De todos es conocido el glamuroso manto que recubre ciertos aspectos vitivinícolas. En muchas ocasiones el glamour se encuentra separado por una fina línea del snobismo, el snobismo a su vez se mantiene a una pequeña distancia de la excentricidad, pero el trecho que separa la excentricidad de la ridiculez suele ser más ancho, aunque, a veces, no lo suficiente.
El dudoso honor de figurar como el vino más caro del mundo (afirmación sustentada con el matiz de que en la actualidad se pueda beber) lo posee una empresa española que comercializa unas 200 botellas tipo mágnum a un precio de 8.000 euros cada una y cuyos signos distintivos son dos:
Por una parte, el embotellado el mismo día en el que contrajeron matrimonio los Príncipes de Asturias, al ser un vino vendimiado en el 2002, y ya que en aquella época Letizia y Felipe aún ni se conocían, se deduce que la feliz idea se le ocurrió a alguien mucho después de elaborado el vino.
El segundo signo identificativo es el de que sea el vino con el precio más elevado del mundo, y para conseguirlo, no dudarán en subir el precio lo que sea necesario para mantenerlo en lo alto de esa jerarquía.
Es indudable que la consideración de caro no tiene el mismo significado para todas las personas. Para mi caro es un vino de 30 euros, por ejemplo, en el que el contenido no se ajusta con el contiente. Pero pagar casi 700 euros por una copa de éste vino ya es rizar el rizo.
Cómo me gustaría disponer de la cartera de clientes de esta empresa para, no se, venderles a precio de ganga la Estatua de la Libertad.
Foto l Karlsbad En Directo al Paladar l tokay En Directo al Paladar l La mujer y el vino