De un tiempo a esta parte ha aparecido en el mercado, sobretodo en las estanterías dedicadas a la Ribera del Duero, una nueva categoría de vino: el Tinto Roble. Viene a insertarse en el hueco que queda entre el vino joven (o cosechero) y el crianza. Una suerte de medio crianza que pretende ofrecer al consumidor las ventajas de los vinos jóvenes, la frutalidad y el brío, junto con los aromas de su corto pero intenso paso por barrica.
La forma tradicional de clasificar los vinos en España se ha basado, desde que Rioja lo hiciera, en el tipo de crianza: Joven, Crianza, Reserva, Gran Reserva. La primera categoría sin barrica, y desde ahí, vamos subiendo en meses de estancia en roble.
Hasta aquí ninguna objeción. Algunos de los mejores vinos suelen ser imbebibles de jóvenes, tánicos y lacerantes, y tienen que suavizar su brío entrando en contacto con la cantidad justa de oxígeno para polimerizar lentamente, sin morir oxidados. Este aporte gradual de oxigeno se consigue, entre otras técnicas, con la crianza en barrica.
La porosidad de la madera es fundamental en este caso. El oxigeno entrará en contacto con el vino de forma limitada y sostenida. Unos vinos necesitarán unos meses y otros unos años, para llegar a su punto antes de ser embotellados. De ahí, las distinciones.
Pero señores, un efecto secundario de este tratamiento es que parte de los taninos que la madera posee, junto con otras substancias que genera su tostado, van a pasar al vino. La barrica, sobretodo la nueva (y la más tostada), aportará nuevos aromas y sabores, ajenos a la uva. Ya saben, todos esos descriptores que tan bonitos quedan en las notas de cata: vainillas, torrefactos, mentolados, cafés, toffees, y otras lindezas.
Claro, todo eso con moderación forma parte del bouquet de un vino. El ramillete de olores. Pero no deja de ser un sabor añadido, ajeno al vino, y que por tanto, en buena lógica, debería quedar siempre en un plano secundario, fagocitado, si me permiten la expresión, por la calidad de la materia prima.
Pero esa no es la conclusión a la que se llega con una aproximación menos profunda a esta clasificación. Veamos. Vayamos a una estantería. Joven, unos euros; crianza, casi la decena; reserva, pasada la decena; gran reserva, varias decenas. Razonamiento: (i) cuanta más barrica, más caro y mejor vino, (ii) cuanta más barrica más aromas de barrica; ergo, (iii) los aromas de barrica son propios de buenos vinos. La perversión del sistema es evidente.
Y hete aquí que alguien pensó: la gente asocia notas de barrica con buenos vinos y a la vez demanda que sean frutales y potentes...
Dicho y hecho: Tinto Roble, la cuadratura del círculo.