El kiosko Puente Romano es una institución de Talavera. Y no solo por sus botellines
Si uno va paseando por la ribera del Tajo, a su paso por Talavera de la Reina (Toledo) puede que se tope con el kiosko Puente Romano.
Hay paisanos jugando a las cartas y tomando botellines, como en cualquier bar de España. Y nada hace imaginar que el lugar es, o debería ser, un lugar de peregrinación gastronómica. Pero cuando se acerca la hora de comer la cosa se pone sería: de su minúscula cocina empiezan a desfilar raciones de magro, callos y, sobre todo, conejo al ajillo. El plato estrella de la casa por el que es conocido en toda Talavera y alrededores y que le ha valido, incluso, un solete de la Guía Repsol.
Lo había probado hace ya casi una década en una visita a la ciudad toledana y lo tenía grabado en mi memoria como el mejor conejo al ajillo que había comido nunca. Tanto que comí, cené y desayuné lo mismo. Mi memoria gastronómica no me fallaba: es un plato increíble.
Esta delicia lleva haciéndose desde la inauguración del kiosko, en agosto de 1962, por los abuelos de los actuales propietarios, que montaron un chiringuito mucho más pequeño que el actual, con cuatro tablas y unas chapas de uralita, para servir algo de comer y beber a los carreros que pasaban a diario por el puente.
La propiedad cambia cada dos años
En su día, hubo hasta 8 kioskos en la vega del Tajo. Hoy solo queda el del puente romano en el que trabaja ya, incluso, la cuarta generación. Todo queda en familia. O, más bien, en familias.
Curiosamente, tras la jubilación del matrimonio fundador, Vicenta y Alejandro, se decidió repartir la gestión del kiosko en turnos bianuales para cada hijo. Así, cada dos años, las dos familias, Pajareros y Gutiérrez, se turnan para regentar el negocio.
“Realmente compaginamos nuestros trabajos habituales con los dos años que nos pertenece el Kiosko”, explica María Rosa Gutiérrez. “Así lo vamos llevando y ya llevamos sesenta y cuatro años”.
Gutiérrez confirma que no hay malos rollos, simplemente, fue el modo acordado en su momento de repartir el negocio: “Ahora estamos nosotros y mis sobrinos vienen de clientes. Y cuando están ellos, pues venimos nosotros”.
Un conejo para ponerle un monumento
La receta sigue siendo tal cuál la preparaba Vicenta, que fue enseñando a cocinarla a todas las mujeres de la casa. En nuestra visita, está al mando de la minúscula cocina María Luisa Alhambra “Mari”, nuera de Vicenta, pero también le ayuda en la tarea Fátima Cano, nuera de Mari –ambas en la foto de apertura–.
La elaboración del conejo es tan sencilla como efectiva. Se cocina en abundante aceite de oliva, a fuego medio, durante aproximadamente 15 o 20 minutos. Cuando está bien dorado por todas partes, se añade una cantidad considerable de ajo y guindillas bien picados y se apaga el fuego. De esa forma el ajo se cocina muy lentamente con el calor residual, lo que permite que no se queme y aporte mucho más sabor.
La ración, que cuesta 12 euros, lleva medio conejo. También se sirve en formato tapa, ideal para acompañar el botellín junto a las aceitunas que aliña en casa Mari, con un toque de limón. Buenísimas.
Aunque está abierto todo el año, es en verano cuando el kiosko se pone de bote en bote, con una terraza que se extiende por la ribera del río. En los días gordos se venden, explican, hasta 70 conejos.
No es para menos: es, hasta que alguien me demuestre lo contrario, el mejor conejo al ajillo de España.
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