De miga tierna y corteza fina y crujiente, jugosa y aromática: ¿a quién no le gusta una buena focaccia? A mi, desde luego que sí. Este pan italiano me robó el corazón hace años y, desde entonces, me declaro fan incondicional de la criatura en cualquiera de sus formas.
Me gusta hacer focaccia en casa y disfrutar del proceso tanto como del resultado. He probado distintas maneras de elaborarlo, siguiendo las recomendaciones para que quede perfecta, y se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Hoy vengo con una de ellas: focaccia sin amasado.
Sí, habéis leído bien. Focaccia sin amasado. Algo que se agradece tremendamente al ser esta una masa muy pringosa por el alto contenido de líquido que lleva. Poco o nada hay que pringarse, palabrita. Solo hay que realizar la mezcla inicial de ingredientes y dejar que el tiempo haga su magia. Solo necesitaréis una bandeja adecuada bien engrasada para darle espacio a expandirse por sí misma.
Ingredientes
- Agua tibia 590 ml
- Levadura fresca de panadería 21 g
- Miel 15 g
- Harina de fuerza 625 g
- Sal 10 g
- Aceite de oliva virgen extra 6 cucharadas
- Mantequilla 20 g
- Escamas de sal 5 g
Cómo hacer focaccia sin amasado
- Tiempo total 30 m
- Elaboración 10 m
- Cocción 20 m
- Reposo 6 h
En un recipiente amplio mezclamos el agua tibia con la levadura, desmigada, y la miel. Removemos para integrar al tiempo que disolvemos la levadura. Dejamos reposar 10-15 minutos a temperatura ambiente para que se active la levadura (saldrán burbujas en la superficie).
Agregamos la harina y la sal y removemos con una rasqueta, una cuchara o una espátula hasta obtener una masa homogénea en la que no se aprecien grumos. Será muy líquida y pegajosa, es perfectamente normal.
En otro recipiente amplio introducimos cuatro cucharadas de aceite de oliva virgen extra y la masa anterior. La volteamos para que se cubra bien de aceite y cubrimos con un trapo de cocina limpio. La dejamos levar durante tres o cuatro horas o hasta que doble su tamaño.
Cuando la masa esté lista la doblamos desde los extremos hasta el centro, ayudándonos de una rasqueta o de un par de tenedores para levantar la masa. Lo hacemos por todo el contorno, en cuatro puntos opuestos del recipiente. Con cuatro dobleces es suficiente.
A continuación enmantequillamos bien un molde apto para horno de, aproximadamente, 40x30 cm. Con ello conseguiremos que la focaccia se despegue fácilmente del molde una vez horneada. Vertemos el resto del aceite de oliva virgen extra en el centro y dejamos caer la masa sobre él.
Volteamos la masa para que se cubra bien con el aceite y dejamos que leve de nuevo durante un par de horas en un lugar cálido y alejado de corrientes de aire. El horno, sin encender, es un buen lugar o cerca de un radiador. La masa se extenderá sola por todo el molde durante este tiempo.
Encendemos el horno a 235ºC, con calor arriba y abajo, y colocamos una rejilla en la parte central. Nos aceitamos las manos y presionamos la masa con las puntas de los dedos por toda la superficie, como si estuviéramos tocando el piano.
Espolvoreamos la superficie con sal en escamas y la rociamos con un chorrito de aceite de oliva virgen extra. Introducimos el molde en el horno y cocemos la focaccia durante 20-30 minutos o hasta que esté dorada por la superficie. Dejamos enfriar antes de consumir.
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Con qué acompañar la focaccia sin amasado
Esta receta de focaccia sin amasado es deliciosa tal cual, con un poco de aceite pincelado por la superficie. No obstante admite cualquier tipo de ingrediente para acompañarla, desde embutidos a quesos. Probadla y ya me diréis.
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