Al menos cuatro de nuestros sentidos se despiertan por el café. Con la vista, el tacto, el olfato y el gusto. Los que somos muy cafeteros, siempre valoramos el conjunto de los sentidos, de echo, catar un café, o catar un vino, tiene unas normas y un lenguaje propio.
La vista desempeña un importante papel para que podamos apreciar el café, con el color, que puede ser desde el castaño claro hasta llegar al casi negro, podemos averiguar el tipo de tueste al que ha sido sometido. También podemos apreciar si el café se presenta nítido y brillante o turbio y apagado.
El olor del café recién molido, despierta en los aficionados al café las primeras sensaciones estimulantes. Un café recién hecho extiende su aroma permitiéndonos prever cual será su degustación.
En el lenguaje de la cata hay varios términos relativos al olfato, tanto referidos al grano como a la infusión. Los términos son, estimulante, floral, fresco, herbáceo, picante… Estos son los términos positivos, por el contrario los negativos serían impuro, mohoso, plano…
Con el gusto encontramos en el café los factores básicos que forman el sabor, dulce, salado, ácido y amargo. Los percibimos con la lengua, aunque también es muy importante la saliva, ya que diluye la sustancia cuyo sabor analizamos.
Tocar el café nos muestra su cuerpo, con esta impresión táctil observamos la densidad y los elementos grasos de distinto tipo.
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