Excepto algunos exaltados marginales, nadie duda ya de que el cambio climático es el gran desafío al que se enfrenta el mundo. Hay, desde hace décadas, un consenso científico en torno a sus causas –el aumento exacerbado de las emisiones de gases de efecto invernadero provocado por la actividad humana– que ha devenido, a duras penas, en consenso político. Pero si ha costado tanto reconocer el problema, no digamos lo que va a costar implementar soluciones al mismo.
Hasta la fecha, el debate sobre el cambio climático se ha centrado en gran medida en el abandono de los combustibles fósiles, la consabida transición energética, pero solemos olvidar que, si bien este es un paso necesario, no es para nada suficiente.
Los científicos suelen explicar esto con la metáfora de la bañera. Si no queremos que el agua desborde al meternos en una bañera llena hasta arriba de agua no basta con cerrar el grifo, además hay que quitar el tapón. Mientras se emita a la atmósfera más dióxido de carbono de lo que la naturaleza puede absorber, la temperatura del planeta seguirá aumentando.
El grifo son las emisiones de carbono. El desagüe es todo lo que nos permite capturar carbono: unos ecosistemas sanos o, como propugnan algunos, soluciones de geoingeniería, controvertidas técnicas diseñadas para intervenir y alterar los sistemas de la Tierra en gran escala que, si bien permitirían que disminuya la temperatura en la tierra, seguirían aumentando el otro gran problema que afronta el planeta, la pérdida de biodiversidad.
“La crisis medioambiental tiene muchos componentes que se entrecruzan; el cambio climático es sólo uno de ellos”, explica a DAP Drew Pendergrass, doctorando en Ingeniería Medioambiental en la Universidad de Harvard y coautor del libro, recientemente editado en nuestro país, Socialismo de Medio Planeta (Levanta Fuego). “Estamos viviendo la sexta extinción masiva en los casi cuatro mil millones de años de historia de la vida en la Tierra. Aunque el cambio climático tiene parte de culpa, la causa más próxima de las extinciones que presenciamos es la simple pérdida de hábitat. Para poner fin a este ecocidio, catastrófico tanto para los humanos como para los no humanos, tenemos que garantizar la restauración y conservación de hábitats sanos”.
La resilvestración está ya pactada
“La categoría de 'Agricultura, silvicultura y otros usos del suelo' -es decir, las emisiones de carbono procedentes de la destrucción de ecosistemas naturales y la producción de alimentos- es responsable de aproximadamente una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero”, apunta Pendergrass.
Pendergrass insiste, como todo científico, en que no se puede solucionar el cambio climático sin cortar de raíz el empleo de combustibles fósiles, pero el uso de la tierra, principalmente para la producción de alimentos, es tan responsable del problema como el transporte, la industria o la construcción, así que “debería considerarse un problema tan grave como cualquiera de esos sectores”.
De un tiempo a esta parte, cada vez más científicos insisten en la necesidad, no solo de proteger los ecosistemas naturales que aún no se han explotado –el gran caballo de batalla de los movimientos conservacionistas del pasado siglo–, sino también de recuperar espacio para la naturaleza, lo que se conoce en inglés como rewilding. En español, resilvestración.
“Lo que antes era tierra vegetal profunda o un ecosistema rico es ahora carbono en el aire, calentando nuestro planeta”, explica Pendergrass. “Lo maravilloso de las plantas y los suelos, y de los animales que viven de ellos, es que pueden recuperar ese carbono de la atmósfera a medida que se recuperan y crecen”.
La ONU ha acordado la protección del 30% del planeta y el 30% de los ecosistemas degradados para 2030
Aunque la resilvestración es un asunto que aún no ocupa un gran espacio en el debate público, lleva décadas sobre la mesa de las políticas medioambientales –el concepto fue acuñado en 1990, de manos del conservacionista Dave Foreman–, y es una de las grandes batallas que se están librando en los organismos internacionales.
Se han dado ya pasos. Según datos de la ONU, en la actualidad está protegida alrededor del 16,44% de tierra en el mundo, junto con el 7,74% de océanos. Pero los objetivos deben ser mucho más ambiciosos. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP15) finalizó en Montreal (Canadá) el 19 de diciembre de 2022 con un acuerdo histórico en el que las delegaciones de 188 gobiernos acordaron un plan estratégico para detener y revertir la pérdida de la naturaleza, incluida la protección del 30% del planeta y el 30% de los ecosistemas degradados para 2030.
Hay quien piensa que estos objetivos son pocos ambiciosos. Pendergrass insiste, por ejemplo, que sería necesario resilvestrar el 50% de la superficie terrestre, lo que se conoce como la “teoría del medio planeta”, propuesta por el biólogo Edward Osborne Wilson en su libro Medio planeta: La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción. Pero ya podríamos darnos con un canto en los dientes si realmente se protegiera en 2030 un tercio del planeta como promueve la ONU. La experiencia con acuerdos anteriores nos muestra que debemos ser muy cautos con los resultados finales de estos compromisos.
Como explicó el reputado catedrático de Ciencias Marinas Carlos Duarte en el V Encuentro de los Mares, celebrado este verano en Tenerife, solo se han alcanzado entre un 5 y un 10% de los objetivos del último gran acuerdo en materia de biodiversidad alcanzado en la ONU, las Metas de Aichi.
Como explica Duarte, no solamente hay que declarar zonas protegidas, se tienen que desplegar acciones de conservación
España, por ejemplo, está en el puesto 34º del mundo en cuanto a protección de la superficie oceánica, con un 11% de nuestra zona económica exclusiva protegida. Pero de nada sirve decir que una zona está protegida si no se ponen los recursos para que la renaturalización del espacio sea real. “Si miramos en detalle se considera que el nivel de implementación es muy bajo”, explica Duarte. “Realmente el área protegida, donde la pesca está restringida, es un 0%. No tenemos ni un metro fuertemente protegido. No solamente hay que declararlas, se tiene que desplegar acciones de conservación”.
Y aquí viene el gran dilema político de todo esto. Si se quiere resilvestrar un tercio del planeta –no digamos la mitad de este– hay que invertir cantidades ingentes de dinero. El Acuerdo de Montreal fija un mecanismo de financiación de 220.000 millones de euros, pero, según Duarte, se calcula que en realidad la necesidad es cinco veces superior: 600.000 millones al año.
La recuperación de los océanos y tierras agrícolas y ganaderas para la naturaleza, necesita, además, de un cambio radical en el sistema alimentario. Por ejemplo en la Unión Europea, según un informe de Greenpeace, más del 70% de la superficie agrícola se destina a la alimentación del ganado. Proteger el 30% de los océanos implica, también, no pescar nada en esas zonas. Pensar que vamos a poder seguir comiendo igual mientras aumenta la población y necesitamos resilvestrar buena parte del planeta es hacerse trampas en el solitario.
De la forma en que abordemos esto depende en gran medida nuestro futuro.
¿Se puede poner precio a una ballena?
Una de las grandes figuras que participaron en el Encuentro de los Mares fue Ralph Chami. Conocido por ser el Director Adjunto del Instituto para el Fortalecimiento de las Capacidades del Fondo Monetario Internacional (FMI), Chami se ha tomado un año sabático de su puesto para trabajar en su asociación Blue Green Future, una entidad que defiende un “nuevo paradigma económico donde se reconozca que la economía depende de la naturaleza”.
En términos de captura de carbono una ballena tiene un valor de 3 millones de dólares
En opinión de Chami, la resilvestración del planeta depende de adaptar las lógicas conservacionistas –dependientes históricamente de la intervención estatal, ergo, de políticas de raigambre socialista– al capitalismo.
“Sabiendo que la naturaleza vale dinero, no solo de forma subjetiva, si no transformado en dólares, podemos usarlo a nuestro favor”, explicaba Chami en el Encuentro de los Mares. “El dinero que se emplea en proteger la naturaleza es poquísimo, depende de la filantropía y los fondos gubernamentales. Hay que multiplicarlo. Hay que dar más dinero y la única forma que queda es ir al sector privado y decirles que da beneficios invertir en la naturaleza”.
Chami ha calculado, por ejemplo, cuánto vale en términos de captura de carbono una ballena. Son 3 millones de dólares. Un elefante vale 2,6 millones. Y un ecosistema completo, por ejemplo los manglares de Florida, tienen un precio de 1,6 millones de dólares por kilometro cuadrado. Su idea es que las empresas paguen por proteger especies o ecosistemas como compensación de sus emisiones.
“Se puede calcular cuánto CO2 se va a capturar en los próximos años si se protege y recupera un ecosistema: eso es una inversión”, concluye.
La propuesta de Chami tiene cada vez más adeptos, incluido su valedor Carlos Duarte o Alejandra Cousteau, la nieta del famoso oceanógrafo y conocida activista contra el cambio climático que en el Encuentro de los Mares insistió en la necesidad de ponerle precio a los ecosistemas o la fauna: “La naturaleza tiene valor, pero nunca lo hemos puesto en el lenguaje de los mercados, de la política, de la sociedad. Hay que externalizar el coste que le damos a naturaleza, porque si todos nos ponemos de acuerdo en lo que vale podremos contabilizarlo y que se invierta”.
Para otros científicos como Pendergrass, no obstante, estas soluciones solo agravarán el problema: “Estas propuestas son un excelente ejemplo de cómo al capital le gusta recetarse a sí mismo como cura de la enfermedad que él mismo provoca. El capitalismo provoca crisis medioambientales porque necesita consumir constantemente el mundo para reproducirse. El capital es ciego a todo excepto al beneficio, incapaz de ver lo que destruye. Si es rentable talar una selva y sustituirla por un pastizal lleno de vacas que comen maíz para producir carne y leche, así se hará”.
“La mercantilización de la naturaleza no hace sino continuar este proceso por otros medios”, prosigue el medioambientalista. “Si el valor de una ballena es de un millón de dólares, pero el valor de la captura de peces es de un millón y un dólares, entonces esa ballena será sacrificada, de forma completamente racional, según el capital. También crea incentivos perversos para falsear la extensión y la calidad de las tierras conservadas. No hay peor manera de producir una contabilidad honesta del carbono o la biodiversidad que privatizarla. Estos sistemas invitan a los científicos y consultores más cobardes a maquillar las cifras y venderlas al mejor postor”.
La alternativa, explica Pendergrass en Socialismo de Medio Planeta, coescrito junto al historiador medioambiental Troy Vettese, es democratizar la economía. Ergo, apostar por una solución socialista al problema que pase, además, por promover una dieta vegana, que reduzca las emisiones de metano, una de las formas más rápidas y efectivas de atajar el cambio climático.
“Existe una alternativa tanto al socialismo autoritario como al capitalismo ecocida despiadado”, asegura Pendergrass
“Podemos estar de acuerdo en que el cambio climático es malo y hay que detenerlo, pero somos incapaces de actuar de forma contraria al afán del capital por expandirse y acumular”, explica Pendergrass. “En nuestro libro nos tomamos muy en serio la forma en que históricamente los socialistas han intentado arrebatar la economía al capital, pero no han conseguido sustituir el control de la economía por la democracia. En su lugar, una burocracia esclerótica e irresponsable dirigió la economía, intentando crecer más rápido que el capitalismo. Eso no es liberación; es una pesadilla”.
Socialismo de medio planeta
“Sin embargo, si queremos llegar a la raíz de la crisis medioambiental, y a la causa de la miseria de miles de millones de seres humanos, tenemos que cambiar la lógica económica de nuestro sistema y volver a ponerlo en manos humanas”, concluye el autor. “Creo que es posible hacerlo sin totalitarismo, y en nuestro libro esbozamos detalladamente cómo algo tan complicado como la economía podría gestionarse democráticamente sin el tipo de aparato coercitivo de la URSS. O, para el caso, sin el aparato coercitivo que tenemos ahora. En el capitalismo, los seres humanos se ven obligados automáticamente a trabajar bajo la amenaza de morir de hambre o de quedarse sin hogar; se trata de un cuchillo afilado y cruel, aunque no lo empuñe un matón con botas altas. Existe una alternativa tanto al socialismo autoritario como al capitalismo ecocida despiadado. Sólo necesitamos un movimiento que la construya”.
Imágenes | Encuentro de los Mares / Michel PERES / blake81 / Lucilleb