La sopa de ajo es, probablemente, una de las elaboraciones más antiguas del recetario castellano.
Comida humilde donde las haya, en tiempos se hacía usando solo agua, ajo, pimentón y pan duro, pero está mucho más rica si la elaboramos con un buen caldo de pollo, de carne o verduras.
El plato es ideal no solo para salir de la sopa de fideos, sino también para aprovechar los restos de pan duro. Gracias a esta receta en mi casa no se tira pan jamás.
Su elaboración no tiene ningún misterio. Solo hay que sofreír dos o tres dientes de ajo en un poco de aceite de oliva, añadir un poco de pan duro cuando estén dorados y, después, pimento picante o dulce. Antes de que se queme, echamos caldo y lo cocinamos durante 10 minutos hasta que el plan se ablande. Justo antes de servir, añadimos un par de huevos, que van a cocinarse con el calor residual.
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En muchos restaurantes engordan la sopa de ajo, también conocida como sopa castellana, con un poco de jamón o chorizo. Está bueno, pero en mi día a día suelo prescindir de ello, por lo que tenemos un plato casi vegetariano, la mar de saludable. Tampoco quito los ajos: me gusta comérmelos enteros con la sopa. Pero esto ya es cuestión de gustos.
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