Una buena bechamel se mejora enteros añadiendo este sencillo ingrediente que da untuosidad a las croquetas
Aunque las croquetas de quinta gama, precocinadas, son cada vez mejores, no hay nada como una buena croqueta casera.
Sí, da pereza ponerse, pero, en realidad, son mucho más fáciles de hacer de lo que parece. Te pueden quedar mejor o peor, pero es difícil que salgan mal y, si te organizas bien, puedes hacer un montón y congelarlas en paquetes, para ir teniendo croquetas caseras cuando se te antojen.
Las croquetas caseras, además, tienen un encanto especial. No tienen nada que ver con la harina frita que se despacha en la mayor parte de los bares españoles, ni tampoco con las croquetas rebozadas en panko e interior casi líquido que se han puesto de moda en los últimos años (muchas de ellas, por no decir la mayoría, precocinadas).
Unas buenas croquetas caseras están buenas independientemente de lo que le eches, pero, desde hace un tiempo, añado siempre un ingrediente extra, que aporta mucha jugosidad a la bechamel: huevo duro.
Untuosidad extra
El truco del huevo duro lo conocí hace años en La Chimenea, un restaurante de Guadarrama, en la sierra de Madrid, donde hacen mis croquetas favoritas.
No tiene ningún misterio. Lo único que hay que hacer es añadir uno o dos huevos huevos duros picados a la bechamel, cuando ya esté bien cocinada y en su punto.
El huevo duro se puede echar a prácticamente cualquier croqueta, pero funciona especialmente bien con las croquetas de jamón, las croquetas de chorizo o las croquetas de pollo.
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