Sometemos a un tercer grado a Joseba Fiestras (El Correo) y otros periodistas gastronómicos que conocen bien este manjar tan típico de la Navidad
Una cosa es hablar de mantecados, que es algo que en estas fechas se hace en la mayoría de los hogares españoles, y otra muy distinta es ir en busca de los que muchos consideran los mejores. Y esto último es lo que hacen todos los profesionales del periodismo gastronómico que van a ir desfilando a continuación.
Obviamente, son muchos más. Pero tampoco es cuestión de resultar excesivamente cansinos, porque al final habrá quien piense que esto es un publirreportaje en toda regla. Ya nos gustaría, porque eso significaría que una significativa muestra de este producto habría llegado a la redacción. Pero nada más lejos de la realidad.
El caso es que nos apetecía hacer un pequeño homenaje a ese mantecado tan delicado que, según sus creadores, es el más antiguo y el más premiado del mundo. Además de ser, claro está, el preferido de su majestad Felipe II, que es quien -a raíz de que el Conde de Benavente se los diera a conocer- da nombre a esta genialidad hecha a mano que en la actualidad llega a 25 países de Europa.
Paradójicamente, en nuestro país aún hay quien ignora su existencia. Aunque no sabemos si, en realidad, esto es algo bueno o malo, porque, una vez los pruebas, ya no hay marcha atrás. A partir de ese momento no vas a querer tomar otros, a pesar de que en España se elaboran auténticas maravillas en lugares como Estepa. Es el caso de San Enrique o La Colchona, dos de los bastiones reposteros de este municipio sevillano.
Pero no nos desviemos, que hoy los protagonistas deben ser esos mantecados -maravillosamente envueltos- que alcanzan (y a veces superan) los 50 euros el kilo. Bueno, ellos y esos colegas del gremio que van a realizar las aportaciones que consideren oportunas.
Los mantecados de Felipe II, a examen
Uno de los principales motivos que ha llevado -durante décadas- a prestigiosos concursos internacionales a querer premiar esta creación es su finura y elegancia, algo que no suele ser habitual en esta elaboración tradicional de marcado carácter navideño. No hay más que fijarse en su delicada textura y el aroma a almendra que desprende, dos de sus cualidades más valoradas.
De la receta en sí poco podemos decir. Aunque nos hubiera encantado visitar la fábrica situada en la capital alavesa, sus responsables no suelen atender a los medios. Son muchos los que lo intentan cada año, nosotros incluidos, y no hay manera. Así que no sabemos mucho más allá de que se hacen con harina de trigo, azúcar glas, manteca de cerdo y harina de almendra marcona, o que siempre se han elaborado artesanalmente (aunque originalmente el tamaño era considerablemente mayor).
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De esto y varias cosas más hemos hablado con Joseba Fiestras, que escribe sobre gastronomía, crónica social y televisión en la edición alavesa del periódico El Correo. Sobre los mantecados de Felipe II, nos comenta que "son de esos dulces que aparecen siempre en fechas señaladas, yo siempre los asocio a la Navidad, pero te diría que mucha gente de aquí no es consciente de que se fabrican en Vitoria y, por supuesto, ninguno de ellos conoce la confitería de Blancanieves Tejedor".
De lo segundo no tenemos ninguna duda, ya que lo hemos sufrido en nuestras propias carnes. Aunque creemos que el hecho de que en el envoltorio de este manjar se pueda leer bien grande el texto "Exquisitos Mantecados Escorial" no ayuda a aclarar esa confusión generalizada acerca de su origen.
Antes de despedirnos de Fiestras, nos señala que "hay una gran tradición pastelera en Vitoria, aunque a menudo se trata de empresas familiares que, a pesar de que están muy orgullosas del trabajo realizado, no son partidarios de hacer mucho ruido". Al ver nuestras caras de sorpresa, remata: "Ese rasgo forma parte del carácter alavés".
Creando conversos desde el siglo XIX
Ponemos rumbo a Madrid para sentarnos a tomar unos mantecados en compañía de varios profesionales del periodismo gastronómico que adoran este bocado exquisito en estos días de frío invernal. Es el caso de Natalia Martínez (Cocinillas), que se presenta así: "Yo nunca fui mucho de mantecados, básicamente porque me parecían demasiado contundentes. Mi perdición siempre fueron los mazapanes".
Hasta que un buen día esto dejó de ser así: "El caso es que hace unos años descubrí los de Felipe II y podría decir que me cambiaron la vida. Están muy ricos, la verdad. No me los como de tres en tres, como los mazapanes (risas), pero sí poco a poco. Lo que busco es que no se acabe nunca, quiero que se alargue en el tiempo lo máximo posible".
Se une a la conversación la periodista Macarena Escrivá (Elle Gourmet y Traveler, entre otros), que nos cuenta algo muy parecido a lo que apuntaba la redactora jefa de Cocinillas. "Para mí, los polvorones y mantecados eran esa cosa que siempre se quedaba olvidada en la bandeja de dulces navideños y que estaba junto al turrón, que eso sí que volaba (risas). Hasta que descubrí, claro está, los de calidad".
Y aquí es donde entran, una vez más, los de Felipe II: "Me encantan, y los probé casi de casualidad. Y maldita la hora, porque son un vicio del que hago acopio cada Navidad. Me chifla que vengan numerados, le da un aire de exclusividad que te lleva a pensar que es para ti y solo para ti, porque nadie tiene otro igual".
No podía faltar en esta mesa redonda (con forma de mantecado) la aportación de uno de sus máximos prescriptores. Hablamos de Miguel Ayuso, cronista de la pitanza y director de DAP en sus ratos libres. "Yo los descubrí hace poco, como los mazapanes Barroso. Antes no me habían interesado demasiado los dulces navideños. Solía verlos en una tienda de conveniencia que había cerca de mi casa y un día decidí probarlos".
Fue entonces cuando pasó lo que tenía que pasar: "Flipé porque estaban buenísimos, de hecho hasta la fecha no he probado unos mantecados mejores. También me encantó todo el tema del envoltorio, toda la historia carpetovetónica que viene impresa en el papel... Es maravilloso". Cómo no sería el flechazo que ni siquiera la desastrosa experiencia del año pasado le sirvió para plantearse pasar unas Navidades sin Felipe II.
"Habíamos ido a tomar unos vinos a Coalla Gourmet y decidí comprarlos allí. ¡Pero al llegar a casa no había rastro de los mantecados! La bolsa era de papel y, como había estado lloviendo bastante, se debió romper y no se salvó ni uno. Fue un drama, sobre todo porque tuve que volver a comprarlos en otra tienda (risas)".
El ritual de lo (no) habitual
Si en algo coinciden todos los que reconocen su admiración por este dulce típico de la repostería española es en que no se puede comer en plan tragaldabas. Y no lo decimos solo porque su elevado precio le obliga a uno a pensarse muy bien cuándo, cómo y por qué va a querer desprenderse de un ejemplar, sino porque este tipo de ambrosías hay que saborearlas pedacito a pedacito.
Una vez tenemos esto claro y sabiendo que cada uno es libre de tener sus manías, sobre todo cuando se trata del placer del yantar, os adelantamos que os vamos a dejar sin habla con lo que nos trae Clara Villalón, cocinera, comunicadora gastronómica y exconcursante de MasterChef. Pero, primero, las presentaciones: "Siempre han estado en casa de mi padre y, aunque yo soy más de mazapán que de mantecado, he de reconocer que 'los Felipes' me encantan".
Y aquí viene lo extraordinario: "Un año que sobraron se nos ocurrió congelarlos y, cuando los sacamos, decidimos comerlos a mordisquitos. Fue entonces cuando descubrimos que era el mejor helado del mundo. Si dejas que se deshaga en la boca es maravilloso. Desde entonces lo hacemos siempre y creo que me gustan más congelados que a temperatura ambiente (risas)".
Si no te convence lo de congelarlos, deberías plantearte al menos meterlos en la nevera, porque parece ser que todo lo que lleva fruto seco se termina enranciando con el tiempo, y lo suyo es tomarse el Felipe II (o el mantecado que sea) lo más fresco posible. De hecho, este consejo de Villalón le va a venir genial a nuestro siguiente invitado.
Aprovechamos también que el gran Jesús Terrés (Vanity Fair, Guía Hedonista) está de paso por su adorado Madrid para pedirle que le dedique unas palabras a este manjar del que siempre le cuesta zafarse porque está por todas partes. "Estos mantecados son mi salvación y mi condena, todo a la vez. Cada año espero con ansia el día (de mediados de noviembre) en el que por fin asoman la patita en el lineal".
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Le pedimos al también escritor que, por favor, prosiga: "Es también entonces cuando cientos, miles, ¡millones! de personitas deciden (libremente) mandarme sus bodegones vía vete tú a saber qué red social, con sus cajitas de mantecados cuidadosamente colocadas sobre la mesa. Así es imposible, claro, no vivir pendiente de ese ritual que es aplastar (yo soy de esos) el mejor dulce navideño de la historia. Este año me duraron hasta marzo. Ojalá todo el año".
En DAP | Dónde comer en Vitoria
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