Suelen presentar a Jancis Robinson como la mejor escritora de vinos del mundo, aunque sería más correcto decir que es el mejor escritor (usando como es debido el masculino genérico), y, sin duda, uno de los críticos más influyentes.
Su columna semanal en el Financial Times puede enriquecer o arruinar a una bodega y la pagina que lleva su nombre, JancisRobinson.com, es uno de los medios mas reputados en lo que a prescripción de vinos se refiere. Es además coautora del conocido Atlas Mundial del Vino (que tendrá en octubre su octava edición) y no para de sacar libros, el último Experto en vinos en 24 horas, que se acaba de publicar en España. Pero, alejada del estereotipo que rodea al crítico de vino, Robinson se muestra afable y humilde, y trata de ser siempre didáctica.
La escritora está de visita en Madrid con motivo del FT Business of Luxury Summit, donde se ha celebrado un debate en torno a la compra de vino. En la charla ha quedado claro que, pese a que el vino puede ser una gran inversión, su valor como activo financiero poco tiene que ver con el placer que nos provoca al beberlo, algo en lo que Robinson sí es verdaderamente especialista. No en vano lleva más de medio siglo probando vinos por todo el mundo.
“Probablemente empecé a beber vino siendo estudiante en Oxford”, explica a Directo al Paladar bajo la bóveda del Hotel Palace, donde se ha celebrado el encuentro. “Probé un Borgoña de 1959 que era tan diferente y mejor que lo que bebíamos cuando hacíamos novillos que me hizo darme cuenta de lo bueno que puede ser un vino. Empecé a conocer la historia, la geografía, y el gran sentido del placer, la estimulación intelectual, que puede producir un vino. Esa botella me hizo descubrir lo que el vino puede ser”.
Cuando Robinson comenzó a trabajar el oficio de crítico gastronómico no estaba tan valorado como hoy en día. “En los primeros 60, en Reino Unido, los trabajos relacionados con la comida y el vino tenían cero estatus social, la gente pensaba que era algo frívolo, algo muy poco relevante”, apunta. Pero, tras un viaje a la Provenza francesa, la escritora vio claro que quería dedicarse a ello y, al volver a Londres, encontró un puesto como asistente al editor en una revista especializada en el comercio de vino.
Por aquel entonces, era raro ver a una mujer en los círculos gastronómicos y vinícolas, pero Robinson asegura que lejos de ser una rémora supuso una ventaja: “Cuando trabajaba para esta revista comercial, muchas veces iba a una comida o cena en la que el anfitrión era un bodeguero y, como era la única mujer, me ponían a su lado. Así que conseguía la exclusiva, mientras mi colega hombre estaba sentado en la otra punta de la mesa. Tenía ciertas ventajas y, para ser honesta, no pensaba que era una mujer, solo trabajaba”.
En busca permanente de un vino sorprendente
A sus 69 años, Robinson sigue bebiendo a diario cuando cena con su marido –que es crítico gastronómico–. Y, de momento, el vino le sienta de maravilla. “No quiero que nadie me demande por decir que uno debe relajarse y disfrutar del vino”, explica. “Hay quien tiene cirrosis, pero creo que mucho tiene que ver con la genética, con la forma en que tu cuerpo procesa el alcohol. Tengo una abuela que bebía un montón de ginebra y murió a los 98 años, así que espero tener sus genes”.
De una genética similar a la de la abuela de Robinson debe estar hecha Isabel II de Inglaterra, a la que Robinson asesora en la elección de su bodega. De todos es sabido que la reina es más de ginebra que de vino, pero las dos siguientes generaciones, explica la escritora, sí aprecian más los buenos caldos, de los que está bien surtida la bodega de palacio, a la que Robinson es asidua.
“Vamos tres o cuatro veces al año a las cavas del palacio de Buckingham, nos explican qué necesitan y qué presupuesto tienen”, explica Robinson. "Llevamos muestras, las probamos en una cata a ciegas, y votamos qué comprar”. Estos vinos son los que la Casa Real sirve en todas las comidas y recepciones.
Habiendo probado tantos vinos a lo largo de su vida, cuesta pensar que Robinson todavía encuentre sorpresas. Pero la escritora asegura seguir emocionándose con caldos que no conocía: “Soy una gran defensora de las catas a ciegas, porque todos tenemos muchos prejuicios. Aprendo cosas todos los días”. También en lo que respecta a los vinos españoles, de los que se considera una gran admiradora.
“Soy un gran fan de las viejas garnachas”, apunta. “Durante años todos los productores de vino españoles valoraban la tempranillo y quitaban las cepas de garnacha, pero ahora se hacen fantásticos vinos. Por ejemplo me encanta lo que está haciendo Daniel Landi. También lo que está haciendo en Aragón Fernando Mora. Esta tarde veo a Rafael Palacios. También me encantan sus vinos, soy seguidora de la uva godello desde hace ya un tiempo. Algunos de los vinos con mayor relación calidad-precio del mundo son españoles”.
Sin duda es una buena noticia que la crítica más reputada de Reino Unido diga esto, pero lo cierto es que en su país, uno de los grandes consumidores del mundo, se siguen prefiriendo los vinos franceses o italianos. ¿Por qué nos cuesta tanto competir con nuestros vecinos?
“No estoy segura, pero creo que el problema es histórico”, apunta Robinson. “Reino Unido lleva comprando vinos a Francia siglos. Hay una tradición en torno a los vinos franceses. Y para ser honesta, España no tienen tanta tradición en lo que respecta a hacer buenos vinos como Francia. Hoy en día la calidad es muy buena, pero antes no lo era”.
El cambio climático cambia el panorama
Siempre que pensamos en vino nos vienen a la cabeza los países mediterráneos, pero cada vez más países están haciendo vino de calidad, algo a lo que paradójicamente está ayudando el cambio climático.
Lugares en los que antes ni siquiera se podían plantar vides, están empezando a producir caldos que pueden llegar a ser incluso mejores que los de las regiones vitivinícolas tradicionales. “Está pasando en Canadá o en Alemania, donde se está haciendo unos pinot poir que rivalizan con los de Borgoña, e impactan en su precio”, explica Robinson. “Ahora hay industria del vino en Bélgica, Holanda, Dinamarca, incluso Suecia”.
A esta nueva competencia hay que sumar, además, la producción de países donde se lleva mucho tiempo haciendo vino, pero que hasta hace unos años no habían entrado con contundencia en el gran mercado internacional.
Es el caso de Nueva Zelanda, un país que en opinión de Robinson lo está haciendo especialmente bien a la hora de colocar sus vinos en el resto del mundo: “Los vinos neozelandeses no son mis favoritos, pero están teniendo un éxito comercial enorme, y son muy rentables. Están vendiendo vino que no tiene madera, de solo unos meses de edad, pero es muy popular. Y no están haciendo nada mal”.
Para Robinson, el cambio climático no es especialmente preocupante en lo que respecta al futuro del vino. El mapa va a cambiar, pero poco importará si la gente no sigue interesada en seguir bebiendo esta ancestral bebida.
“Estoy preocupada por el futuro porque los jóvenes ya no están interesados por el vino, que tiene que competir cada vez con más bebidas, como la ginebra”, explica Robinson. “Sé que el mercado de la ginebra es muy grande en España, y está empezando a ser también muy grande en Reino Unido. Ahora están muy de moda las ginebras y las cervezas artesanales, pero es muy gracioso, que la palabra “artesanal” no se use casi nunca para el vino, cuando en realidad todo el vino es artesanal, solo los viñedos muy grandes han industrializado el proceso. La mayoría del vino se sigue haciendo manualmente, y es un producto tan artesanal como la cerveza artesanal, pero no ha utilizado este apelativo para resaltar su imagen o su nombre”.
Nos despedimos de Robinson recomendándole una visita a La Venencia, uno de los bares con más solera de Madrid –muy cercano al Hotel Palace, donde se celebra el encuentro– en el que solo sirven vinos de Jerez. “Los amo”, asegura. “Hace un par de semanas hice un artículo sobre los jereces y lo poco valorados que están. Es muy difícil encontrar una copa de Jerez en Barcelona, es increíble”.
Imágenes | Benjamin McMahon
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