Jimmy tiene 44 años y se dedica a la pesca del bacalao. Hasta hace muy poco nadie en la pequeñísima isla de Husøya, en pleno ártico noruego, se planteaba dedicarse a otra cosa.
Como el resto de los pescadores de la zona, la relación de Jimmy con el bacalao empezó desde niño, cortando lenguas (nuestras cocochas), un oficio reservado a los más pequeños que aún hoy se mantiene en la zona.
Los chavales, a partir de los nueve años, acuden a la fábrica donde se procesa el pescado tras salir de clase, donde les esperan toneladas y toneladas de cabezas de pescado. Por cada kilo de cocochas la fábrica les paga 3 euros. En una tarde un niño puede levantarse fácilmente 200 euros. Y es que el negocio del bacalao en estas latitudes es lucrativo desde la más tierna infancia.
Hoy Jimmy es capitán del Hallvardson y solo trabaja entre 120 y 200 días al año, coincidiendo mayormente con la temporada del bacalao Skrei. Este pescado, que hoy se etiqueta con denominación de origen en su versión en fresco, es en realidad el bacalao que hemos consumido en salazón toda la vida en España. Se captura entre enero y abril, en la costa norte de Noruega, cuando los especímenes regresan a desovar desde el mar de Barents, situado más al norte del Círculo Polar Ártico.
Es entonces cuando cientos de barcos como el que lidera Jimmy se agolpan en la ruta de los bacalaos para extraer la máxima cantidad de ejemplares posible en el menor tiempo, hasta que se cumpla la cuota que el gobierno de Noruega asigna a cada barco. En total, Noruega solo puede capturar este año 350.000 toneladas, cuya captura se reparte entre los pescadores, en función de sus licencias. Jimmy solo puede capturar este año 300 toneladas.
Un trabajo duro
Embarcamos en el Hallvardson a las cuatro de la madrugada, cuando el termómetro se sitúa por debajo de los diez grados bajo cero. Jimmy dirige el barco hacia la zona de pesca, a 20 millas náuticas del puerto, unas dos horas y media de viaje, justo en el punto en el que se termina la plataforma continental. Se trata de un lugar que ya visitó con éxito en anteriores temporadas. Gracias al ordenador de abordo guarda todas las rutas que ha realizado, para repetirlas llegado el caso.
El resto de la tripulación –el noruego Fred, que lleva décadas trabajando junto a Jimmy, y los lituanos Anthonas y Silver– duermen mientras nos dirigimos al lugar escogido. El capitán se mantiene despierto gracias a un termo gigante de café del que asegura beber un litro al día. También es aficionado al tabaco de mascar snus, de origen sueco y muy popular en toda Escandinavia. Sobre todo entre los pescadores. Antes era más de cigarrillos, pero en el interior del barco no se puede fumar, y el vicio es más difícil de llevar cuando tienes que echar el piti a 10 grados bajo cero. Silver, no obstante, no se despega de su cigarro, que maneja con destreza sin necesidad de usar las manos mientras manipula las redes.
Hoy no es un día normal. Tres periodistas españoles que no paran de marearse viajan empotrados en el barco. Pero, pese a que incordiamos con todo tipo de preguntas, el capitán parece agradecido por tener a alguien con quien conversar.
Lo de los mareos, reconoce, es lo más normal del mundo. Él mismo, asegura, los sufrió durante todo un año hasta que se hizo a ello. Y hay gente que no lo supera. Un compañero que tuvo, originario de Croacia, nunca lo consiguió. Tuvo que abandonar.
Hace una década, explica, había muchísimo trabajo en la pesca de la zona. Se contrataba casi a cualquiera que estuviera dispuesto a aguantar los mareos, los madrugones y el frío. La gente se interesó más por ser pescador, un oficio nada glamuroso, pero que empezó a ser rentable.
Hoy, con la disminución paulatina de las cuotas, no hay tanto trabajo de pescador –sí en la fábrica dónde, aseguran, se contrata a gente constantemente y hay empleados de hasta 14 nacionalidades–, pero quien tiene plaza en una embarcación tiene una vida digna asegurada. Pese a esto, Jimmy no cree que sus hijos perpetúen la estirpe de pescadores. “Van al colegio, estudian y prefieren tener otros oficios”, apunta.
Un negocio lucrativo
Embarcaciones como la de Jimmy, con una tripulación de cuatro personas, capturan en una salida entre 10 y 25 toneladas. Su objetivo, como todos los días, es tener suerte y pescar justo en torno a 20 toneladas, que es el máximo de bacalao que cabe en el barco sin comprometer la correcta conservación de este.
El Hallvardson es un barco adaptado a la pesca con jábega danesa, un tipo tradicional de pesca de arrastre con el que se logran unas capturas muy limpias (apenas se extraen otras especies que no sean el bacalao) y que permiten procesar el pescado en la misma embarcación. Según se realiza la captura, el pescado pasa al interior del barco, donde en una pequeña fábrica se sacrifica al bacalao y se introduce en agua helada, para que llegue desangrado y en perfectas condiciones a puerto.
El día en que nos invitó a acompañarle capturamos en concreto 15,5 toneladas de bacalao, que una vez en puerto se eviscera y se separa en función de su peso y calidad. Los ejemplares más grandes se destinan al mercado en salazón, los que pesan entre dos y cuatro kilos a fresco. En el último paso, un encargado del control de calidad elige los ejemplares que serán etiquetados como Skrei, para los que existe una estricta regulación, que exige una temperatura de conservación y un peso concreto, pero, además, que el pescado no tenga ningún daño en la piel, ni restos de sangre.
El bacalao se paga a razón de 25 coronas el kilo, unos 2,5 euros, aunque no todos los ejemplares se etiqueten como Skrei. En un ejercicio de transparencia al que no estamos acostumbrados en España, nuestro capitán nos enseña la factura de la captura del día anterior. En total ingresó 342.082 coronas. Unos 35.400 euros.
En la actualidad, Jimmy es empleado de otro pescador, al que vendió su barco –construido en 1988, pero con una fábrica de procesado de tan solo tres años de antigüedad– y la licencia para capturar bacalao que lo acompaña. Hace diez años pagó al cambio 2,5 millones de euros por ésta y recientemente la ha vendido por seis millones de euros lo que asegura el bienestar de la familia para toda una generación.
¿Cómo puede costar tantísimo una licencia? Como nos explica el capitán, y nos contaron en la propia fábrica, en Noruega está prohibido que las empresas de procesado y comercialización del pescado sean propietarias de sus propios barcos. Estas empresas pueden tener como máximo el 49 % de la propiedad de cada embarcación (y de su licencia) y, pese a esto, nadie les asegura que ese barco vaya a entregarles la mercancía.
De un tiempo a esta parte, explica Jimmy, las fábricas están peleando por tener sus propios barcos y los precios están subiendo. Actualmente, el barco en el que trabaja pertenece en un 49 % a la fábrica de Husøya y en 51 % a un pescador “amigo” de esta. Así, apunta Jimmy, las empresas se aseguran de que los barcos no lleven la captura a la competencia. Este tipo de acuerdos, como asegura Hildegunn Fure, directora del Consejo de Productos del Mar de Noruega en España, están prohibidos, pero a Jimmy no le importa lo más mínimo hablar sobre el tema. Es algo de sobra conocido en la isla. Se trata, además, de acuerdos tácitos, imposibles de controlar. Y nadie se queja. Los empleados de los barcos ganan sueldos de, aproximadamente, 100.000 euros al año. Es un trabajo duro, que en temporada obliga a tener jornadas laborales de más de 12 horas y que se realiza en un ambiente inhóspito, pero pasada la estación brinda mucho tiempo libre y una alta calidad de vida.
Una pesca extremadamente controlada
Aproximadamente, el 75 % de la población del norte de Noruega está vinculada directa o indirectamente a la industria pesquera, que proporciona unos 50.000 puestos de trabajo, sobre todo en torno a la pesca del bacalao y la acuicultura y procesado de salmón. El 95 % de la producción tiene como destino mercados exteriores, y el Gobierno de Noruega es muy consciente de la necesidad de que la pesca sea sostenible y de calidad. Esa es la única forma de garantizar la viabilidad futura de la industria, además de permitir vender productos premium, como es el caso del bacalao etiquetado como Skrei, que en España se comercializa a partir de los 15 euros el kilo y tiene un éxito enorme: en 2017 se exportaron directamente a nuestro país 701 toneladas, un 35 % más que el año anterior.
Los controles sobre las capturas son exhaustivos. Jimmy debe informar en tiempo real a las autoridades sobre la cantidad de pescado obtenida en cada pasada de la red, unos datos cuya veracidad se comprueba una vez llegado a puerto. Solo se tolera un desfase del 10 % respecto a lo declarado a bordo.
Mientras pescamos bacalao, unos ocho o diez barcos esperan para capturar en el mismo sitio. Jimmy tiene claro que sin un control de este tipo se acabaría el pescado de los huevos de oro. Su gran preocupación ahora son los proyectos para instalar plataformas petrolíferas en la zona. “Es el área de mayor importancia para el bacalao y está muy cerca de la costa, por lo que es muy rentable”, explica. El proyecto estará paralizado durante cuatro años, pero Jimmy cree que se retomará entonces y tendrán que dar la batalla, pues las prospecciones quitarían mucho espacio para la pesca.
Al despedirnos en puerto, nuestro capitán charla animadamente con la Skreipatruljen, encargada de verificar que el control de calidad del Skrei se está realizando correctamente. Son dos patas del mismo negocio.
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En DAP | Bacalao con tomate