La ciudad de Cuenca, capital de la provincia del mismo nombre, es, con permiso de Toledo, el más impresionante conjunto monumental de Castilla-La Mancha.
Su abigarrado casco histórico, construido en altura entre las hoces de los ríos Júcar y Huécar, es una peculiar muestra de arquitectura tardomedieval que se conserva gracias a dos figuras claves en la moderna historia de la ciudad: el alcalde Rodrigo Lozano de la Fuente y el artista Fernando Zóbel.
En los años 60 del pasado siglo, Lozano de la Fuente secundó una campaña de varios intelectuales de la ciudad que buscaban salvar el abandonado casco histórico de Cuenca de la ruina, preservando al menos las tres Casas Colgadas que quedaban.
Zobel estaba buscando un lugar fuera de Madrid en el que albergar su colección de arte abstracto español –la mejor del mundo– y el Ayuntamiento de Cuenca un uso que darle a las Casas Colgadas, que había comprado con el objetivo de salvarlas de la ruina. Nació así el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, el primer museo de arte contemporáneo de España, que sirvió de polo de atracción a toda una comunidad de artistas que revivió un centro histórico prácticamente abandonado.
Patrimonio de la Humanidad (y del morteruelo)
Las Casas Colgadas y su importante catedral gótica fueron decisivas para que, en 1996, la Unesco nombrara a Cuenca Patrimonio de la Humanidad. Una distinción que atrae a cientos de turistas, muchos de los cuales, no obstante, no suelen quedarse a dormir.
Cierto, Cuenca se puede ver atropelladamente en un día –y ahora que tiene Ave, se va desde Madrid en menos de una hora– pero es una ciudad ideal para pasar dos o tres días, pues ofrece muchos más atractivos de los que hay a simple vista, incluida su gastronomía.
Como en toda ciudad turística, Cuenca tiene mucho restaurante-trampa, pero incluso en pleno centro histórico se puede disfrutar de una gastronomía de calidad. Por supuesto, hay que probar las famosas especialidades conquenses, como el morteruelo o los zarajos, pero la ciudad también esconde algunas sorpresas más cosmopolitas que merece la pena descubrir.
Estas son nuestras propuestas para pasar dos días en Cuenca disfrutando de su cultura y su gastronomía.
Día 1: la Cuenca medieval
Mañana: Casas Colgadas y Museo de Arte Abstracto
No hay postal más icónica de la ciudad de Cuenca que la foto que se toma desde el puente de San Pablo hacía las Casas Colgadas. Y no hay forma mejor de empezar la visita a la ciudad.
Las Casas Colgadas son edificaciones en voladizo, con grandes balcones, que se construyeron durante el esplendor de la ciudad, entre los siglos XV y XVI, cuando Cuenca fue un importante nodo económico, sobre todo debido a su industria textil.
Muchas de estas casas debieron construirse en las hoces, pero a finales del siglo XVI, tras la epidemia de peste, la ciudad entró en un declive del que, realmente, no se recuperó hasta el siglo XX, cuando De la Fuente y Zobel convirtieron a la ciudad en el reclamo que es hoy en día.
Las Casas Colgadas son, en puridad, las últimas de las tres casas de este tipo que quedaron en pie y que, desde 1966, albergan el Museo de Arte Abstracto Español, perteneciente hoy, por decisión del propio Zobel, a la Fundación Juan March.
El museo, cuya entrada es gratuita, alberga la mejor colección de arte abstracto español que existe, una de las más interesantes del mundo. El museo fue diseñado, además, por los propios artistas, que decidieron qué obras poner en cada lugar. Nombres que alcanzaron fama internacional como el propio Zobel, Eduardo Chillida, Gerado Rueda, Antoni Tápies, César Manrique…
El museo no es muy grande, se ve entre una y dos horas, y es una experiencia sublime para cualquier amante del arte contemporáneo. Si nos sobra tiempo antes de comer, podemos tomar una caña por las plazas aledañas o ir a la plaza Mangana, antiguo centro neurálgico de la ciudad que hoy conserva algunas ruinas. Y, más importante, unas vistas inmejorables a las hoces del Júcar.
Comida: restaurante Las Brasas
Subir y bajar del centro histórico de Cuenca es una paliza andando (y un poco rollo también en autobús, que tiene frecuencias justitas), por lo que lo mejor es echar todo el primer día en la parte antigua de la ciudad.
Casi todos los restaurantes de la ciudad vieja ofrecen la misma comida, pero el mejor lugar del centro en el que probar las especialidades conquenses es el restaurante Las Brasas, un clásico básico de la ciudad con una muy correcta relación calidad-precio.
Decorado con la sobriedad de clásico mesón castellano, la carta de Las Brasas hace honor al nombre del restaurante. Hay todo tipo de carnes a la parrilla, pero quizás merece más la pena probar sus platos típicamente conquenses como el morteruelo, los zarajos, el atascaburras o sus exquisitos caracoles.
Tarde: la catedral y más museos
Tras nuestra comida en las Brasas solo tenemos que subir unos 500 m por la calle de Alfonso VIII para llegar a la Plaza Mayor de Cuenca que preside la catedral de Santa María y San Julián, una de las mejores muestras de arquitectura gótica de España.
La de Cuenca fue la primera catedral gótica de Castilla junto con la de Ávila y tiene bastantes elementos románicos. Pero, al margen de la catedral en sí, es especialmente impresionante su emplazamiento: con la visita podemos acceder al patio trasero que da directamente a las hoces del Huécar donde tendremos otra magnifica vista de la ciudad de Cuenca.
Tras visitar la catedral (que nos llevará unos 45 minutos), lo habitual es seguir subiendo por la calle de San Pedro hasta el barrio del castillo, donde muchos turistas acaban la visita a Cuenca. Pero nosotros lo vamos a dejar para nuestro segundo día y os vamos a proponer un plan un poco distinto.
Desde la catedral vamos a bajar por la cuesta de Santa Catalina hasta la Colección Roberto Polo, un pequeño museo de esta colección de arte contemporáneo, con sede en Toledo, que inauguró una sede en Cuenca en diciembre de 2020. El museo es pequeño, se ve en media hora, pero apenas tiene paja: hay obras de gente de la talla de Eugène Delacroix, John Atkinson Grimshaw, Félicien Rops, Alexandre Séon, Joseph Granié o Edgar Degas.
Para terminar el día, casi enfrente de la colección Roberto Polo, hay otro pequeño museo que merece mucho la pena visitar, sobre todo si vamos con niños: hablamos del belén napolitano de Cuenca, que abre todo el año en fines de semana y puentes –y, si concertamos antes una visita, cualquier día–, uno de los mejores de España. En realidad, hablamos de dos gigantes belenes, llenos de esculturas barrocas. Si tienes que ocupar el tiempo, una misión clave de la paternidad, reta a tus hijos a que busquen un ratón en cada uno de lo belenes. Tienes al menos media hora de entretenimiento asegurada.
Cenar: Raff San Pedro (o unas cañas)
Sin salir del casco histórico, hay diversas opciones para cenar de lujo. Para los más sibaritas, es casi obligatorio reservar en Raff San Pedro, el restaurante de los bajos del hotel Leonor de Aquitania, donde José Ignacio Herráiz, que ha sido uno de los grandes renovadores de la gastronomía de la ciudad, propone una cocina conquense de cercanía y producto, pero con presentaciones de alta gastronomía, en un ambiente muy cuidado.
Si preferimos una cena menos copiosa, también hay algunos buenos bares de tapas en el centro histórico. Nuestra recomendación, en este sentido, es tomar una caña en la terraza de la Taberna Albero: un bar tradicional donde sirven buenos pates, quesos, escabeches… Ideal para picar algo.
Segundo día: más museos y una caminata
Mañana: el barrio del Castillo, la Fundación Antonio Pérez y un paseo por el Júcar
Si dormimos en el casco antiguo –además de hoteles y pensiones no dejes de mirar la oferta de apartamentos, que es abultada y económica–, toca, ahora sí, subir al barrio del castillo.
Allí, en lo más alto de la ciudad, tendremos otras esplendidas vistas de Cuenca –a mi juicio mejores incluso que las que hay desde el puente de San Pablo–. Pasado el castillo, hay además muchos bares con terraza donde tomar algo disfrutando de las vistas.
Pero, antes, es obligatorio para todos los amantes del arte visitar la Fundación Antonio Pérez, el otro gran museo de Cuenca, que alberga obras de Antonio Saura, Manolo Millares, Rafael Canogar o Andy Wharhol. Una ecléctica colección de arte contemporáneo en la que echar fácilmente un par de horas (suma un cuarto de hora como poco derivada de perderse en sus laberínticos pasillos).
Si hemos madrugado, nos dará tiempo de sobra para, desde el barrio del Catillo, bajar por una bonita senda que desciende hasta la ermita de Nuestra Señora de las Angustias, uno de los entornos más bonitos de Cuenca (y no tan conocidos). Desde allí podemos llegar a la parte baja de la ciudad siguiendo el camino junto al Júcar.
Comida: Trivio o El Bodegón
La parte nueva de la ciudad no tiene apenas atractivos turísticos, pero es donde se concentran la mayor parte de servicios: incluidos los bares y restaurantes.
Cuenca es una de esas ciudades que tienen a bien dar aperitivo con la consumición y hay bastantes bares interesantes si queremos comer de tapeo. La mayoría se concentran en torno a la calle San Francisco, junto a la Diputación.
En una pequeña plaza, junto a esta calle, está situado El Bodegón, a nuestro juicio el mejor restaurante de Cuenca para probar su comida típica: son exquisitos sus zarajos de lechal, el morteruelo, el ajoarriero… También obligatorio probar el codillo en salsa, que no es típico de Cuenca, pero está que te mueres.
Si ya estamos saturados de la comida típica conquense, y simplemente nos queremos dar un homenaje, también en la parte baja de la ciudad está Trivio, el único estrella Michelin de la ciudad, con tres menús degustación que, para ser estrellados, están bastante bien de precio. Si no quieres comer de menú, el restaurante cuenta también con una interesante barra.
Si aún te queda algo de hambre, o quieres llevarte algo de recuerdo, en la parte baja de la ciudad, muy cerca de Trivio, está la confetería Ruíz, una pastelería de la vieja escuela que es toda una institución en Cuenca. Ideal también para desayunar, es famosa por sus exquisitas rosquillas de yema, pero todo está bueno.
Tarde: Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha
Si aún nos queda tiempo para aprovechar la tarde, y visto todo el centro antiguo, aún nos queda un museo interesante por ver, sobre todo si vamos con niños.
El Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha se inauguró en 2015 (y se ha ido ampliando en los últimos años) para albergar las piezas de las distintas excavaciones relativas a los dinosaurios que se han hecho en la región. Pero no hablamos de un museo que se limite a mostrar huesos y fósiles: hay 20 reproducciones de dinosaurios en tamaño real que harán las delicias de los más pequeños.
Cena: Olea Comedor
Nuestra visita a cuenca terminó en este interesante restaurante, poseedor de un Bib Gourmand de Michelin y, por tanto, con un ticket medio que no supera los 35 euros.
En Olea Comedor, Eduardo Albiol y su equipo practican una cocina cosmopolita, pero con producto manchego, que da mucho por muy poco. Solo su papada de cerdo con salsa de cacahuete y hierbabuena merece la pena la visita. Además, se bebe bien y son un encanto.
El restaurante está situado junto a una parada de taxis, así que es perfecto si vuelves en Ave y tienes el tiempo justo, como nos pasó a nosotros.
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