Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Hace nada nos escandalizábamos porque el gobierno heleno pretendía introducir una ley para vender productos caducados a precios rebajados y hoy nos encontramos con que el gobierno planea ampliar la fecha de caducidad de algunos alimentos.
La noticia salía a la palestra hace unos días con las un tanto hilarantes declaraciones del ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, que aseguraba comer yogures caducados tranquilamente. Lo afirmaba, más en serio que en broma, para justificar la futura actuación de su ministerio en materia de fechas de caducidad y consumo preferente.
El argumento de base es irrefutable; España tira casi ocho millones de toneladas al año de alimentos perfectamente comestibles, más de 150 kilos por habitante, así que algo hay que hacer. En eso estamos todos de acuerdo. El problema es que me temo que va a haber mucha diferencia entro lo que debería ser y lo que acabará siendo.
De las palabras del ministro se desprende que el objetivo de la nueva ley es reducir el desperdicio de comida en la producción y distribución de alimentos a través de un sistema de etiquetado que permita un margen de maniobra mayor. No es que me parezca mal, pero insisto en que mucho me temo que será a costa del consumidor y en beneficio de las empresas del sector alimentario. Me explico con un ejemplo:
Supongamos que, tal como asegura el ministro, los 28 días que actualmente se establecen para el consumo de un yogur son demasiado estrictos, que durante la siguiente semana sigue siendo completamente seguro de ingerir e igual de rico, así que ampliamos esa fecha. Genial, ahora el productor y distribuidor tienen más margen para conseguir transportar y vender su producto, y el consumidor, seguramente, un yogur una semana más viejo al mismo precio.
Con esto no quiero decir que esté en contra de ampliar las fechas de caducidad o consumo preferente, o que me parece bien que se desperdicie mucha comida en buen estado porque así lo diga la etiqueta, sino que estoy seguro de que hay una manera de hacerlo sin que el que asuma las consecuencias sea como siempre el ciudadano de a pie.
Mi propuesta es un doble etiquetado. Por un lado una fecha de consumo preferente similar a la actual, que nos indique hasta qué día ese producto conservará todas sus cualidades; y al mismo tiempo, una fecha de caducidad que nos informe de en qué momento estamos poniendo en riesgo nuestra salud.
Así, por ejemplo, sabremos hasta cuándo es seguro comer un alimento después de la fecha de consumo preferente, ya sea un huevo, unos cereales o los dichosos yogures (aunque estos indican fecha de caducidad) y no tendremos que tirarlos por no saber cuánto tiempo más son comestibles pasada esa fecha, que es la única información de la que disponemos.
Con este sistema se evitaría desperdiciar mucha comida en los hogares, que es a fin de cuentas de lo que se trata, pero también permitiría a los supermercados y distribuidoras ajustar un poco sus márgenes, pudiendo ofrecer productos cerca de su fecha de consumo preferente a precios rebajados, y de paso se ampliaría el tiempo disponible para distribuir estos productos a los bancos de alimentos sin poner en riesgo la salud de nadie.
Pero claro, y permitidme sea un poco ácido, es mucho mejor mantener el sistema actual y simplemente ampliar los plazos para beneficiar a las empresas del sector de la alimentación. Total, en poco tiempo la gente se olvidará del tema y se creerá a pies juntillas lo que ponga en la etiqueta, además, los fechas de caducidad actuales son tan estrictas que yo abro la nevera y me como un yogur sin mirar la tapa.
Imagen | Wikimedia Commons En Directo al Paladar | Fecha de caducidad y de consumo preferente. Aclaramos las dudas En Directo al Paladar | ¿Es seguro comerse un yogur caducado?