No te culpes por estar gordo: la causa de la obesidad es la pobreza, no las decisiones individuales

La "epidemia de la obesidad" debería recibir mucha más atención y mucho más seria porque se cree que podría estar detrás de [3 millones][1] de muertes al año en el mundo. La obesidad supone una enorme presión para los servicios de salud, pero la respuesta de los gobiernos en países desarrollados como EE.UU. o el Reino Unido es escasa y no va más allá de recriminar a los niños cuando comen demasiados dulces.

Lo que no se cuenta es que existe una relación demostrada entre obesidad y desigualdad social. Siempre se presenta la obesidad como un problema de la dieta que tiene que ser tratado por nutricionistas, mientras que la desigualdad social es un asunto de sociólogos y economistas. Dicho de otra manera, aunque la brecha de la desigualdad sea [cada vez más grande][2], existe un problema social que ha pasado a ser un problema de salud. La obesidad no es solo un problema para los nutricionistas, sino que se trata del resultado de la desigualdad social y requiere una respuesta social colectiva.

Esta incapacidad para hacer frente a las causas subyacentes de la obesidad es aún más sorprendente si tenemos en cuenta que la desigualdad y la justicia sociales son temas recurrentes en las noticias. A pesar de que la riqueza total en el mundo no para de crecer, los problemas de salud siguen reflejando las desigualdades en la sociedad, incluso en los países más desarrollados.

Lo trágico es que la obesidad se suele tratar como un problema y una responsabilidad a nivel individual o familiar y no como un problema social, como cuando hablamos del fracaso escolar o la delincuencia. Las soluciones a la obesidad siempre se plantean a nivel personal o familiar.

Y sin embargo las estadísticas señalan claramente que la obesidad es un problema social, algo que debería cambiar nuestra forma de tratar el problema pero que no acaba de ocurrir.

Estadísticas vitales

En el caso de Estados Unidos, el estado más "obeso", [Arkansas][3], también es el cuarto estado más pobre, mientras que el estado más pobre, [Mississippi][4], es el tercero en nivel de obesidad.

En cuanto a Nuevo México, el segundo estado más pobre del país, la cosa no está tan clara porque hay otro factor a tener en cuenta: la etnia de la población. [Nuevo México][5] está "solo" en el puesto 33 en cuanto a tasa de obesidad en adultos, algo que contrarresta la tendencia general. Pero incluso en "la tierra del encanto" (como se conoce a este estado) la relación entre riqueza y salud sigue siendo latente. En este caso la tasa de obesidad en adultos es del 34,4% en negros, 31,3% en latinos y solamente un 23,9% en blancos, algo que vuelve a reflejar la distribución de la riqueza.

En cuanto a los ingresos relativos, un [estudio de 2017][6] encontró que a una familia negra normal le llevaría 228 años alcanzar el mismo nivel de salud que tienen las familias blancas hoy en día, mientras que en el caso de las familias de latinos serían 84 años. El color de la piel sigue estando asociado a una mala salud y a una menor esperanza de vida.

[Varios estudios recientes][7] en Inglaterra también ponen de manifiesto esta relación entre obesidad e ingresos. De las 10 peores zonas en términos de obesidad o sobrepeso infantil, la mitad coinciden con las 10 peores zonas en cuanto a pobreza infantil. El condado más obeso de Inglaterra, Brent, también es el noveno más pobre, mientras que el estado más rico del país, Richmond, pese a estar en el extrarradio de Londres, es uno de los más sanos con una tasa de obesidad relativamente baja. ¿Qué pasa con el condado más pobre el país? Otra zona de Londres, Newham, también es la octava en cuanto a obesidad infantil.

Estos datos son tan vergonzosos y están tan relacionados con las prioridades políticas y con la desigualdad social como los niveles de mortalidad del siglo XIX a causa del raquitismo o de la fiebre tifoidea.

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Paralelismos con la era victoriana

Imagínate qué hubiera pasado si en la era victoriana hubieran tratado de combatir la fiebre tifoidea animando a todo el mundo a vivir en el campo cerca de pozos de agua limpios en lugar de construir sistemas de alcantarillado y plantas de tratamiento de agua. La respuesta que le estamos dando a una epidemia que mata a tantas personas en todo el mundo (se ha convertido en la [quinta causa principal] [1] de muerte temprana) es igual de ilusoria.

En los primeros años del siglo XIX, las ciudades industriales de Occidente se caracterizaban por la superpoblación, las viviendas precarias, la mala calidad del agua y las enfermedades. Las epidemias, incluso en las ciudades modernas como Nueva York y Londres, eran el pan de cada día. Los líderes de las ciudades apenas se preocuparon por el hecho de que estas epidemias causarán muchos más estragos en los barrios más desfavorecidos y en los barrios marginales. Las epidemias se interpretaban como castigos por la depravación moral, algo parecido a lo que ocurre hoy en día con las enfermedades relacionadas con el sobrepeso. Pasó mucho tiempo hasta que la forma de pensar de la gente, muy influenciada por los sentimientos de culpa de las religiones, [diera paso] [8] a la creación de medidas de salud pública.

Pero se trataba de una época cuando todavía no se entendía cómo se transmitían las enfermedades y la idea de que los gérmenes eran partículas diminutas vivientes no era del todo aceptada. De ahí que a los neoyorquinos de clase media les pareciera razonable que las enfermedades como el cólera afectarán con mayor intensidad a los barrios de clase trabajadora porque era visto como una prueba de su depravación moral.

Panfleto del New York City Board of Health, 1832.

Mientras tanto, muchas empresas lucharon contra las propuestas públicas de saneamiento porque temían que aumentaran los costes de producción, de la misma manera que la industria alimentaria resiste o subvierte las iniciativas de salud pública, tal y como ha descrito minuciosamente el periodista de investigación Michael Moss. Al igual que hoy en día, muchas veces el interés comercial se veía respaldado por los políticos. A diferencia de los perjuicios de consumir bebidas azucaradas o comida precocinada, en su día los daños para la salud eran evidentes y se acumulaban cadáveres de animales podridos y montañas de basura. Sin embargo, la oposición al cambio era similar: había que luchar por cada mejora.

¿Por qué las personas más pobres se alimenten de forma menos saludable? El experto en salud y políticas alimentarias Martin Caraher ha explicado que elegimos los alimentos dependiendo de nuestros ingresos, conocimientos y habilidades. Otros expertos destacan el hecho de que comer bien implica dedicarle más tiempo a cocinar. Sin embargo, tales explicaciones no se suelen corresponder a la realidad e incluso parecen peligrosamente retrospectivas. Lo que es seguro es que la solución para luchar contra la obesidad no está en subir los impuestos de ciertos alimentos de la misma manera que no vas a reducir la tasa de suicidios subiendo los impuestos de las sogas.

La idea es que tenemos que tratar la obesidad como algo colectivo y centrarnos en las comunidades donde la tasa de obesidad es más alta, sobre todo cuando está relacionada con el desempleo, los bajos niveles de educación, el estrés, la depresión y la falta de cohesión social. Todo esto requiere un cambio enorme en las políticas sociales, pero si no hacemos nada al respecto las consecuencias serán mucho peores.

*Autor: Martin Cohen, Investigador visitante en Filosofía, Universidad de Hertfordshire.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.*

Imágenes | Pixabay
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