Para mí, uno de los alicientes de un viaje es poder probar un desayuno diferente. Descubrir por la mañana una propuesta distinta a la que habitualmente tengo en casa me estimula cada día que amanezco en tránsito, y aunque a veces la esperanza de una primera comida reparadora y rica se topa con la dejadez de los anfitriones, otras constituye toda una sorpresa. Y un regalo.
Hace unos días estuve de viaje en Francia, invitada por Cointreau para conocer de cerca su historia e instalaciones en Angers. De toda esta visita os daré buena cuenta en breve, pero dejadme que os ponga hoy los dientes largos con un aspecto del viaje que merece la pena contar.
Una de las noches nos alojamos en el Château des Briottieres, cerca de Angers. Tras la cena, nuestro anfitrión nos dijo que nos levantáramos a la hora que quisiéramos, pero que él nos daría el desayuno cuando procediera. Con ese misterio nos fuimos a la cama. Al día siguiente bajé temprano al comedor y allí encontré al fotógrafo de la expedición sentado en una mesa extendiendo mantequilla en una baguette con destreza.
Un espectáculo. Monsieur no había preparado un desayuno, había desplegado una verdadera escenografía sobre la enorme mesa de comedor, que reinaba en el centro de la sala. ¿Por dónde empezar? ¿Por los croissants? ¿Por los crêpes? ¿Por las mermeladas artesanas?
La mesa se había montado con total ceremonia y cuidado. Sin manteles que la cubrieran, en el centro una espectacular bandeja de espejo servía de pie a varios objetos con los que decorar la ofrenda. Dos candelabros con sus velas recién encendidas, aves de plata y una jardinera con ramas de brezo, daban paso al banquete que se desplegaba a su alrededor.
En uno de los extremos de la mesa, tres rotundas copas de cristal nos daban la bienvenida para invitarnos a empezar la mañana con sendos cereales. Tres zumos diferentes servidos en estilizadas jarras, quesos, embutidos, yogures, diferentes tipos de frutos secos junto a cuatro mermeladas realizadas por artesanos de la zona: frambuesa, fresa, arándanos y albaricoque. Tres pasteles preparados para la ocasión, crêpes acompañados de jarabe de arce y, llegando al otro extremo de la mesa, tres pisos de fruta fresca lista para ser cortada.
El otro lado de la mesa lo ocupaba la vajilla necesaria para poner orden en todas aquellas delicias, y en dos mesas cercanas, en los extremos del salón, encontramos un surtido de panes listos para tostar: baguettes, pan de cereales, brioche e integral. Aunque hay que decir que la bandeja que antes se terminó en esta mesa fue la de los croissants, pequeñas piezas crujientes que a mi compañera de mesa y a mí nos volvieron locas.
Cafés e infusiones nos esperaban en una de las esquinas, abrigados en termos de agua, leche, y café. Si tuviera que poner una pega, esta sería precisamente el café; un expresso hubiera sido como besar el cielo esa mañana, un digno broche para un desayuno impresionante, de los más espectaculares que he tomado en mi vida.
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