Recibí el encargo de ver 'Okja', la producción cinematográfica de Netflix que revolucionó el pasado Festival de Cannes, con idea de sacar alguna reflexión sobre el veganismo, la manipulación genética, lo que comemos y lo que sentimos al respecto.
Van 15 minutos de fotografía impecable, dos frases de diálogo, excelente banda sonora, ritmo lento... En fin. La poesía habitual del gran director surcoreano Bong Joon-ho, autor de títulos como Snowpiercer y The Host.
En ese tiempo me han entrado cinco emails y siete recordatorios de tareas... y la película sigue con una especie de cerdo-hipopótamo-manatí-Fújur de tamaño elefante que retoza por el campo con una niña que casi se despeña.
Aguantad esos 15 minutos. Lo que viene después es fascinante por histriónico, conmovedor, casi caricaturesco y sugiere la pregunta absoluta: "¿Serías capaz de comer un filete de carne después de ver la animalista 'Okja' de Netflix? Intentaremos evitar los spoilers.
La polémica de 'Okja'
Para situarnos rápido: la polémica que saltó en mayo entre la exquisita sociedad cinematográfica francesa del Festival de Cannes con motivo del prestreno de 'Okja' no se debía al capitalismo salvaje, la manipulación genética o el maltrato animal (metáforas de la película). Qué va.
Lo que les parecía realmente indignante es que compitiese por la Palma de Oro una película que no se proyectaría en la gran pantalla, sino solo en la plataforma de streaming.
Por ese motivo, la proyección en Cannes fue recibida con reticencias. Después, el público estuvo, de reloj, cuatro minutos aplaudiendo en pie. Cosas de la alfombra roja y los reglamentos de la industria.
Al mito de 'Okja' se ha sumado la limitación de su exhibición en Francia, el boicot de salas de proyecciones surcoreanas, ampollas en la industria cárnica y muchos nuevos vegetarianos y veganos. De nuevo Bong Joon-ho había conseguido su objetivo: sacudir la mente y hasta el estómago del espectador.
Las claves de 'Okja'
La genialidad del director ha sido asegurar -en una entrevista con The New York Times- que no pretendía que la gente dejase de comer carne. Solo quería hacer una "película hermosa".
Parece casi accidental que el argumento trate de una corporación alimentaria que ha experimentado genéticamente y obtenido unos "supercerdos" gigantes. Durante 10 años son criados en libertad por granjeros ecológicos en ubicaciones idílicas. Se supone que después servirán para acabar con el hambre en el mundo. Ya.
Entre esos granjeros, la pequeña surcoreana Mija (An Seo Hyun) se encariña de su cerda 'Okja' y trata de rescatarla cuando la multinacional se la lleva "para ganar un concurso". Eufemismo al poder.
Aquí entra en acción el Frente de Liberación Animal, como animalistas bienintencionados que intentan (o eso parece) ayudar a la niña a rescatar a su amiga.
Son un desastre casi poético y la interpretación de Paul Dano, Lily Collins y Steven Yeun llega a sorprender para la caricatura vegana que les ha caído en esta película.
Siendo sinceros, no queda muy clara la postura del director sobre este movimiento libertario. Contradicciones morales y situaciones cómicas que rozan el absurdo dejan esa duda en el aire.
Ironías del guión: "Quiero dejar una huella medioambiental tan escasa en el planeta que no puedo permitirme ni comer tomates". Olé ahí. Un movimiento todo paz y amor hasta que descubren una traición entre sus activistas y le hacen una cara nueva.
El mensaje animalista y vegano
Como toda película con carga social, en 'Okja' no podían faltar los villanos que rozan la psicopatía y que interpretan de forma magistral Tilda Swinton, Jake Gyllenhaal y Giancarlo Esposito. Y aquí empieza el retrato de nuestra sociedad distópica llevada al extremo.
Si en la primera hora y media de película uno piensa que quiere darse un chapuzón con el animal gigante, entiende que una menor de edad llegue sola desde las remotas montañas a Seúl sin despeinarse, sobreviva a persecuciones dig nas de un agente secreto y acuda al festival de los supercerdos en la otra punta del mundo...
La siguiente media hora es para sentarse a contemplar el delirio cinematográfico a medio camino entre lo irreal y lo hiperrealista.
No vamos a spoilear sobre determinadas escenas que quien vea la película identificará enseguida.
Es tan exagerado, tan histriónico... un guión final a ratos tan naif y a ratos tan malvadamente obvio ("Hacemos neogocios: solomillos para los restaurantes sofisticados. Todo se come menos los chillidos") que casi decepciona.
Esto no es Disney. Y no es que no queramos que en esta aventura salven a la supercerda surcoreana, pero si lo consiguieran... ¿qué pasaría con los demás ejemplares del matadero?
Ningún movimiento de liberación real se conformaría con salvar solo a uno de ellos. Y hasta aquí podemos contar.
Imágenes | Netflix | Giphy
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