Cómo Emilio Moro pasó de vender vino a granel a los vecinos del pueblo a ser una de las bodegas más innovadoras de España

José Moro, como la mayoría de niños de Castilla, descubrió el vino con cuatro o cinco años, cuando su madre, Felisa, le dio su primera merienda de pan con vino y azúcar.

“En ese momento me quedó impregnado”, asegura el bodeguero a Directo al Paladar. “No me gustaba ir a vendimiar, ni que mi padre me llevara a ayudarle a limpiar las barricas, porque prefería estar jugando con los amigos, pero cuando maduró todo esto salió en positivo para dar lo mejor de mi y mis hermanos para hacer un gran proyecto y un gran vino”.

Moro, que ha cumplido este año 60 primaveras, preside hoy la bodega que lleva el nombre de su padre y su abuelo, Emilio Moro, que está entre las 80 empresas vitivinícolas más importantes de España, pese elaborar vino solo desde los años 80.

El bodeguero acaba de publicar Si lo sabes escuchar, el vino te habla, un volumen que cuenta la historia de Emilio Moro desde una perspectiva empresarial, que ejemplifica el tránsito que ha llevado a los fabricantes de vino de España a una profesionalización tardía, pero exitosa. Una historia que es, en definitiva, la historia de nuestro vino.

Los dos Emilio Moro en una foto de 1938: el abuelo de José (Emilio Moro Gómez) y el padre (Emilio Moro Pérez), que tenía entonces solo seis años, pero ya trabajaba en el campo.

El nacimiento de Ribera del Duero

Aunque parezca mentira, las denominaciones de origen, que parece que llevan entre nosotros toda la vida, no empezaron a crearse hasta los años 70, y tardaron mucho tiempo en consolidarse.

“El nacimiento de Ribera del Duero fue una gran oportunidad para desarrollar un negocio desde el punto de vista empresarial”

Como explica Moro, cuando nació Ribera del Duero, en 1982, muchos pueblos que podrían haber optado a pertenecer a la denominación de origen no mostraron ningún interés porque pensaban que no tenía sentido, y hoy se están tirando de los pelos.

“Cuando nació Ribera del Duero era la tercera DO, después de Rioja y Jumilla”, apunta el bodeguero. “No éramos conscientes del gran paso que se había dado, de lo que iba a pasar en la zona y del protagonismo que íbamos a tener a nivel mundial”.

Para bodegas como Emilio Moro, el nacimiento de la DO supuso la oportunidad de profesionalizar la producción y dar el salto al mercado. Tanto el abuelo como el padre de José hacían vino, pero, aunque tenía fama en la comarca por su calidad, no lo vendían más que en el pueblo, a vecinos y a agosteros que pasaban por la zona.

Si lo sabes escuchar, el vino te habla: La inspiradora historia de éxito de Bodegas Emilio Moro (Sin colección)

José y sus hermanos conocían cómo hacer vino, y habían aprendido el oficio familiar, pero quizás no habrían dado el paso a transformarse en una empresa y tratar de vivir de ello si no fuera por las facilidades que brindó la llegada de Ribera del Duero. “Fue una gran oportunidad para desarrollar un negocio desde el punto de vista empresarial, y tener unas etiquetas, dotar a las instalaciones de unas mínimas características técnicas para hacer vino de calidad y hacer un vino que llevara el nombre de mi padre y mi abuelo”, explica el bodeguero.

José Moro hace unos meses, durante nuestra visita a las bodegas Cepa 21.

Una uva especial, una viticultura que fue cambiando

Aunque Moro comenzó elaborando vino tal y como lo hacía su padre, tomo una serie de decisiones, ya desde el nacimiento de la bodega, que fueron decisivas en su exitoso devenir.

Moro ha sido el primer bodeguero de la historia en entrar en la lista Forbes España de los 100 empresarios líderes en innovación

La primera, fue optar por plantar una variedad de tempranillo, el “tinto fino”, que no era tan productiva como la que se empezó a plantar en la zona, pero ofrecía vinos de mayor calidad. “El diámetro de una tinta fina mía es de la mitad que el tempranillo en otras zonas de la Ribera del Duero”, explica Moro. “Evidentemente, menos diámetro es más concentración, más extracto, más fruta, más poderío, más concentración y vinos más longevos”.

El bodeguero no dudo en arrancar, incluso, vides que ya tenía plantadas para introducir injertos de las viñas heredadas de su abuelo con esta variedad de uva. También realizó un estudio de las levaduras presentes en los vinos, para coger las más significativas, hacer unas microvinificacaciones para observar sus distintos comportamientos eran diversos, y coger las mejores para elaborar cada vino.

Moro ha sido el primer bodeguero de la historia en entrar en la lista Forbes España de los 100 empresarios líderes en innovación, probablemente por sus últimos proyectos para digitalizar todo el proceso de vinificación, con sensores, satélites y big data para tener el vino más controlado que nunca. Pero desde sus inicios tuvo inquietud por hacer las cosas de distinta manera.

“No se puede negar que la innovación es esencial para hacer las cosas mejores”, explica el bodeguero. “Cuanta más innovación menos intervención. Si parece más tradicional ir con una burra y un macho arando el viñedo está muy bien, pero es mucho más tradicional echar el abonado que corresponde a cada cepa en función a las fortalezas, debilidades o carencias que tenga un viñedo”.

El padre de José Moro, Emilio Moro, entre barricas.

Vinateros por el mundo

Hoy Emilio Moro es una empresa plenamente consolidada, con dos bodegas en Ribera del Duero (la casa matriz, más Cepa 21) y una tercera en El Bierzo, pero el camino, que ha pasado obligatoriamente por la internacionalización, no ha sido fácil.

“Los españoles pensábamos que teníamos los mejores vinos y tenían que venir a buscarlos aquí si querían”

“España llegó tarde a la comercialización, y hemos sido deficientes”, explica Moro. “Tampoco históricamente tenemos tantos años como los franceses o los italianos, por eso hemos llegado tarde, pero obedece también a una visión empresarial. Muchas veces los españoles éramos más papistas que el papa y pensábamos que teníamos los mejores vinos y tenían que venir a buscarlos aquí si querían. Y no es así”.

“Hay que coger las botellas en el brazo, como me tocó a mi en los años 90”, prosigue el bodeguero. “Me tuve que poner a estudiar inglés, que no tenía ni idea, porque tenía que contar cómo eran mis vinos y si tenía que contar un chiste me apetecía contarlo a mi, e ir tienda por tienda, como me he recorrido el mundo entero de Texas a California y parte de Europa, y decirle al mundo que verdaderamente esos vinos tenían sitio, y que era la mejor tempranillo del mundo, porque es donde mejor se da en el mundo, tanto en Rioja como en Ribera”.

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Hoy Ribera de Duero tiene un espacio asegurado en el mercado, pero comparte un gran desafío con el resto de vinos: la falta de enganche entre la gente joven. En el año 82 el consumo de cerveza supero en España al de vino y, desde entonces, la diferencia entre las dos bebidas no ha dejado de aumentar.

“Competimos con la cerveza, que han hecho muy bien su trabajo”, explica Moro. “Son grandes compañías que tienen unas estrategias muy bien definidas, con unas campañas de marketing y comunicación que se apoderan de la juventud, y eso al mundo del vino le ha hecho daño. La empresa vitivinícola media es una bodega que no puede hacer esas campañas de marketing, ni a través de los consejos reguladores se invierte tanto”.

Moro reclama que el vino se proteja como un producto cultural. “Desde la fundación de Emilio Moro organizamos actividades para que los niños vean la vendimia, y es que no les podemos siquiera pasar la bodega, porque es alcohol y está prohibido”, concluye Moro. “Se nos ha ido la olla. El vino es un producto alimentario, evidentemente hay que beberlo con moderación, y un niño tienen que saber, más los de nuestra zona, qué es lo que produce riqueza y lo que hace que verdaderamente seamos reconocido en el mundo. Evidentemente a un niño no hay que darle a alcohol, pero bueno, a mi me dieron vino con azúcar y estoy saludable como un roble”.

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