Los griegos, que tenían una visión particularmente gozosa del amor y de la vida, consideraban que no había vida mejor empeñada, que la consagrada a la persecución del placer. Tomaban buen ejemplo de sus dioses, quienes mostraban debilidad por los placeres de la carne.
Afrodita, diosa de la belleza y el amor, era conocida como Afrodita Porné, o afrodita prostituta, pues era amiga del amor ilícito, no había normas moralistas para ella, el fin era el placer, los medios un simple trámite.
Afrodita Y Dionisio, dios griego del vino, llevaban a cabo toda clase de fiestas orgiásticas, de las que el pueblo griego tomaba ejemplo. Por otro lado los griegos contaban con la sabiduría de las Hetairas, las sacerdotisas y prostitutas del templo, que tenían un prospero comercio de pócimas, elixires y ungüentos, creados por ellas a propósito, para propiciar el amor carnal.
Numerosos manuscritos eróticos griegos, recomiendan el uso de alimentos como la cebolla, las zanahorias, la piña, la miel…para propiciar el cuerpo y el espíritu para las artes amatorias, y otros como los caracoles los cangrejos, las gambas y el resto de los mariscos que, al ser frutos del mar, cuna de Venus, la diosa del amor para el pueblo romano.
Los romanos, sin embargo eran mucho menos sutiles. Mientras los griegos gozaban en paz y armonía de los placeres bellos de la vida, con elegancia, con mesura…los romanos montaban circos donde el disfrute consistía en ver la sangre de los esclavos derramada en la arena. Disfrutaban con la muerte de otros, hasta tal punto, que alrededor del circo construían numerosos lupanares, prostíbulos, para fogar las ansias de los que se excitaban con la lucha y la muerte de sus esclavos.
Estos romanos tenían como alimentos afrodisíacos otros muy diferentes a los griegos, sus fetiches eran los testículos de diferentes animales, carnes crudas y demás barbaries.
Los romanos se excedían en sus bacanales, así como con sus pócimas que llegaron a matar a un montón de gente, debido a su mala elaboración. Tanto es así que llegó la iglesia y proclamó prohibida por pecaminosa toda acción relacionada con el placer carnal, exceptuando la estipulada por ellos mismos con el único fin de la procreación, siempre bajo su supervisión, claro está.
Y así se inició en la edad media el chicoleo de brujas y celestinas, todas ellas clandestinas, que para dar pompo e importancia a sus pócimas, las adornaban con toques macabros como corazón de sapo, carne de ahorcado guisada en cráneo humano y cosas así.
Bueno y siguiendo el ejemplo del pueblo griego, en la noche de San Valentín, disfrutaremos de una cena equilibrada, sin grandes excentricidades, ni cabezas de sapo ni nada de eso.
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