Comer en Lisboa. Un paseo por las calles (I)

Cuando visitamos una ciudad por primera vez, nos preguntamos qué se comerá allí y cuáles serán las posibilidades de que dispondremos durante la visita para comer, ya sea para salir del paso, recargar fuerzas y seguir andando, como para darse un homenaje gastronómico o simplemente degustar las especialidades de la zona.

Hoy daremos un paseo gastronómico por las calles de Lisboa, y conoceremos un poco más de cerca lo que podremos encontrar en esta bella capital. Ya me habían advertido antes de emprender el viaje, que aquí iba a encontrar unos pasteles muy ricos. Se quedaron cortos, no solo son ricos, sino que son variados y tienen una pinta estupenda.

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Mi primer contacto con la repostería lisboeta fue frente a los escaparates de Casa Chineza, en Rua Aurea, tras cuyas cristaleras se pueden contemplar manjares como el pan folar de Chaves, el bolo rainha y bolo rei, similares al rosco de reyes, areias, bolachas de manteigna, reizinhos, bolo holandés, pasteis de nata o queijadas de madeira. Probamos los pasteis de nata, con un relleno similar a la crema pastelera pero mucho más fino y realizado, como su nombre indica, a base de nata leche, harina y yemas.

Continuando con el paseo, en las calles de la Baixa nos topamos con unos puestos en los que se venden castañas asadas. Repartidos por el centro de la ciudad, durante los meses fríos unos grandes carros de metal acogen los puestos en los que se asan las castañas, mientras el viento se encarga de anunciar su presencia, repartiendo las densas columnas de humo por las calles. La docena cuesta dos euros, se sirven en cucuruchos de papel, y como dicen los carteles, son castanhas quentes y boas.

A lo largo del paseo, surgen aquí y allá tabernas y tiendas en las que se pueden comprar vinos portugueses, oporto, madeira, vinho verde y vintages.

La hora de la comida se anuncia con los olores que comienzan a dejarse sentir al mediodía. A eso de las doce y media, las mesas empiezan a animarse y a la una y media, los restaurantes están en pleno trabajo, casi acabando el servicio. Y con esos olores, el apetito se abre y hay que buscar dónde llenar el estómago para afrontar las visitas de la tarde.

Hay muchas opciones para comer en Lisboa. La más recomendable es optar por la cocina tradicional y casera, que se puede encontrar a lo largo de los snacks, unos pequeños comedores de pocas mesas en los que la comida tiene una pinta estupenda. También es buena opción decantarse por el plato del día de algunas cafeterías céntricas.

La Rua das Portas de Santo Antao, concentra una gran cantidad de restaurantes claramente enfocados al turista, con variedad en la oferta; pero resulta muy agobiante la estrategia comercial de los establecimientos, que casi cazan a lazo al cliente, sin dejar siquiera pensar las opciones ni revisar la carta. Tras tres o cuatro asaltos, decidimos marcharnos de allí para poder escoger dónde comer con algo más de libertad.

Nosotros hicimos nuestra primera comida en Beira Gare, en la Praça Dom Joao da Câmara, en el Rossio. Allí tomamos dos platos rápidos, un bacalao a la brasa y un bife da vazía à portuguesa. Comida de batalla con una buena relación calidad precio. Con dos jarras de cerveza, e incluyendo el aperitivo que se sirve en todos los restaurantes portugueses, la cuenta no llegó a los 12 euros por persona. El café, como pude comprobar durante todo el viaje, es excelente, amargo, expreso y con crema, incluso en los snacks más baratos.

Los pies ya comienzan a acusar el cansancio del paseo, pero aún queda más que contar. Descansamos unos momentos en el miradouro de Santa Luzia mientras admiramos el paisaje de la ciudad, y retomamos este agradable paseo en breve.

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