El Gobierno estrena un vídeo para promocionar Nutriscore que explica a las claras por qué nunca va a servir para comer mejor

El etiquetado frontal Nutriscore ha sido una de las grandes apuestas del Ministerio de Consumo, que lidera Alberto Garzón, para esta legislatura. Y sigue siendo una de las más polémicas.

La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), dependiente de Consumo, ha estrenado una campaña para promocionar el uso del Nutriscore y explicar a la ciudadanía cómo debe interpretarse. Los materiales son pristinos en cuanto a las ventajas y desventajas del Nutriscore y, por eso mismo, dejan a las claras por qué este etiquetado frontal no va funcionar jamás para mejorar las elecciones alimentarias.

En el vídeo de la campaña vemos a un reportero preguntar a distintos consumidores qué alimentos escogerían dejándose guiar por el sistema Nutriscore. El reportero repite todo el rato que el etiquetado solo sirve para comparar alimentos de la misma categoría –un mantra que repiten todos los promotores del sistema–. Cuando le preguntan a una muchacha si es más sano un plátano o unas galletas etiquetadas como A dice que, claro está, “un plátano es un plátano”. Y una señora dice convencida que el aceite de oliva es bueno aunque lleve una nota C “naranja” y es mejor que un refresco sin azúcar, que lleva una nota B “verde”.

Sin entrar a valorar la interpretación de los actores, no hay nadie que se crea que esto ocurriría si un reportero de verdad hiciera las mismas preguntas a consumidores reales, y deja a las claras el inmenso fallo del sistema Nutriscore: puedes decir una y mil veces que no se puede equiparar el aceite con un refresco, pero si pones una C en el primero y una B en el segundo es exactamente lo que estás haciendo.

Como reconoce el vídeo, no podemos fiarnos del semáforo que nos está diciendo con colores que es bueno o malo

No tiene sentido promover una medida para simplificar las elecciones alimentarias que no hace más que complicar estas. Como el propio Gobierno reconoce en este vídeo, para usar Nutriscore correctamente debemos identificar por nosotros mismos cuáles son las distintas categorías de alimentos y qué uso vamos a darles. En definitiva, no podemos fiarnos del semáforo que nos está diciendo con colores que es bueno o malo. Solo que ahora tendremos en todos los alimentos una etiqueta que dice exactamente esto: aceite malo, refresco bueno.

Como vienen advirtiendo desde hace un lustro buena parte de los nutricionistas –también muy enfrentados en torno a la conveniencia de este etiquetado–, el Nutriscore permite pasar por saludables a alimentos que no lo son tanto, mientras condena a una mala calificación a otros que sí lo son.

Tres años sin avances

Aunque el ministro Garzón está siempre en la picota, hay que recordar que solo ha continuado el camino que inició hace justo tres años la ministra de Sanidad María Luisa Carcedo, del PSOE, que ya anunció la futura implantación del Nutriscore como una medida destinada a mejorar la información que reciben los consumidores sobre los alimentos y bebidas. Un nuevo etiquetado cuyo objetivo es que la ciudadanía pueda “tomar una decisión informada y motivada para seguir una dieta más saludable”.

Si los cereales de desayuno o las patatas fritas tienen una nota A o B ¿cómo justificar que no son mejores que un plátano?

El PP, que ahora critica la implementación del Nutriscore, también pidió que se promoviera en 2020, cuando presentó una moción para debatir en la comisión de Agricultura del Senado en la que pedían que se pusiera en marcha "a la mayor brevedad" este sistema.

La industria alimentaria lleva años preparándose para la implementación de este etiquetado –que es universal ya en Francia y se puede ver en cientos de alimentos ya en España– y se ha esforzado por llevar a los niveles A y B (los “verdes”) todos sus productos que obtenían notas C, D, o E (“naranja” y “rojo”).

Esto podría ser una buena noticia –y es, de hecho, uno de los argumentos de los defensores del Nutriscore–: las empresas están reformulando sus productos para que sean más sanos. Pero sus detractores advierten: hecha la ley, hecha la trampa. Si los cereales de desayuno o las patatas fritas tienen una nota A o B ¿cómo justificar que no son mejores que un plátano o una caballa que, por ser productos frescos, no tienen este etiquetado? O, peor, que dependiendo de su uso son manifiestamente peores que el aceite de oliva o, incluso, la mantequilla.

Hay que entender, además, que en cualquier caso el Nutriscore seguirá siendo un etiquetado voluntario. Como ya explicó el ministro a Directo al Paladar en una entrevista, la legislación europea –que manda en materia de regulación alimentaria– no permite la implantación obligatoria de un etiquetado frontal.

Lo que quiere promover el ministerio es una ley que regule el uso del Nutriscore de forma voluntaria, de forma que las empresas que se adhieran al mismo lo hagan bajo criterios idénticos y, lo que es más importante, utilizando este en todos sus productos. Esto evitaría que, como hasta ahora, se use el Nutriscore solo como un reclamo comercial en los productos que sacan buena nota.

El problema es que eso es precisamente lo que están haciendo ya muchas grandes empresas, que han preparado todo su catálogo para que salga bien parado en el etiquetado, mientras que muchos productores que solo comercializan productos que a la fuerza van a sacar mala nota no lo utilizarán nunca. Resultado: los lineales se van a llenar de productos ultraprocesados de las grandes multinacionales de la alimentación que llevan años trabajando para que salgan en verde. Y, mientras, pese a las peticiones para que suba de nota, el aceite de oliva sigue llevándose una C como un castillo.

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Es peor el remedio que la enfermedad

El ministro ha insistido hasta hace poco en que una de las principales ventajas del Nutriscore es que permitiría tener una base común para regular la publicidad dirigida a los niños de alimentos considerados poco saludables. Pero esta medida saldrá adelante finalmente utilizando criterios de la OMS, no el Nutriscore.

Garzón no ha ocultado nunca las debilidades de Nutriscore –de hecho, las acaba de hacer patentes en un vídeo–, pero siempre ha mantenido que “el avance es enorme con respecto a lo que tenemos”. Quiero pensar en que hace todo esto de buena fe, pensando más en la salud pública que en el interés de ciertas multinacionales a las que sin duda beneficia Nutriscore, pero, en materia de información nutricional, lo que no suma resta. La peor decisión alimentaria que podemos tomar es aquella que hacemos pensando que estamos comiendo algo saludable que, en realidad, no lo es. Y Nutriscore es la herramienta perfecta para que esto ocurra.

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