Ay… Las abuelas. Qué diferente sería el mundo sin ellas; sin su amor, sin sus cuidados, sin sus mimos… sin su arte en la cocina. Porque admitámoslo, nadie cocina como nuestras abuelas (o madres, si ya son abuelas, que para el caso es lo mismo), y aunque nos guste probar cosas nuevas en la cocina, no hay nada como sentarte a la mesa a comer lo que tu abuela ha preparado con tanto cariño.
Cada abuela tiene esas recetas que domina, que solo a ella le salen perfectas por mucho que te expliquen. Los que tenéis a vuestras madres y abuelas cerca, las disfrutareis con frecuencia, pero los que vivimos lejos de ellas, no. Así que aprovechando mi visita Navideña, le pedí que preparara esos platos que tanto me gustan. Como no, accedió encantada, y pude disfrutar de la semana gastronómica de la abuela.
Durante esa semana, pude disfrutar de los más deliciosos manjares; como su fabada asturiana, pote, picatostes (torrijas), lentejas, compota, croquetas, canelones, tarta de manzana… y alguno de otra abuela, como pimientos rellenes de bacalao. Si a eso añadimos que fue la semana de Navidad, os podéis hacer una idea de lo bien que comí.
El placer tan único y maravilloso que sentía mientras disfrutaba de todo lo que veis en las imágenes (y otros placeres más mundanos, como huevos con patatas fritas), me trajo a la mente dos pensamientos que llevaban tiempo madurando en mi cabeza.
Por un lado, a veces me gusta regocijarme en la idea de que, si la inmensa mayoría de las abuelas cocinan bien, es debido a la larga tradición culinaria que tenemos, del tiempo y el cariño que durante tantos años han dedicado a la cocina. De lo importante que es la comida en nuestra cultura.
Por el otro, me preocupa que la necesidad constante de cambio e innovación nos aleje de esos placeres perfeccionados con los años y el buen hacer. Recetas que la historia ha ido moldeando con el cariño de las manos que las cocinan.
Es cierto que he disfrutado mucho en los restaurantes de cocina actual que he ido probando, y que me encanta probar cosas nuevas en la cocina, pero solo uno consiguió enamorarme, y fue con una fabada cocinada con el mismo amor que mi abuela.
Por eso, para que no nos olvidemos de los verdaderos y sencillos placeres que nos ofrece la vida, de agradecer los lujos que cada día tenemos a nuestro alcance, he querido compartir con vosotros la semana gastronómica de la abuela. Porque casi siempre, como en casa en ningún sitio.
¡Que aproveche!
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