Realmente ¿sabemos lo que comemos?

Cada vez me preocupa más la cuestión de si realmente sabemos lo que comemos. Reconozco que algunas veces he pecado de ingenua y he dado por buenas las explicaciones sobre los ingredientes usados en la preparación de algunos alimentos, pero a raíz de las últimas noticias sobre la utilización de carne de caballo creo que los consumidores debemos estar alerta y no dejar que nos sigan engañando.

El debate suscitado sobre si la carne de caballo es o no adecuada para el consumo humano, me ha hecho recordar que mi abuela me contó una vez que "antes" se daba esta carne a las personas con alguna enfermedad, pues existía la creencia de que reforzaba el sistema inmunitario y que había un día específico para que la carne pudiera recogerse del matadero, pues no siempre se sacrificaban estos animales.

Esta carne, de sabor dulce y más proteica que la de cerdo o ternera, se come en Europa desde, según se cree, la Batalla de Eylau a principios del siglo XIX, cuando se permitió que las tropas francesas, hambrientas, se alimentaran de los caballos muertos durante los enfrentamientos ¿Nació también entonces el dicho "tengo tanta hambre que me comería un caballo"?

Hoy en día el debate sobre si la hipofagia, o consumo de carne equina, es viable está superado, animales más exóticos se comen. No hace falta ir muy lejos, la carne de caballo es muy popular en países como Italia, donde se puede comprar jamón de caballo al horno o carne marinada, incluso conocidas empresas italianas de embutidos tienen una línea equina y ofrecen productos como carne seca, salami, salsichas y carpaccio.

En Alemania, el Sauerbraten, asado de carne adobada, se prepara tradicionalmente con caballo. También en Bélgica o Francia es considerado un producto de calidad y existen carnicerías especializadas en carne equina, en las que se ofrecen cortes comerciales semejantes a los de los vacunos. Fuera de Europa, Japón es uno de los mayores demandantes de carne de caballo donde la usan para preparar sushi. En nuestro país, Cataluña y Levante son sus máximos consumidores.

La comercialización de carne de caballo se produce con los mismos cortes que el ganado vacuno, como ya he comentado puede consumirse en forma directa o en embutidos. Del caballo son apreciadas tanto las partes nobles (lomo, chuleta o solomillo) que son ideales para servir poco hechas y sangrantes, como las patas, que se usan para elaborar diferentes estofados y guisos de cocciones largas.

En realidad, lo que me resulta inadmisible y considero que reclama una intervención rápida y enérgica por parte de todos los Gobiernos, es que no se especifique en el etiquetado de alimentos qué tipo de carne se está usando y, mucho más grave, que la carne usada sea de animales que no reúnan las condiciones sanitarias necesarias.

Las últimas noticias relacionadas con el tema apuntan a la destrucción de toneladas de comida en toda Europa. Un hecho lamentable si tenemos en cuenta la actual situación de crisis que estamos atravesando, y que me hace pensar que si se ha optado por la destrucción antes que por la distribución, por ejemplo a comedores sociales, es porque no existe la total certeza de que la carne de caballo esté en perfectas condiciones.

Desde la U.E. nos llegan también mensajes contradictorios, por un lado defiende que se trata de un fraude de consumo y no de un fraude sanitario, pero por otro lado insta a los gobiernos europeos a descartar la presencia de fenilbutazona, un antiinflamatorio que puede resultar perjudicial para las personas, en los caballos sacrificados en mataderos.

Está en juego el prestigio de los Gobiernos (aún más) y de muchas empresas del ramo de la alimentación. El tema es de vital importancia ¿y si no es sólo en la carne de caballo que nos están engañando? Carne, pescado, hortalizas, frutas, realmente ¿sabemos lo que comemos? Estaremos atentos a cómo se soluciona este incidente en el que, una vez más, los consumidores somos los realmente perjudicados.

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