentar a ambos líderes –que tienen fama, además, de saltar a la mínima–. Kim Jong Un ha sido descrito como un entusiasta de la comida que adora las comidas extranjeras de lujo, especialmente el queso, que no figuraba en el menú; pero quizás una comida demasiado extravagante resultaba incómoda para Donald Trump, que tiene en la base de su pirámide nutricional las hamburguesas de McDonald´s, el pollo frito de KFC, la pizza y la Coca-Cola Light.
Según Corey Lewandowski, su ex gerente de campaña que escribió el libro Let Trump Be Trump, el presidente solía pasar de 14 a 16 horas sin comer, para luego zamparse dos Big Macs, dos sándwiches Filet-O-Fish y un pequeño batido de chocolate: un total de 2.430 calorías.
No ha trascendido si le ha gustado la comida, pero desde luego las costillas y el helado de vainilla estaban en el menú para contentarle. Lo que sí se ha comentado es el almuerzo servido a los periodistas que cubrían la cumbre: un helado de kimchi cuyo sabor ha sido descrito como “kimchi frío”. Siempre hubo clases.
Imágenes | G3
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