El arte de descorchar en el momento perfecto: guía para disfrutar el vino en su punto óptimo

Conocer los aspectos básicos del ciclo de vida del vino puede ayudar al consumidor no experto a disfrutar de una botella en su máximo esplendor

Descorche de botella. Foto: Eugenio González
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Imagínate que tienes una cita y quieres abrir una botella de vino que guardaste para una ocasión especial. Quizás se acerca una reunión familiar y quieres saber si ha llegado el momento de descorchar esa botella que lleva años haciéndote ojitos desde la estantería. O quizás simplemente te apetece disfrutar de una botella en su momento óptimo. Para todos estos casos, al consumidor no experto le puede resultar muy útil entender los conceptos básicos sobre el ciclo de vida del vino.

Cada botella tiene su propia historia, y el momento perfecto para consumirla depende de muchos factores, como el tipo de uva, la bodega, la región y el año de cosecha.

Su ciclo de vida comienza con la crianza en la bodega, donde se afina en barricas de roble o en tanques de acero inoxidable antes de ser embotellado. A partir de ese momento empieza un proceso de madurez y transformación que afecta a su sabor, aroma y textura.

Algunos vinos mejoran con el paso del tiempo, pero es fundamental entender que no todos los vinos están hechos para envejecer. De hecho, la mayoría de los que encontramos en el mercado están diseñados para ser consumidos en un plazo relativamente corto después de su embotellado, porque no tienen la estructura ni la acidez suficientes para envejecer durante mucho tiempo. Se estima que alrededor del 90% de los vinos producidos en el mundo deben beberse en un plazo de entre dos y cinco años.

Manzanilla Los vinos de Jerez envejecen especialmente bien.

Juventud, madurez y declive

Las etapas evolutivas del vino no son diferentes de las de los seres humanos. Durante la fase de juventud, los vinos suelen ser vivaces, frescos y llenos de aromas frutales (pensemos, por ejemplo, en un albariño o un tinto joven de Rioja). Siempre hablando de forma muy general, podríamos decir que, si buscas frescura y acidez marcada, los vinos blancos y rosados, y muchos tintos ligeros, se consumirían idealmente dentro de los dos o tres primeros años desde la fecha de cosecha.

La fase de madurez es la que nos regala experiencias más complejas. Es el momento en el que muchos vinos tintos de crianza, reserva o gran reserva despliegan su máximo potencial. También ciertos blancos, como el Chardonnay o el Riesling, pueden continuar evolucionando y mejorando con los años. Los aromas frutales de la juventud se transforman en notas más sofisticadas, como especias, tabaco, cuero y frutos secos.

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Generalmente, esta fase de madurez para los vinos tintos puede durar entre cinco y quince años desde la fecha de la añada, dependiendo del tipo de vino y su calidad. Los diferentes sabores se integran mejor y la estructura tánica se suaviza (los taninos son los que aportan sensación de astringencia, lo que hace que el vino se sienta más seco o firme en la boca). No te olvides de estudiar la etiqueta o la página web de la bodega, porque muchas casas incluyen recomendaciones de consumo.

Llegamos, finalmente, a la inevitable etapa de declive, que le llega incluso a las mejores botellas. En ella, el vino pierde frescura, los aromas se vuelven más apagados y el sabor pierde armonía y se vuelve más plano. Es cierto, de todos modos, que hay vinos que pueden envejecer muy bien durante décadas y alcanzar su momento de esplendor muchos años después de la cosecha. Es el caso de los burdeos de primera categoría, los vinos de Borgoña, los barolos italianos y ciertos vinos de Jerez, Oporto o Madeira, que están hechos para perdurar y mejorar durante 20, 30, o incluso más años.

Aquellos que quieren profundizar un poco más en sus conocimientos sobre el ciclo de vida del vino, pueden recurrir a un truco súper sencillo: comprar varias botellas de un mismo vino y consumirlas en diferentes momentos para apreciar las diferencias sensitivas que se producen en cada uno de ellos.

Imagen | Eugenio González

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